+ All Categories
Home > Documents > Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

Date post: 22-Oct-2021
Category:
Upload: others
View: 0 times
Download: 0 times
Share this document with a friend
118
1 Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social desde una perspectiva neurocognitiva Presentado por: Johan Sebastian Grisales Cárdenas Universidad del Valle Instituto de Psicología Pregrado en Psicología Santiago de Cali 2018
Transcript
Page 1: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

1

Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social desde una perspectiva

neurocognitiva

Presentado por:

Johan Sebastian Grisales Cárdenas

Universidad del Valle

Instituto de Psicología

Pregrado en Psicología

Santiago de Cali

2018

Page 2: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

2

Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social desde una perspectiva

neurocognitiva

Trabajo de grado para optar al título de Psicólogo

Presentado por:

Johan Sebastian Grisales Cárdenas

Director académico:

Gabriel Arteaga Diaz, Ph.D.

Universidad del Valle

Instituto de Psicología

Pregrado en Psicología

Santiago de Cali

2018

Page 3: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

3

Agradecimientos

Quisiera agradecer a todas las personas que, de una u otra forma, contribuyeron a que

hoy, finalmente, pueda darle punto final a este trabajo que parecía interminable. Entre estas

personas, quiero destacar el apoyo de toda mi familia, mis hermanos y mis padres, quienes

siempre han estado ahí para motivarme y convencerme de que puedo lograr más de lo que yo

creo posible. También, aunque probablemente nunca lleguen a leer esto, no digamos ya

entenderlo, quiero destacar todo el apoyo moral que me han brindado mis dos gatas, Grisi y

Khaleesi, pues cuando no tenía nadie más a quien recurrir, ellas me permitieron encontrar un

poco de paz en este camino.

Al profesor Gabriel le tengo que agradecer el haberme recibido y guiado a través de la

realización de este trabajo, la confianza que depositó en mí y las importantes

recomendaciones que me hacía en tanto iba escribiendo el texto. Al profesor Juan Felipe,

quien siempre estaba presto a ayudarme pese a su apretada agenda, le tengo que agradecer sus

valiosos consejos, los cuales tuvieron un impacto profundo en la construcción del trabajo,

además, también le agradezco por tomarse la molestía de enviarme literatura relevante al

tema. Al profesor Diego, que aunque no estuvo presente en la recta final, fue mi gran mentor

a lo largo de esta carrera, le agradezco haberme enseñado tantas cosas tan importantes y

haberme dado las bases que sentaron las decisiones metodológicas que terminé tomando para

este trabajo. A la profesora Marlenny, por haber escuchado y retroalimentado mis ideas y por

sus inesperadas pero oportunas palabras de apoyo.

Finalmente, pero no menos importantes, quiero agradecer a esos compañeros y

amigos que estuvieron presentes en este camino. A Carol, por sus palabras de aliento y fe en

que podía llevar el trabajo a buen término. A Tania, por el inmenso apoyo moral que me

brindó en los momentos que más lo necesitaba. A Willian, con quien, pese a que realizamos

trabajos distintos, compartí el sufrimiento de realizar un trabajo de grado. A Sheryl y Oriana,

por su inacabable amistad siempre presta a brindarme palabras de apoyo.

Seguramente haya olvidado mencionar a otras personas importantes, pero también

estoy lleno de gratitud para todos ellos, pues sé que muchas personas en su momento, en

mayor o menor medida, contribuyeron a que esto fuera posible.

Page 4: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

4

Índice

- Resumen 6

- Introducción 7

- Planteamiento del problema 8

- Justificación 9

- Método 10

o Objetivo general 10

o Objetivos específicos 10

o Criterios de inclusión/exclusión 10

o Procedimiento 11

- Generalidades 12

- Clínica 17

- Evidencia experimental 27

- Evaluación 46

o Liebowitz Social Anxiety Scale (LSAS) 46

o Social Phobia Inventory (SPIN) 46

o Social Phobia and Anxiety Inventory (SPAI) 47

o Social Interaction Anxiety Scale (SIAS) / Social Phobia Scale (SPS) 47

o Brief Social Phobia Scale (BSPS) 47

o Social Anxiety Scale for Children (SAS-C) 48

o Brief Fear of Negative Evaluation (BFNE) 48

o Fear of Positive Evaluation Scale (FPES) 48

o Otras 48

- Modelos 55

o Clark y Wells 55

o Heimberg, Brozovich y Rapee 57

o Hofmann 59

o Spence y Rapee 60

o Caouette y Guyer 61

o Brühl, Delsignore, Komossa y Weidt 62

o Gray y McNaughton 62

- Estudios futuros 66

- Discusión 72

Page 5: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

5

o Discusión de hallazgos 72

o Discusión de modelos 78

o Modelo integrador del Trastorno de Ansiedad Social 83

- Referencias 87

- Glosario de siglas 106

- Anexos 107

o Anexo 1. Modelo integrador del Trastorno de Ansiedad Social 107

o Anexo 2. Documentos base de la revisión 108

Page 6: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

6

Resumen

El trastorno de ansiedad social (TAS) ha sido estudiado desde una variedad de

disciplinas que han brindado valiosos aportes en términos empíricos y también teóricos. Se

han realizado algunos esfuerzos de sistematización de estos hallazgos, sin embargo, se han

enfocado más en el método con el que fueron obtenidos. Adicionalmente, también han sido

pocos los estudios que se han detenido a comparar y discutir la utilidad y soporte de los

modelos teóricos. En el presente trabajo, se lleva a cabo una sistematización de los resultados

obtenidos en la investigación del TAS en el presente siglo, generándose una discusión

integrativa de las diferentes disciplinas que han participado en el estudio del TAS, de sus

aportes y del apoyo empírico que han recibido los distintos modelos teóricos. Esta discusión

permitió esclarecer el estado actual de la investigación del TAS, los vacíos, retos y, como

producto del análisis y discusión de los resultados, se pudo consolidar la descripción de un

nuevo modelo teórico integrativo del TAS.

Page 7: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

7

Introducción

Los desórdenes de ansiedad están entre los trastornos más prevalentes en el campo de

la salud mental, tal como lo revela la Encuesta mundial de salud mental de la Organización

Mundial de la Salud (2004). Entre estos desórdenes se encuentra el trastorno de ansiedad

social (TAS) o fobia social, el cual es definido como un “miedo persistente y acusado a

situaciones sociales o actuaciones en público por temor a que resulten embarazosas”

(American Psychiatric Association, 1995, p. 421). El TAS ha sido descrito como una

patología de inicio temprano en el desarrollo, la cual puede llegar a afectar seriamente la

calidad de vida de una persona, perjudicando funcionalmente la conducta social de quien lo

padece (Dilbaz, Enez & Cavus, 2011; Stein & Stein, 2008).

Se han propuesto diferentes aproximaciones al estudio del TAS, de forma que se han

hecho aportes desde áreas como la psicología clínica, la psicología cognitiva, la

neuropsicología, la psiquiatría y la psicología evolucionaria (Stein & Nesse, 2011).

Particularmente, desde el punto de vista cerebral se han hecho diferentes investigaciones que

han postulado la importancia en este trastorno de neurotransmisores como la dopamina y la

serotonina, al igual que regiones como la amígdala y la corteza prefrontal (Dilbaz et al.,

2011).

Pese a que es un trastorno extendido, se ha hecho muy poco esfuerzo por difundir

información acerca del mismo, en especial si se tiene en cuenta que es una patología

perfectamente tratable. Debido a lo anterior, ha habido problemas para diagnosticar el TAS y,

asimismo, ofrecer un tratamiento adecuado a quienes lo sufren (Dilbaz et al., 2011). Por otra

parte, si bien se ha podido avanzar en el estudio del TAS, este es un campo que ofrece

distintas líneas de investigación de las que aún se desconoce mucho como, por ejemplo, los

mecanismos neuropsicológicos que subyacen al origen del trastorno. Tal desconocimiento, se

hace evidente en la definición aportada por la APA que ha sido previamente citada (que de

todas formas no varía mucho entre diferentes autores), la cual se basa eminentemente en una

sintomatología conductual y emocional.

Page 8: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

8

Planteamiento del problema

En orden de precisar con mayor claridad los aportes que desde el área de la

neuropsicología, la neuropsiquiatría y la cognición se han hecho a la investigación del TAS,

se hace necesario recurrir a la literatura que se ha venido generando en los últimos tiempos

respecto a esta problemática. Tal literatura debe ser organizada y sistematizada, de forma que

aporte no sólo un panorama claro acerca de los avances en investigación, sino que, además,

perfile con detalle aquellos vacíos y preguntas relevantes que han de ser a su vez

investigadas.

Si bien ha habido recientes esfuerzos por realizar tal sistematización (Brühl,

Delsignore, Komossa & Weidt, 2014; Etkin & Wager, 2007; Freitas-Ferrari et al., 2010),

estos se han enfocado más en una organización de acuerdo al método y menos en una de

acuerdo a los hallazgos en los temas relevantes al TAS, como las estructuras neuronales que

podrían estar alteradas en el trastorno o los distintos modelos que se han propuesto para

explicar el origen y funcionamiento del trastorno.

Por lo anterior, se propone la realización de un trabajo monográfico de revisión que

sistematice los datos que han aportado las investigaciones en el presente siglo (sin ignorar

importantes contribuciones que se hayan hecho el siglo pasado), poniendo especial atención

en las estructuras corticales y subcorticales, los neurotransmisores, las redes neuronales, los

procesos cognitivos y los modelos explicativos que se han propuesto y estudiado, de manera

que se genere una descripción de los avances investigativos en cuanto a la génesis, desarrollo

y mecanismos de funcionamiento del TAS. De lo anterior no se puede separar la importancia

de abordar, igualmente, lo que en materia de tratamientos se ha planteado en la literatura.

Page 9: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

9

Justificación

No se puede realizar una investigación sin antes haber consultado qué se ha dicho

previamente del tema ni se pueden generar preguntas útiles sin conocer qué cosas ya han sido

estudiadas, pues se corre el riesgo tanto de investigar cosas que ya han sido ampliamente

abarcadas o de caer en un terreno infértil que no genere algún nuevo conocimiento que tenga

validez. Es con miras a incursionar en un futuro estudio del TAS que se propone la

realización de un trabajo monográfico que siente las bases teóricas necesarias para vislumbrar

las preguntas más útiles, estas son, aquellas que apunten a esos vacíos de conocimiento que

existen en el campo de la investigación del TAS.

Es además importante que se generen esfuerzos desde la neuropsicología cognitiva y

afectiva para abordar el estudio del TAS, precisamente porque no ha recibido tanta atención

de esta área de la psicología en comparación con temas como las demencias o la memoria.

Hay que enfatizar este punto, pues como lo proponen Stein y Nesse (2011), es necesario

generar un marco integrativo para la comprensión de los trastornos de ansiedad, en este caso

en particular del TAS, de forma que se aúnen esfuerzos de diferentes disciplinas y se logre

llegar a niveles de comprensión mayores.

Además, es de especial relevancia incursionar en la investigación de trastornos de

ansiedad, en este caso particular del TAS, si se considera, como ya se mencionó antes, la

prevalencia de estos trastornos. Se justifica entonces, en términos de la relevancia social que

la investigación en este campo posee, invertir esfuerzos en una sistematización que plantee

panoramas claros y rutas a seguir, en orden de contribuir a la reducción de la prevalencia del

TAS.

Page 10: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

10

Método

Objetivo general

Sistematizar la información producida en la investigación del TAS del presente siglo,

en las áreas de la neuropsicología y la cognición.

Objetivos específicos

- Realizar una pesquisa bibliográfica para recopilar información sobre el TAS de

acuerdo a unas restricciones determinadas.

- Sistematizar los datos reportados por otros autores, hallados en la pesquisa

bibliográfica.

- Generar una posición personal frente a los datos sistematizados.

- Discutir los temas relevantes a la investigación del TAS a partir de los datos

sistematizados.

Criterios de inclusión/exclusión

Para la construcción de este trabajo se definieron las siguientes restricciones a la hora

de escoger la literatura a revisar.

- Tipo de documentos: Libros especializados (capítulos o libros completos), artículos

(revisiones, investigación experimental, estudios exploratorios, estudios

epidemiológicos, meta-análisis) publicados en revistas especializadas indexadas en las

bases de datos escogidas.

- Bases de datos: Science Direct y EBSCO

- Fecha de publicación: Artículos publicados del año 2000 en adelante.

- Idioma: Literatura publicada en inglés o en español.

- Key words: Se introdujeron en las bases de datos mencionadas las siguientes key

words, combinadas de distintas maneras: social anxiety disorder, social phobia,

neuropsychology, social cognition.

En una primera pesquisa bibliográfica, se definió como límite 120 documentos. A este

primer conjunto de fuentes documentales, se le realizó un filtro que pretendía escoger los

documentos más apropiados para el trabajo. Se fijó un número máximo de 80 documentos

que sería la cantidad de artículos y demás textos que pasarían el filtro mencionado. Para este

Page 11: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

11

filtro se tuvo en cuenta la relevancia del tema del documento, la calidad del diseño y el factor

de impacto (en el caso de los artículos) de la revista en que fue publicado.

Se hace necesario precisar que las restricciones mencionadas hacen parte de los dos

primeros filtros que conformaron el conjunto de documentos base para la elaboración del

trabajo (ver Anexos). Sin embargo, otras fuentes fueron consultadas según la pertinencia y

necesidad como, por ejemplo, fuentes oficiales que brindaran información epidemiológica, o

trabajos que fuesen referenciados en los documentos base y que se considerase importante

revisar, aún si eran previos al año 2000. Todos estos documentos extra, han sido debidamente

referenciados en la lista de referencias.

Procedimiento

Cada uno de los artículos escogidos para entrar en el trabajo fueron revisados y la

información que contenía fue clasificada según el tema. De tal forma, se elaboró una ficha

temática para cada documento, el cual contenía la lista de los temas identificados en el texto.

Con todos los documentos revisados, se compararon los temas identificados, de forma que se

pudiera hallar similitudes entre ellos y poder formar clusters que agruparan diversos temas

bajo una línea temática general. Estos clusters conforman los apartados finales de la revisión,

es decir, la estructura del trabajo en su sección de reporte de la literatura.

Finalmente, se planteó la elaboración de un capítulo final dedicado ya no a reportar la

literatura, sino a sentar una posición personal a partir de lo hallado en la revisión. En este

capítulo se propone entonces elaborar una discusión acerca de cuáles son las líneas de

investigación que se deberían abordar en un futuro, pero también discutir las implicaciones y

alcances de los diferentes modelos revisados, así como las aproximaciones teóricas y

metodológicas empleadas en el estudio del TAS, en términos de su pertinencia, coherencia,

utilidad y poder explicativo. Además, se realiza una propuesta de modelo que integre los

aspectos discutidos en ese último capítulo.

Page 12: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

12

Generalidades

Los desórdenes de ansiedad están entre los trastornos más prevalentes en el campo de

la salud mental, tal como lo revela la Encuesta mundial de salud mental de la Organización

Mundial de la Salud (2004). Entre estos desórdenes se encuentra el trastorno de ansiedad

social (TAS) o fobia social, el cual muestra prevalencias de vida que oscilan entre el 10% y el

15% en diferentes países occidentales (de Graaf, ten Have, van Gool, van Dorsselaer, 2012;

Kessler et al., 1994, 2005; Wittchen et al., 2011). En Colombia, la prevalencia de vida en

adolescentes, sin distinción de género, es del 4,8%, superando a otros trastornos como la

depresión, la distimia, el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de pánico y el

trastorno afectivo bipolar; la prevalencia de vida en adultos, sin distinción de género, es del

2,7%, siendo superado sólo por la depresión mayor (Ministerio de Salud y Protección Social,

Colciencias & Pontificia Universidad Javeriana, 2015). Se puede observar, entonces, que hay

una mayor prevalencia en adolescentes que en adultos, siendo, de hecho, la tasa de aparición

del TAS se dispara durante el periodo de la adolescencia, mientras que empieza a disminuir

en la adultez (Caouette & Guyer, 2014).

La primera referencia a la hora de aportar una definición del TAS, puede ser

encontrada en el DSM-IV, el cual acude a los criterios diagnósticos para caracterizar el

trastorno, siendo el primero de estos criterios un “miedo persistente y acusado a situaciones

sociales o actuaciones en público por temor a que resulten embarazosas” (APA, 1995, p.

421). Por su parte, la OMS aporta una definición que también señala el miedo presente en el

trastorno: “Miedo a ser examinado por otras personas, que conduce a evitar situaciones de

encuentro social. Las fobias sociales más graves suelen asociarse con una baja autoestima y

miedo a las críticas” (World Health Organization, 2000, p. 111).

En general, los investigadores suelen estar de acuerdo con esas definiciones

(Rheingold, Herbert & Franklin, 2003; Stein & Stein, 2008) y con las demás características

diagnósticas aportadas tanto por la APA como por la OMS, entre las cuales, es clave que se

cumpla la condición de haber un compromiso significativo en las actividades diarias que

implican interacción social, esto para diferenciar la expresión no patológica de ansiedad

social del TAS (Carleton et al., 2009). Algunos autores han sugerido que la ansiedad social

no patológica se corresponde a un rasgo de personalidad que tiene mayor o menor presencia

en las personas, el cual representa un factor de riesgo para el desarrollo del TAS (Sutterby,

Bedwell, Passler, Deptula & Mesa, 2012). Adicionalmente, Gregory y Peters (2016) afirman

que las conceptualizaciones actuales del trastorno se basan en la premisa de que las personas

Page 13: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

13

con TAS presentan esquemas cognitivos maladaptativos, los cuales activarían distintas

creencias negativas relativas a sí mismos, mientras que otros autores hablan de que los

síntomas de ansiedad se producirían como una respuesta de alarma ante un peligro presente o

inminente (Craske et al., 2009)

Algunos autores, sin embargo, añaden o especifican algunas otras cuestiones a las

definiciones del trastorno, así como a la naturaleza del mismo. Stein y Nesse (2011), por

ejemplo, resaltan el carácter evolutivo de las respuestas de ansiedad, así como de los

mecanismos de detección de amenazas y de respuestas de precaución (que, según estos

autores, jugarían un papel importante en los trastornos de ansiedad en general). También,

pese a que reiteradamente se señala al miedo como elemento central en el TAS, diferentes

autores han insistido en la diferenciación entre el miedo y la ansiedad como mecanismos

enfocados en estímulos o amenazas manifiestas y próximas, y en estímulos o amenazas

anticipadas y distales, respectivamente (Brühl et al., 2011; Stein & Nesse, 2011). Más allá de

esto, no es extraño encontrar el uso indiferenciado de los términos miedo y ansiedad a la hora

de describir el trastorno (Spence & Rapee, 2016). De hecho, Stein & Nesse (2011) resaltan

que hay una tendencia creciente a relacionar el miedo con los trastornos de ansiedad, en

contraposición a emociones como el disgusto, el cual ha sido relacionado con el trastorno

obsesivo-compulsivo (aunque los autores, desde una perspectiva evolucionista, advierten que

los mecanismos evolutivos han modelado estas respuestas para responder a un rango variado

de amenazas que incluso se solapan entre las diferentes respuestas emocionales). También se

ha establecido una temporalidad en relación a la expresión de ansiedad, en donde esta ocurre

en etapas de anticipación, durante y después de una situación social (Baur et al., 2011).

Además del miedo, se suele ubicar a la conducta evitativa como el otro elemento

central de la clínica del TAS, aunque como lo reportan Heeren y McNally (2016), desde los

inicios de la psicopatología experimental se ha considerado a ambos mecanismos como

elementos centrales en el sostenimiento de los trastornos de ansiedad en general. Esta

conducta evitativa es recogida por el DSM, que desde hace ya más de treinta años que

introdujo al TAS en su clasificación (Dilbaz et al., 2011). Pese a todo el tiempo que ha

transcurrido desde entonces, Stein y Stein (2008) reportan que sólo desde finales e inicios del

presente siglo, el TAS ha venido ganando atención de la comunidad general médica, en tanto

que cada vez se reconoce más su frecuencia (Rheingold et al., 2003) y consecuencias sobre la

vida diaria de quienes lo padecen. De hecho, a comienzos de siglo se decía que había

considerable acuerdo entre la comunidad científica acerca de que los mecanismos etiológicos

del TAS aún estaban lejos de ser entendidos (Hermann, Ziegler, Birbaumer & Flor, 2002); un

Page 14: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

14

ejemplo de esto es que sólo hasta la primera década del 2000 se empezó a prestar atención a

la neurobiología del TAS, en lo que ha sido un aumento en el número de estudios dedicados a

la investigación relacionada con estos fenómenos (Freitas-Ferrari et al., 2010) y aunque se ha

avanzado, aún se siguen estudiando los distintos factores que se cree están asociados con la

aparición del TAS. Cabe destacar que, pese al auge en el estudio del TAS, los criterios

diagnósticos han permanecido sin cambios significativos (APA, 2014; Spence & Rapee,

2016).

Respecto al impacto del TAS en las distintas sociedades, es usual encontrar en los

estudios epidemiológicos que es el trastorno de ansiedad más prevalente o uno de los más

prevalentes (Dilbaz et al., 2011; Minsalud, Colciencias & PUJ, 2015; Posada-Villa, Aguilar-

Gaxiola, Magaña & Gómez, 2004; Vicente, Rioseco, Valdivia, Kohn & Torres, 2005; WHO,

2004). También se suele reportar que la edad de aparición del trastorno oscila entre la

infancia y la adolescencia temprana (Dilbaz et al., 2011; Spence & Rapee, 2016).

El TAS es normalmente clasificado dentro de grupos de trastornos en los que la

ansiedad tiene una alta relevancia (APA, 1995, 2014; Stein & Nesse, 2011; Stein & Stein,

2008; WHO, 2000), como el trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de pánico,

trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno de estrés post-traumático (TEPT), agorafobia y

fobias específicas. Pero además, se han hecho diferenciaciones dentro del mismo trastorno,

como por ejemplo el trastorno de ansiedad social generalizada (TASG) el cual responde a una

clasificación que se establece cuando las respuestas de ansiedad social se dan frente a un

rango amplio y diverso de situaciones sociales, más que a una en específico (APA, 1995;

Stein & Stein, 2008) o el trastorno de ansiedad social de sólo actuación, que se especifica

cuando el miedo es únicamente a hablar o actuar en público (APA, 2014).

Un elemento que liga al TAS con otros trastornos de ansiedad son las respuestas de

miedo, que se dan de forma similar en otros trastornos de ansiedad y que, de hecho, se

asemejan a las respuestas que muestran personas sanas frente a estímulos condicionados de

miedo (Etkin & Wager, 2007). También está relacionado con otros trastornos de ansiedad en

tanto que estructuras cerebrales similares, como la amígdala y en general las estructuras

límbicas, han mostrado alteraciones en su activación durante los síntomas propios de cada

trastorno o sencillamente durante el procesamiento de información emocional negativa

(Freitas-Ferrari et al., 2010; Laeger et al., 2014). Sin embargo, los estudios han mostrado

inconsistencias en el mencionado patrón de activación y el papel de la amígdala en otros

trastornos de ansiedad pareciera no ser clave en cuanto a los síntomas (Etkin & Wager,

2007). Respecto a la contribución de factores estructurales o funcionales del sistema nervioso

Page 15: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

15

a la aparición del TAS, algunos autores les han dado tanta importancia que han llegado a

definir el trastorno como una condición del neurodesarrollo (Taddei, Bertoletti, Zanoni &

Batagglia, 2010).

Crome y Baillie (2015) establecen que se han hecho conceptualizaciones del TAS

como perteneciente a cierto grupo de alteraciones debido a que poseen algunos rasgos

compartidos. En particular, se refieren a trastornos internalizantes, en tanto que estos

compartirían una cierta vulnerabilidad hacia un estrés dirigido “hacia adentro”, en

contraposición a trastornos externalizantes en donde las conductas son expresadas en

dirección externa al sujeto. Sin embargo, estos mismos autores han señalado que actualmente

existe un debate acerca de la validez de clasificar el TAS en subtipos, en donde por un lado se

cuenta la cantidad de situaciones temidas y se establece que en función de ese número hay

una serie de características importantes que varían entre subtipos del TAS (como la respuesta

al tratamiento o el curso de la enfermedad), y por otro lado, se cuestiona la utilidad clínica e

investigativa de hacer tal tipo de subdivisiones en forma arbitraria. Freitas-Ferrari et al.

(2010), por ejemplo, señalan que estas subdivisiones cumplen propósitos diagnósticos, pues

pacientes con TASG tendrían mayor compromiso funcional que pacientes con la variante

específica o de sólo actuación del TAS.

También se han hecho distinciones de acuerdo al grado de severidad e incapacidad

que produce el trastorno. Dilbaz et al. (2011) han planteado, por ejemplo, que el mutismo

selectivo se podría considerar como una forma extrema de ansiedad social (no del trastorno

sino de la ansiedad social en sí) y Spence y Rapee (2016) señalan que entre las personas

jóvenes, se reporta una prevalencia relativamente alta de ansiedad social subclínica, esto es,

como es expresado por estos y otros autores (Boehme, Miltner & Straube, 2015a), personas

con síntomas de una alta ansiedad social que no llegan a cruzar el umbral diagnóstico del

TAS.

En consistencia con lo anterior, algunos autores han argumentado que la ansiedad

social se expresaría a lo largo de un continuo (Carleton et al., 2009), en el que el TAS sería la

expresión de mayor severidad (Boehme et al., 2015a; Spence & Rapee, 2016). Para otros

autores, en cambio, los cuales consideran que el TAS y el trastorno de la personalidad por

evitación (TPE) podrían ser en realidad la misma patología, este último sería una forma más

severa que el TAS (Reich, 2009; Sutterby et al., 2012). Sin embargo, Borge et al. (2010) han

señalado que existen varias razones para tratar al TAS y al TPE como dos trastornos

diferentes, por ejemplo, que las tasas de comorbilidad del TPE no difieren entre distintos

grados de severidad del TAS, que habría una sobreestimación de la relación entre estos dos

Page 16: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

16

trastornos debido a un sesgo de muestreo y que habría características evitativas no sociales

asociadas al TPE y no al TAS.

Más allá de las consideraciones acerca de la naturaleza del TAS como entidad discreta

o como punto más alto en un continuo, en general los autores diferencian el TAS de la

ansiedad social no patológica, apoyando perspectivas en las que, por ejemplo, se considera a

la ansiedad social como un producto de la evolución (Stein & Nesse, 2011; Spence & Rapee,

2016). Sin embargo, autores como Stein & Nesse (2011) reconocen que, pese a que una

perspectiva evolucionista es útil a la hora de dibujar límites entre lo adaptativo y lo

patológico, esta por sí sola es insuficiente si se consideran los valores sociales que atraviesan

los juicios acerca de lo que se considera patológico.

Finalmente, quizá una de las posiciones más divergentes respecto a las causas y

mecanismos de la ansiedad en general la plantean McNaughton y Corr (2004), en tanto que

no sólo postulan que existe una fuerte diferencia entre miedo y ansiedad, sino que además

defienden que la ansiedad no es producto de la detección o percepción de amenazas, sino de

la detección de un conflicto entre dos metas competitivas enmarcadas ya sea en una relación

de aproximación-evitación, de evitación-evitación o de aproximación-aproximación. Debido

a la relevancia que plantea dicha posición para el estudio del TAS y la ansiedad en general, se

dedicará un espacio en el apartado de modelos para comentar los hallazgos y los postulados

de estos autores.

Page 17: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

17

Clínica

Las manifestaciones clínicas más prominentes y reportadas en la literatura del TAS

son el miedo excesivo ante situaciones de interacción social y conductas evitativas hacia estas

situaciones (Boehme et al., 2015a; Dilbaz et al., 2011; Rheingold et al., 2003; Stein & Stein,

2008; Spence & Rapee, 2016). Como tal, la literatura reporta que los pacientes con TAS

sienten miedo ante situaciones sociales porque temen desempeñarse mal, sentirse

avergonzados, ser humillados o ser evaluados negativamente por otros (como ser

considerados estúpidos o aburridos), bien por su desempeño en dichas situaciones o bien por

mostrar signos de ansiedad, de forma que estas situaciones prefieren ser evitadas o, de tener

que afrontarlas, lo hacen con mucho esfuerzo (Dilbaz et al., 2011; Stein & Stein, 2008;

Spence & Rapee, 2016). Entre las situaciones temidas están hablar en público, conocer

nuevas personas, ir a eventos como fiestas o reuniones, y particularmente en niños son

temidas situaciones como hablar frente al salón de clases o hablar con adultos (Rheingold et

al., 2003). Emocionalmente, los pacientes con TAS presentan un afecto negativo alto y afecto

positivo bajo (Morrison et al., 2016b).

Sumado a lo anterior, cuando las personas con TAS (niños, adolescentes y adultos) se

enfrentan a las situaciones temidas, presentan respuestas fisiológicas de ansiedad como

sensación de palpitaciones, sudoración, temblores, estremecimientos, ruborización, mayor

actividad simpática de base (conductancia de la piel, ritmo cardíaco) menor activación

parasimpática y problemas de concentración (Rheingold et al., 2003; Stein & Stein, 2008;

Spence & Rapee, 2016). Contrario a esto, Graver y White (2007) afirman que diversos

estudios no han hallado evidencia de diferencias en el ritmo cardiaco de base entre pacientes

con TAS y sujetos sanos, pese a que subjetivamente estos reporten aumento del ritmo

cardiaco. Sin embargo, sí se ha encontrado un aumento en el ritmo cardiaco de pacientes con

TAS en comparación con sujetos sanos durante momentos de estrés social. Respecto a la

conductancia de la piel, se ha hallado una extinción demorada en esta respuesta cuando se

realiza condicionamiento aversivo en pacientes con TAS (Hermann et al., 2002).

Por otra parte, entre las conductas evitativas de los sujetos con TAS está el evitar el

contacto con la mirada del otro, hablar poco, evitar hablar sobre sí mismo y seguir un patrón

de conducta que evite ser el centro de atención (Stein & Stein, 2008; Spence & Rapee, 2016).

El miedo hacia y la evitación de situaciones de interacción social están especialmente

asociados a los niveles de ansiedad durante la fase de actuación de tareas de evaluación

conductual y no a estos niveles durante la fase de anticipación (Coles & Heimberg, 2000).

Page 18: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

18

Adicionalmente, dichos niveles de ansiedad parecen crecer a lo largo de las fases de

anticipación y actuación, con una tasa de crecimiento mayor durante la anticipación que

durante la actuación (Morrison et al., 2016a).

También se ha reportado una menor expresividad no verbal en pacientes con TAS,

particularmente a través de expresiones faciales o de la mirada (Del-Monte et al., 2013).

Respecto a las expresiones faciales, tanto niños como adultos con TAS presentan dificultades

para producir expresiones faciales voluntarias, así como también muestran una menor

producción de expresiones faciales espontáneas (Del-Monte et al., 2013; Melfsen, S.,

Osterlow, J. & Florin, I., 2000).

Otro de los síntomas que se refieren en el TAS, aunque se le ha prestado una menor

atención, es la despersonalización/desrealización. La despersonalización consiste en una

sensación de irrealidad en el sentido de sentirse un observador externo de los sentimientos de

uno mismo. La desrealización, por su parte, consiste en la sensación de estar desconectado

del mundo exterior. Estos síntomas aparecerían bajo situaciones de estrés social agudos en

pacientes con TAS (Hoyer, Bräuer, Crawcour, Klumbies & Kirschbaum, 2013). Schweden et

al. (2016) comentan que se ha encontrado asociación entre la ocurrencia de estos síntomas en

situaciones de estrés social y el uso de conductas de seguridad y procesamiento post-evento

(PPE) más pronunciado, aunque tales síntomas ocurrirían predominantemente en pacientes

con TAS de sólo actuación. Adicionalmente, estos autores encontraron que los síntomas de

despersonalización/desrealización no están correlacionados con la severidad de los síntomas

de ansiedad social ni tampoco predicen la respuesta frente al tratamiento basado en terapia

cognitiva.

A nivel cognitivo también se han reportado características importantes entre las

personas con TAS. Boehme et al. (2015a) mencionan la tendencia que manifiestan las

personas de esta población, como si fuese un rasgo de personalidad, hacia una excesiva

atención autodirigida o autoenfocada (AAE) cuando se hallan ante situaciones sociales que

encuentran amenazadoras. Además, Vroling, Glashouwer, Lange, Allart-van Dam y de Jong

(2016) encontraron que, respecto al razonamiento en pacientes con TAS, existe un sesgo de

confirmación que tiende a considerar como más creíbles las conclusiones que son

congruentes con las creencias propias del TAS, sesgo que no encontraron en sujetos control

ni en pacientes con trastorno de pánico.

El TAS también está relacionado con otros efectos adversos. Dilbaz et al. (2011)

mencionan que, según un estudio hecho en 2004 con población europea, el TAS se encuentra

entre las primeras 10 patologías crónicas (mentales o físicas) que más consecuencias

Page 19: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

19

negativas objetivas provoca, como una calidad de vida reducida en relación a la salud y un

aumento en el absentismo laboral (Alonso et al., 2004). Aún más, estos autores reportan que

incluso por debajo del umbral de diagnóstico, la ansiedad social alta está asociada con un

elevado riesgo de desarrollar una comorbilidad y con efectos incapacitantes en distintas áreas

de la vida diaria.

Calvete, Orue y Hankin (2013) enfatizan que, a diferencia de otros trastornos de

ansiedad en los que quienes lo padecen pueden evitar el contacto con lo que desencadena los

síntomas, dado que las personas tienen que involucrarse en situaciones sociales todo el

tiempo, los pacientes con TAS experimentan los síntomas ansiosos casi todos los días, lo que

contribuye a un deterioro en su calidad de vida.

Asimismo, Rheingold et al. (2003) se han referido al carácter incapacitante y

persistente del TAS, aduciendo que el trastorno en adolescentes está relacionado con

comorbilidades como la depresión, trastornos somatomorfos, abuso de sustancias y de

alcohol, además de que estos adolescentes tienden a tener menos amigos, dificultades con las

relaciones íntimas y un desempeño escolar afectado. En el caso de los niños con TAS, estos

autores señalan que la severidad del mismo está correlacionada con el rechazo escolar e

informan el estudio de Beidel, Turner y Morris (1999) en el que una muestra de 50 niños con

TAS reveló un mayor nivel de respuestas emocionales exageradas, inhibición, disforia,

soledad, temor general y mayor probabilidad de tener habilidades sociales pobres que un

grupo control de niños. Además, en ese mismo estudio los niños con TAS reportaban que se

veían envueltos en situaciones sociales estresantes más frecuentemente que los controles y

también presentaban conductas de afrontamiento maladaptativas frente a dichas situaciones.

Por su parte, Spence & Rapee (2016) se detienen sobre aspectos de las relaciones

sociales de niños con ansiedad social alta (en culturas occidentales), particularmente que

tienen menos amigos, son menos aceptados y queridos por sus pares, tienen más

interacciones negativas con estos y tienen una mayor probabilidad a ser pasivamente

ignorados y activamente rechazados y victimizados. Respecto a esta falta de aceptación y

rechazo por parte de pares, los autores referencian dos estudios que apuntan a que la falta de

mejores habilidades sociales por parte de los niños y adolescentes con TAS estaría mediando

este efecto (Blote, Miers & Westenberg, 2015; Greco & Morris, 2005).

Como se mencionó previamente, el TAS ha sido relacionado con la depresión, pero

también con desórdenes alimentarios, trastorno afectivo bipolar, TDAH y con trastornos de

personalidad como el TPE y el trastorno dependiente de la personalidad, a los cuales se ha

asociado consecuencias sociales y vocacionales negativas agravadas (Borge et al., 2010;

Page 20: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

20

Dilbaz et al., 2011; Stein & Stein, 2008). Sin embargo, aunque las tasas de comorbilidad en

TAS son altas, lo más usual es encontrar depresión y otros trastornos de ansiedad

concurrentes, los cuales tienden a exacerbar los niveles de incapacitación funcional y

disminuir la calidad de vida y la probabilidad de éxito de los tratamientos (Burklund, Craske,

Taylor & Liberman, 2015; Kessler et al., 2005; Schneier, Johnson, Hornig, Liebowitz &

Weissman, 1992).

Moser, Huppert, Foa y Simons (2012) señalan la estrecha relación que existe entre el

TAS y la depresión, no sólo por su alta tasa de aparición concurrente, sino además por

características compartidas que son de alta importancia en los modelos cognitivos de ambas

patologías, como los sesgos negativos de interpretación, los cuales parecen exacerbarse

cuando ambos trastornos están presentes. Adicionalmente, estos autores sugieren la existencia

de una falta de sesgo interpretativo positivo tanto en TAS como en depresión. Para algunos

autores, sin embargo, esta relación no es bidireccional en tanto que el TAS sería un factor de

riesgo para el desarrollo de depresión, pero no viceversa (Beesdo et al., 2007).

En un estudio (Burklund et al., 2015), los autores compararon tres grupos de fobia

social: uno con depresión, otro con trastornos de ansiedad, un tercero sólo con fobia social y

un último grupo control. Entre los hallazgos, los autores reportan un grado de severidad

ascendente (según los puntajes de la Liebowitz Social Anxiety Scale, LSAS) siguiendo el

orden controles, fobia social, fobia social/trastorno de ansiedad, fobia social/depresión.

Además, concluyen que hay una desregulación emocional en función de la comorbilidad,

reflejado en una mayor activación significativa de la amígdala en el grupo con depresión ante

estímulos socialmente amenazantes, así como una menor capacidad de regular esta activación

(downregulation) en comparación con el grupo control. De esta última parte cabe resaltar que

los grupos de fobia social y el de ansiedad comórbida, pese a que no mostraron una

sobreactivación de la amígdala en comparación con los controles, sí mostraron una

significativa falta de regulación de la actividad de dicha estructura. Llama la atención que

esta falta de regulación era aún mayor en el grupo con depresión, incluso cuando se

controlaron los síntomas depresivos.

Adicionalmente, se ha reportado que, sujetos que presentan un trastorno de

personalidad concurrente, obtienen resultados menos favorables frente al tratamiento, además

de requerir modelos de tratamiento más complejos y de presentar una mayor tasa de

deserción (Borge et al., 2010). En los casos en que el TAS es el trastorno concurrente, se ha

sugerido que puede no ser detectado a través de herramientas diagnósticas estándar como la

Entrevista Clínica Estructurada para los Trastornos del DSM, como en el caso de la

Page 21: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

21

esquizofrenia en donde cuando se realiza una entrevista clínica más extensiva, la tasa de

comorbilidad del TAS aumenta (Achim et al., 2013). Es de resaltar que el TAS es el trastorno

de ansiedad concurrente más prevalente en esquizofrenia (Achim et al., 2011).

Así como los diferentes investigadores dan importancia a las comorbilidades, también

la dan al diagnóstico diferencial. Stein y Stein (2008) plantean que, pese a que en ambientes

clínicos no es difícil llegar a un diagnóstico de TAS, lo que sí puede llegar a ser retador es el

diagnóstico diferencial. Estos autores plantean algunos puntos diferenciadores con otras

condiciones cuyas características se solapan en mayor o menor medida con el TAS. De esta

forma, llaman la atención sobre la timidez normal, el trastorno de personalidad esquizoide, la

esquizofrenia, trastorno bipolar, autismo, desórdenes alimentarios, depresión, trastorno de

pánico, agorafobia, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno dismórfico corporal, mutismo

selectivo y trastornos físicos que puedan provocar temores sociales, como la enfermedad de

Parkinson. Hay, sin embargo, un trastorno del cual dicen es muy complejo plantear un

diagnóstico diferencial, este es, el TPE, al punto que mencionan que hubo discusiones acerca

de si excluir este trastorno del DSM-V debido a los criterios diagnósticos que comparte con

el TAS; los autores consideran que este trastorno puede considerarse una forma severa del

TAS.

Frente a la aclaración que hacen los mencionados autores acerca de la facilidad de

diagnosticar el TAS en ambientes clínicos, otros investigadores han reportado que en cambio,

aún en entornos clínicos, el TAS puede ser pasado por alto y no diagnosticado (Weiller,

Bisserbe, Boyer, Lepine & Lecrubier, 1996) y que además, el trastorno tiene problemas para

ser reconocido y tratado debido a la misma conducta evitativa de quienes lo sufren, pues estos

prefieren no buscar ayuda profesional (Dilbaz et al., 2011). De hecho, existen datos que

informan que sólo cerca de un tercio de los pacientes con TAS buscan tratamiento alguna vez

en su vida y que lo hacen tras 15 o 20 años viviendo con los síntomas (Kampmann et al.,

2016; Wang et al., 2005). En un reciente meta-análisis (Brühl et al., 2014), se ha sugerido que

una tendencia que se observa en los estudios de TAS es que los pacientes tienen una edad

media de 30 años, lo que podría reflejar una edad en la que los pacientes buscan tratamiento y

son diagnosticados. Además, se ha reportado que cerca del 25% de pacientes no obtienen

beneficios ni de la psicoterapia ni de la farmacoterapia (O’Toole & Pedersen, 2011) y que

hay una baja tasa de recuperación (Demenescu et al., 2013).

Como bien lo señalan McNaughton y Corr (2004), el diagnóstico del TAS se basa en

sus síntomas y no en una causa, como es el caso del TEPT. Este diagnóstico puede ser

establecido con la ayuda de diferentes herramientas, principalmente escalas y entrevistas

Page 22: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

22

semi-estructuradas. Entre las reportadas por la literatura están el Schedule of Affective

Disorders and Schizophrenia for School-Age Children (Kaufman et al., 1997), la Structured

clinical interview for DSM-IV axis I disorders (First, Spitzer, Gibbon & Williams, 1996), la

Composite International Diagnostic Interview (WHO, 1997), la Mini International

Neuropsychiatric Interview (Sheehan et al., 1998), el Anxiety Disorders Interview Schedule

(DiNardo, Brown & Barlow, 1994; Silverman & Albano, 1996), los criterios diagnósticos del

DSM-IV-TR (APA, 2000), los criterios diagnósticos de la CIE-10, la Social Interaction

Anxiety Scale y la Social Phobia Scale con puntajes de corte (Carleton et al., 2009), la LSAS

con puntaje de corte (Liebowitz, 1987; Mennin et al., 2002), el Social Phobia Inventory con

puntaje de corte y la Social Anxiety Scale con puntaje de corte (La Greca & López, 1998; La

Greca & Stone, 1993). Aunque se hace mención de puntos de corte, no todos están

soportados por análisis de curva ROC o al menos los autores no lo reportan.

Respecto al establecimiento del diagnóstico de TAS con la ayuda de algunas de las

mencionadas herramientas, hay evidencia de que este no está sesgado por el sexo, edad,

trastornos comórbidos ni el tipo de miedo social experimentado, sino que la varianza hallada

entre estos grupos representa distribuciones reales en la población (Crome & Baillie, 2015;

Crome, Baillie & Taylor, 2012). Aunque en el 2007, Etkin y Wager sugerían que la

hiperactivación de la amígdala y la ínsula podrían convertirse en criterios útiles a la hora de

establecer un diagnóstico en trastornos de ansiedad, los cambios que hubo en los criterios

diagnósticos del TAS del DSM-IV al DSM-V, sólo incluyeron la extensión del tiempo a al

menos 6 meses de síntomas sin importar la edad para cumplir con el criterio y que quien debe

juzgar si los miedos son exagerados o no es el clínico y no el paciente (Crome & Baillie,

2015).

Ahora bien, a la hora de buscar un tratamiento para el TAS, existen diferentes

propuestas entre la farmacoterapia y la psicoterapia, además de propuestas acerca de lo que

debería tratar una terapia. Según Dilbaz et al. (2011), entre los fármacos propuestos en la

literatura, los antidepresivos tricíclicos y los bloqueadores beta no han mostrado una buena

efectividad o han mostrado resultados mixtos, mientras que algunos antipsicóticos atípicos

han mostrado algunos efectos ansiolíticos, al igual que algunos anticonvulsivantes

(gabapentina, pregabalina, levetiracetam), pero estos necesitan más estudios. Estos mismos

autores señalan que investigaciones han demostrado cierta efectividad en el caso de las

benzodiacepinas, la fenelzina y la venlafaxina, pero por sus efectos secundarios y

restricciones dietarias no son recomendables como primera opción. Agregan que en el caso

de los inhibidores reversibles de la monoamina oxidasa A, hay mayor tolerabilidad, pero

Page 23: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

23

menor eficacia que con la fenelzina. Finalmente, señalan que los fármacos que se reportan

con mayor eficacia y tolerabilidad son la fluoxetina, fluvoxamina, sertralina, escitalopram,

citalopram y paroxetina (todos estos últimos son inhibidores selectivos de la recaptación de la

serotonina, ISRS).

Alteraciones funcionales en amígdala, hipocampo e ínsula se han logrado regular

mediante terapia psicofarmacológica y terapia de exposición. También se ha hallado

reducción de la activación en corteza bilateral occipital y temporal mediante el uso de

antidepresivos, la TCC y la Reducción del Estrés Basada en Atención Plena. Entre los

antidepresivos, el tratamiento con escitalopram durante 12 semanas se ha asociado a la

disminución bilateral del grosor de la corteza temporal superior (Brühl et al., 2014). Los

ISRS y la oxitocina tienen un efecto sobre la amígdala que reduce su sobreactivación en TAS

cuando los pacientes observan rostros amenazantes o cuando tienen que hablar en público

(Labuschagne et al., 2010); además, un ISRS como el citalopram ha mostrado reducción en

síntomas de ansiedad social en TAS asociado a reducción de activación de la amígdala,

ínsula, hipocampo y la corteza parahipocampal (Freitas-Ferrari et al., 2010). También se han

hallado efectos favorables de la administración de cortisol en pacientes con TAS, los cuales

han reportado menores niveles de ansiedad en situaciones de evaluación social tras haber

recibido el cortisol (van Peer, Spinhoven & Roelofs, 2010).

Por otra parte, se ha señalado cómo, actualmente, terapias cognitivas y conductuales

están ampliamente aceptadas como efectivas para el TAS, con diversos estudios reportando

grandes tamaños del efecto (Cuijpers et al., 2016; Schweden et al., 2016), por ejemplo, la

terapia cognitivo conductual individual (cara a cara y por internet) y grupal (Clark et al.,

2006; Dear et al., 2016; Mahoney & McEvoy, 2012; Mörtberg, Clark & Bejerot, 2011), la

terapia de exposición (Gregory & Peters, 2016), la terapia cognitiva residencial y la terapia

interpersonal residencial (Borge et al., 2010). Dear et al. (2016) encontraron que no había

diferencias entre las respuestas a diferentes formatos de TCC por parte de pacientes con TAS

(transdiagnóstico, específico al trastorno, autoguiado o guiado por un terapeuta), siendo todos

estos efectivos y con grandes tamaños del efecto. Resultados similares también fueron

hallados para el trastorno de pánico, trastorno de ansiedad generalizada y depresión mayor.

Respecto a la terapia cognitivo-conductual (TCC), diferentes autores han señalado su

efectividad e idoneidad en el tratamiento del TAS (Dilbaz et al., 2011; Rheingold et al., 2003;

Stein & Stein, 2008; Spence & Rapee, 2016), aunque llama la atención que la evidencia

apunta a que, pese a que la TCC reduce los niveles de ansiedad durante y después de una

interacción social, no reduce los niveles de ansiedad anticipatoria (Morrison et al., 2016a). En

Page 24: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

24

este tipo de terapia, se trabaja sobre las creencias de los sujetos y las conductas evitativas que

tienden a mantener el trastorno (Stein & Stein, 2008). Sumado al trabajo sobre conductas

evitativas y creencias, otras propuestas acerca de los posibles objetivos que deberían

perseguir los tratamientos son las habilidades sociales, y los sesgos atencionales e

interpretativos. (Haller, Kadosh, Scerif & Lau, 2015; Heeren & McNally, 2016; Rheingold et

al., 2003; Vroling et al., 2016, Spence & Rapee, 2016).

Ahora bien, Gregory y Peters (2016) han señalado que hallazgos recientes apuntan a

mayores efectos asociados a la TCC individual en comparación a la aplicación grupal de esta

terapia. Además, en la revisión de estos autores, afirman que los cambios en conceptos

relacionados al “self”, como las creencias y pensamientos negativos relacionados a sí mismo,

autoestima implícita y explícita, auto-esquema, AAE y auto-evaluación, no sólo mejoran con

la TCC, sino que además median y/o predicen la reducción de los síntomas de ansiedad

social, aunque son pocos los estudios que investigaron estos efectos. Norton y Abbot (2016)

han subrayado la eficacia de tratamiento dirigidos a intervenir estos conceptos, como el

Entrenamiento en Atención y el Entrenamiento en Concentración en la Tarea.

Un meta-análisis de 2008 halló que, en términos de eficacia, la combinación de

terapia cognitiva con terapia de exposición (es decir, TCC) no tiene efectos mayores a los que

producen ambas terapias por sí solas (Powers, Sigmarsson & Emmelkamp, 2008). Bouchard

et al (2008), por su parte, encontraron que la TCC con un componente de terapia de

exposición por realidad virtual, era más efectiva que la TCC con exposición en vivo, mientras

que Kampmann et al. (2016) hallaron que la terapia de exposición en vivo, sin componentes

cognitivos añadidos, es más efectiva en pacientes con TAS que la terapia de exposición por

realidad virtual.

Entre los tratamientos que se han enfocado en aspectos cognitivos del TAS, la

modificación de sesgo atencional (MSA) ha sido probada en adultos con este trastorno, en

donde se encontró una reducción en el sesgo hacia rostros amenazantes, un aumento en el

sesgo hacia rostros positivos y una reducción en los síntomas de ansiedad social. Sin

embargo, no se halló relación entre la disminución del sesgo atencional y la disminución de

los síntomas de ansiedad social (De Voogd, Wiers, Prins & Salemink, 2014). Una versión de

MSA dirigida específicamente a sesgos de interpretación fue empleada en niños con TAS, sin

encontrar efectos significativos sobre los síntomas de ansiedad social, aunque el tratamiento

fue realizado con una menor intensidad temporal que en otros estudios donde sí se han

hallado efectos significativos (Orchard, Apetroaia, Clarke & Creswell, 2017).

Adicionalmente, Ng y Abbot (2016) han señalado que hay creciente evidencia de que

Page 25: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

25

técnicas de reescritura de imaginería contribuyen a la disminución de los síntomas de

ansiedad social.

Se ha sugerido también tener en cuenta las relaciones que se establecen entre los

distintos factores asociados a la etiología y mantenimiento del TAS a la hora de elaborar

programas terapéuticos (Spence & Rapee, 2016). En particular, el estudio de Heeren y

McNally (2016) propone un análisis sistémico de las interacciones entre algunos de estos

factores, identificando nodos centrales que presentan la mayor influencia hacia los demás

nodos en un sistema dinámico, que constituiría al TAS al menos hasta cierto punto. Estos

autores proponen que una aproximación terapéutica que apunte a trabajar directamente sobre

estos nodos de alta influencia, podría generar un efecto cascada que se distribuya por todo el

sistema, propiciando beneficios terapéuticos al desactivar los demás nodos que ayudan al

sostenimiento del trastorno.

Ahora bien, según reportan Spence & Rapee (2016), hay creciente evidencia de que

las aproximaciones clásicas de las TCC dirigidas a trastornos de ansiedad, son menos

efectivas en el TAS que en otros de estos trastornos, por lo cual argumentan que se deben

desarrollar e implementar tratamientos específicos al TAS, esto es, que se enfoquen en

aquellos aspectos puntuales que contribuyen a la etiología y sostenimiento del trastorno, más

que a los factores asociados a los trastornos de ansiedad en general. En el caso opuesto, Brühl

et al. (2011) apuntan a diseñar estrategias terapéuticas generales para tratar los trastornos de

ansiedad, basados en hallazgos acerca de funcionamientos neurobiológicos que el TAS

compartiría con otros trastornos de ansiedad. Como tal, estos autores se refieren a patrones de

activación funcional de diferentes estructuras cerebrales que no se presentan en sujetos sanos

y que se presentan ante estímulos emocionales con contenido no específico al TAS, lo que,

según reportan, indicaría una alteración general del procesamiento emocional.

Burklund et al. (2015) mencionan que es importante que los tratamientos mejoren la

actividad reguladora de la corteza prefrontal sobre la amígdala, estructura de procesamiento

emocional que muestra una actividad alterada en el TAS. Los autores mencionan que las

tareas de etiquetar emociones ayudarían a desarrollar estrategias poco usadas de control

emocional, que según estos se refleja en una activación de la corteza prefrontal ventrolateral

derecha (CPFvld). Los autores afirman que algunas TCC en su componente de

reestructuración cognitiva, de hecho, usan tareas de etiquetar emociones. La TCC también se

ha hallado relacionada a la atenuación de la hiperconectividad de la amígdala con la corteza

cingulada anterior dorsal (CCAD) y la corteza prefrontal dorsomedial (CPFdm),

Page 26: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

26

concomitantemente a una disminución significativa de los síntomas en pacientes con TAS

(Minlan et al., 2016).

Haller et al. (2015) también apuntan a que los pacientes con TAS mejoren su propia

regulación emocional. Particularmente, mencionan la efectividad del neurofeedback basado

en imagen por resonancia magnética funcional (IRMf-NF) para lograr este objetivo. Estos

autores se centran en la adolescencia como periodo crítico, debido a la neuroplasticidad

inherente a esta fase, reflejada en los cambios anatómicos y funcionales que atraviesa el

sistema nervioso, y señalan que el IRMf-NF puede actuar directamente sobre estos cambios,

razón por la cual sería un tratamiento ideal en la adolescencia.

Además del IRMf-NF, otra de las herramientas terapéuticas que apunta a la

modulación de la actividad del sistema nervioso es la estimulación magnética transcraneal

(EMT). Aunque de desarrollo más reciente, existe evidencia de que la EMT puede ser

efectiva para reducir los síntomas de ansiedad cuando se estimula la corteza prefrontal

dorsolateral derecha (Pallanti & Bernardi, 2009).

Finalmente, se ha propuesto tomar como referencia para medidas de prevención, en

adolescentes y niños con riesgo de desarrollar TAS, la presencia de sesgos cognitivos (como

el tender a considerar más desgastante, en términos de esfuerzo, el entrar en una situación

social que lo que lo considera quienes no están en riesgo de desarrollar el trastorno) o rasgos

de personalidad (traits) como la inhibición conductual (IC; Rheingold et al., 2003; Spence &

Rapee, 2016). Sobre este último, Spence y Rapee mencionan que un ambiente positivo para

el desarrollo social a partir de la crianza (refiriéndose a lo que en inglés se denomina

parenting) interacciona con la IC, reduciendo su impacto y funcionando como un factor

protector frente al TAS.

Page 27: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

27

Evidencia experimental

Se ha subrayado que la evidencia apunta a una conjunción de diferentes factores como

patogénesis del TAS, en donde están involucrados factores genéticos, neurobiológicos,

contextuales (influencia del medio) y psicológicos (Bas-Hoogendam et al., 2016). En el caso

de los factores neurobiológicos, se ha señalado que patrones de activación alterados en

circuitos corticolímbicos y corticoestriados han sido vistos como causantes o responsables del

sostenimiento del TAS (Taddei et al., 2010). Sin embargo, estructuras de alta relevancia en el

estudio del TAS, como la amígdala que, consistentemente, ha mostrado hiperactivación en

estos pacientes frente a estímulos amenazantes, ha demostrado no ser un biomarcador

específico del TAS (Schwartz, Wright, Shin, Kagan & Rauch, 2003).

Se ha señalado que, lo más común en los estudios de TAS, es encontrar

hiperactivación en amígdala bilateral, ínsula bilateral, corteza prefrontal medial (CPFm) y

prefrontal ventrolateral (CPFvl) bilateral, corteza cingulada anterior (CCA) y corteza parietal

bilateral frente a estímulos sociales amenazantes y estímulos emocionales no sociales

(Boehme et al., 2015b, Brühl et al., 2014), pero Etkin y Wager (2007) agregan que, además,

se ha hallado hiperactivación, en el giro parahipocampal, giro fusiforme, giro frontal inferior

y giro temporal superior. Boehme et al. (2015a) comentan que se ha hallado patrones de

activación anormal en la CPFm, la CCA y la corteza orbitofrontal (COF) en personas con

ansiedad social cuando estos anticipan o son enfrentados a estímulos sociales amenazantes.

Respecto a la CPFm, por ejemplo, estos autores reportan dos estudios de neuroimagen en los

que se observó una activación acrecentada de esta estructura cerebral cuando pacientes con

TAS recibían un feedback negativo acerca de sí mismos (Blair et al., 2008, 2011). Sin

embargo, agregan que estos resultados no se replicaron en una muestra de ansiedad social

subclínica (Abraham et al., 2013).

Adicionalmente, reportaron mayor activación, en sujetos con ansiedad social alta vs

sujetos con ansiedad social baja, en CPFm, la unión temporoparietal (UTP) y el polo

temporal cuando enfocaban su atención sobre sus propios estados mentales y corporales al

observar un video de una persona hablando (en una tarea de simulación de conversación), de

acá que sugieren que habría un funcionamiento alterado de la CPFm durante procesos de

introspección y procesamiento de información autorreferencial, en particular acerca de los

puntos de vista de otros sobre sí mismo. Además, en ese mismo estudio, los autores

encontraron que al medir la AAE como un rasgo de personalidad (AAE-rasgo), esta se

correlacionaba con la activación en CPFm, UTP, ínsula derecha y la porción posterior de la

Page 28: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

28

corteza cingulada (CCP) en los sujetos con ansiedad social alta. Al respecto, sugieren que

dado que la CCP ha sido asociada al uso de la memoria autobiográfica para decidir si un

estímulo es autorreferencial o no, la correlación con AAE-rasgo podría indicar mayor uso de

información autobiográfica (Boehme et al., 2015a), coherente con hallazgos previos sobre

mayor recuerdo de información autorreferencial negativa y eventos pasados negativos

durante situaciones sociales estresantes en pacientes con TAS.

Es también relevante la correlación que encuentran entre AAE-rasgo y la activación

de la ínsula derecha, lo que para ellos sugiere una percepción exagerada de los estados

corporales producto de las respuestas de ansiedad, pues la ínsula ha sido asociada con la

función interoceptiva. Para los autores, el AAE-rasgo estaría mediando la relación entre

ansiedad social e ínsula. Dado que no encontraron una activación mayor en los sujetos con

ansiedad social alta de la CCA, COF y amígdala, los autores sugieren que estas estructuras no

se relacionan tanto con AAE, sino con el procesamiento de amenazas y la interacción

cognitivo-emocional en la ansiedad social. Finalmente, señalan que, pese a que AAE no

aumenta las emociones negativas en ansiedad social subclínica, sí representa un factor de

riesgo para el desarrollo del TAS, pues puede desencadenar una serie de percepciones,

razonamientos y conductas que aumenten la ansiedad.

Además de las estructuras mencionadas, Brühl et al. (2011) agregan que también se

ha reportado una activación aumentada en el hipocampo. Sin embargo, señalan que la

mayoría de estudios de IRMf han usado tareas con contenido específico al trastorno, esto es,

con estímulos sociales, siguiendo la hipótesis de la especificidad de Mineka y Ohman (2002)

según la cual las reacciones fóbicas son elicitadas por un módulo de miedo que responde sólo

a los estímulos relevantes a la fobia. Reportan la existencia de un estudio que no ha usado

contenido específico al TAS, apuntando al procesamiento emocional general, en el cual se

halló mayor reactividad bilateral de la amígdala y la ínsula a imágenes con contenido

emocional. Además, la actividad de la amígdala se correlacionó con la severidad del

trastorno, y la actividad de la ínsula con la ansiedad como rasgo de personalidad (trait

anxiety; Shah, Klumpp, Angstadt, Nathan & Phan, 2009).

Brühl et al (2011), diseñaron entonces un estudio en el que pretendían observar las

respuestas funcionales del cerebro de pacientes con TAS a estímulos emocionales negativos y

con valencia desconocida que no tenían contenido específico al trastorno. Los principales

resultados fueron un aumento de activación en amígdala, parte superior del mesencéfalo,

regiones temporales y occipitales, y regiones laterales y mediales de la corteza prefrontal.

Además, disminución de activación en COF y la CPFvl. A partir de estos resultados, los

Page 29: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

29

autores sugieren que sus hallazgos apuntan a alteraciones en el procesamiento emocional de

estímulos no sociales. Derivado de ello, plantean que podría hablarse de una susceptibilidad

general a los trastornos de ansiedad, representada en alteraciones funcionales compartidas por

estos trastornos en redes neuronales de procesamiento emocional. Sugieren que la

especificidad del TAS correspondería a una superposición de experiencias sociales o

predisposiciones genéticas.

Por lo demás, Brühl et al. (2011) analizan las regiones que tuvieron un

funcionamiento distinto en los pacientes con TAS en su investigación y las agrupan en cuatro

dominios funcionales: 1) un dominio basal-emocional compuesto por la amígdala, 2) un

dominio de modulación neuronal abajo-arriba y modulación fisiológica arriba-abajo

compuesto por la parte superior del mesencéfalo, 3) un dominio perceptivo-atencional

compuesto por regiones occipitales, parietales y talámicas, 4) y un dominio de integración

cognitivo emocional compuesto por regiones prefrontales.

Se aprecia entonces que las alteraciones en el TAS no son sólo emocionales sino

también regulatorias, representadas por cambios en el funcionamiento de la corteza

prefrontal. Burklund et al. (2015) informan acerca de dos estudios en los que al comparar

pacientes con TAS con un grupo control a la hora de usar reevaluación cognitiva para regular

sus emociones, se hallaron alteraciones funcionales en regiones regulatorias de la corteza

prefrontal (Goldin, Manber, Hakimi, Canli & Gross, 2009a; Goldin, Manber-Ball, Werner,

Heimberg & Gross, 2009b). Sin embargo, estos autores argumentan que el uso de una

herramienta de regulación explícita y voluntaria como la reevaluación cognitiva es una fuente

de error a considerar, pues entra a jugar la disposición y la destreza de quien la usa. Por ello,

diseñaron un estudio en el que evaluaron la actividad cerebral de pacientes con TAS mientras

estos usaban una forma de regulación emocional implícita y automática, representada por una

tarea de etiquetamiento de emociones.

En dicho estudio, a los autores también les interesaba evaluar la capacidad de

regulación emocional en función de la comorbilidad, por lo que construyeron un primer

grupo con comorbilidad de depresión y un segundo con otro trastorno de ansiedad diferente al

TAS. Los autores encontraron que, al tomar todos los pacientes con TAS, sin separarlos por

comorbilidad, se halló una actividad aumentada de la amígdala en comparación con los

controles, sin embargo, al comparar los grupos individualmente, esta diferencia sólo fue

significativa entre el grupo con depresión y los controles. Además, hallaron que, a diferencia

de los controles, en el grupo completo de pacientes con TAS hubo una correlación positiva

entre la actividad de la amígdala y la CPFvld, lo que para los autores sugiere una

Page 30: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

30

comunicación alterada entre estas dos estructuras. Aducen, además, que los pacientes con

TAS, particularmente cuando hay comorbilidad de depresión, tienen dificultades para regular

respuestas emocionales a estímulos negativos y que debido a que la tarea usada reduce la

variabilidad intersujeto, el problema no está en la estrategia usada sino en las estructuras

neuronales y los procesos automáticos que las controlan, lo que para ellos sugiere que incluso

cuando alguien con TAS quiere regular su respuesta emocional voluntariamente, este

esfuerzo no necesariamente reduciría dicha respuesta.

La amígdala ha recibido amplia atención dentro del estudio del TAS. Ya en 1998, un

estudio de IRMf encontraba hallazgos preliminares que asociaban la activación de la

amígdala bilateral con el procesamiento de rostros con expresión emocional neutra en

pacientes con TAS (Birbaumer et al., 1998). Al fenómeno de la hiperactivación de la

amígdala en pacientes con TAS (que también ocurre en fobias específicas y TEPT) se le ha

caracterizado como un indicador de una exagerada participación del circuito del miedo, en

tanto que en personas sanas también se ha observado de forma consistente activación de la

amígdala en condicionamiento del miedo (Etkin & Wager, 2007). Boehme et al. (2015b) han

afirmado que esta hiperactivación pareciera no estar asociada con la incrementada atención

hacia estímulos sociales amenazantes que presentan los pacientes con TAS, en tanto que no

hallaron evidencia que asociara la actividad de esta estructura con el efecto de interferencia

emocional que produce en los pacientes el presentar palabras con contenido social

amenazante al realizar una tarea de stroop emocional. Cabe destacar, sin embargo, que

Kolassa y Miltner (2006) no hallaron este efecto de interferencia en los tiempos de respuesta

cuando se usaban rostros de ira en vez de palabras sociales en una tarea de stroop emocional

en pacientes con TAS.

El nivel de respuesta de la amígdala ha sido relacionado con la intensidad emocional

del estímulo presentado, el cual, en pacientes con TAS, ha mostrado ser alto frente a rostros

emocionales, además de frente a contenido verbal social, condicionamiento aversivo y

eventos sociales estresantes como hablar en público (Freitas-Ferrari et al., 2010, Laeger et al.,

2014, Schmidt et al., 2010). Llama la atención respecto de la amígdala que, cuando se les

pide a pacientes con TAS que usen técnicas de reevaluación cognitiva, la actividad de esta

estructura tiende a igualarse con la que muestran sujetos control (Brühl et al., 2014).

Adicionalmente, la hiperactivación de la amígdala frente a rostros emocionales, parece ser

más consistente frente a rostros de miedo que frente a rostros de ira (Labuschagne et al.,

2010), aunque también se ha reportado hiperactivación amigdalina frente a rostros alegres y

los ya mencionados neutros (Birbaumer et al., 1998; Straube, Mentzel & Miltner, 2005), así

Page 31: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

31

como estudios que no hallaron una respuesta anormal de la amígdala frente a rostros

emocionales en pacientes con TAS (Demenescu et al., 2013).

Por otro lado, se ha observado una menor conectividad entre la CPF y la amígdala y

dentro de la CPF en pacientes con TAS. Particularmente, se ha hallado evidencia de que la

severidad de los síntomas del TAS está inversamente relacionada a la conectividad amígdala

izquierda-CPF ventromedial (CPFvm) y amígdala izquierda-COF (Laeger et al., 2014).

Adicionalmente, también se ha encontrado que la amígdala presenta una conectividad

aumentada con regiones relacionadas al procesamiento facial y de memoria de trabajo

autoreferencial (CPFdm, CCP, UTP) durante estados de reposo (Pannekoek et al., 2013;

Yoon et al., 2016) y, durante tareas que implican autocrítica o percepción de rostros de

miedo, se ha hallado una conectividad aumentada entre la amígdala y la CPFdm/CCA (Blair

et al., 2008; Demenescu et al., 2013), la cual se correlaciona con la intensidad de los síntomas

y se ha encontrado que puede ser normalizada tras la participación del paciente en un

tratamiento de TCC (Minlan et al., 2016).

El meta-análisis de Brühl et al. (2014) halló, sin embargo, que hay resultados mixtos

respecto a la conectividad de la amígdala con regiones pre y orbitofrontales (aunque con una

tendencia a haber mayor conectividad), así como con regiones temporales. Cabe destacar que

estos resultados fueron encontrados cuando se usaba la amígdala como semilla en los análisis

de conectividad, pero cuando se usaban regiones prefrontales u orbitofrontales como semilla,

no se detectaron diferencias con grupos control. Adicionalmente, estos autores hallaron que el

cúneo, precúneo y CCP, aunque hiperactivos en TAS, se encuentran desacoplados funcional

y estructuralmente de otras redes, como el sistema límbico, la red cíngulo-opercular o la red

ventral anterior, a comparación de sujetos control. Gentili el al. (2009) añaden que estas

estructuras, pertenecientes a la red neuronal por defecto (DMN, por Default Mode Network),

experimentan una desactivación disminuida durante la percepción de rostros expresando

distintas emociones en los pacientes con TAS a comparación de sujetos control.

Por otra parte, frente al fenómeno de la hiperactivación de la ínsula en TAS y en

condicionamiento del miedo, sumado a la conectividad que tiene esta estructura con regiones

como la amígdala, el hipotálamo y el gris periacueductal, se ha propuesto que dicha

hiperactivación podría representar la respuesta fisiológica producida en el contexto de una red

que genera respuestas de miedo a determinados estímulos y que lo hace de manera

incrementada (Etkin & Wager, 2007). Evidencia sobre alteraciones en haces de materia

blanca apoyan los hallazgos sobre conectividad en TAS. Así, por ejemplo, se ha encontrado

un menor volumen del fascículo uncinado izquierdo en estos pacientes, el cual conecta áreas

Page 32: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

32

frontales y temporales, así como también se ha hallado un menor volumen en el fascículo

longitudinal superior (Baur et al., 2011; Baur et al., 2013, Brühl et al., 2014).

Entre otras estructuras cerebrales en las que se ha hallado alteración funcional en

pacientes con TAS, cabe destacar que, durante el procesamiento de palabras con contenido

social amenazante, estos pacientes han mostrado hiperactivación en áreas relacionadas al

lenguaje, como el área de broca y el giro supramarginal/angular izquierdo. Además, dado que

estos resultados se obtuvieron a partir de una tarea de stroop emocional, se pudo hallar

también que la activación en estas áreas se relacionaba con la fuerza del efecto de

interferencia que tenían estas palabras sobre la denominación de colores, a comparación de

palabras neutras (Boehme et al., 2015b). Adicionalmente, durante anticipación de rostros de

miedo, en sujetos con alto riesgo de desarrollar TAS se ha hallado una hiperactivación en el

tálamo derecho y en la corteza visual extraestriada izquierda (Clauss et al., 2014).

Por otra parte, McNaughton y Corr (2004) son muy enfáticos en la importancia que

tiene el hipocampo en la neuropsicología de la ansiedad, pues afirman que estudios

psicofarmacológicos han mostrado incidencia directa de todas las clases de ansiolíticos sobre

la actividad eléctrica del hipocampo, además de que lesiones en el hipocampo han mostrado

efectos conductuales similares a los que producen los ansiolíticos y, adicionalmente, se ha

hallado que los ansiolíticos afectan el desempeño en tests de memoria que se piensa son

sensibles al funcionamiento del hipocampo. Asimismo, estos autores añaden que la amígdala

y, en menor medida el gris periacueductal y el hipotálamo medial, tendrían una participación

en el sistema responsable de las conductas sensibles a los ansiolíticos.

Todas las áreas mencionadas hasta ahora donde se ha hallado alteraciones, han sido

consistentes en la mayoría de estudios. Otras áreas en donde se han identificado alteraciones

menos consistentes incluyen CPFdl y núcleo caudado/accumbens izquierdo y,

adicionalmente, la evidencia apunta a que no hay áreas en las que sujetos controles muestren

mayor actividad que pacientes con TAS (Brühl et al., 2014). Riwkes, Goldstein y Gilboa-

Schechtman (2015) añaden evidencia importante al hallar que el patrón temporal de

activación en pacientes con TAS frente al procesamiento de rostros emocionales muestra una

hipoactivación inicial en el giro fusiforme derecho, en la ínsula y en la CPFdl derecha,

mientras que posteriormente, se observó una hiperactivación en el giro fusiforme derecho y

en la CPFdl derecha. Adicionalmente, Bourne y Vladeanu (2011) reportaron que personas

sanas con altos niveles de ansiedad social muestran una mayor lateralización derecha en el

procesamiento de emociones faciales, mientras que cuando los sujetos reportaban mayores

niveles de activación fisiológica asociada a ansiedad social, había una menor lateralización o

Page 33: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

33

incluso una tendencia a una lateralización izquierda, efectos que sólo fueron hallados en

hombres y no en mujeres.

En lo que respecta al estado estructural del cerebro, la evidencia apunta a que no hay

alteraciones ni en el volumen cortical ni en el volumen global de materia blanca en pacientes

con TAS (con la mencionada excepción del fascículo uncinado y longitudinal superior), y

cuando se han detectado, no han sido consistentes, aunque con algunas excepciones, como

disminución del volumen de materia gris en COF e ínsula y aumento en regiones parietales y

temporales (Bas-Hoogendam et al, 2016). Llama la atención que, pese a la afirmación de

Brühl et al. (2014) según la cual no hay mayores alteraciones estructurales en el cerebro de

pacientes con TAS, sí se ha hallado evidencia de que hay un volumen reducido en la amígala

e hipocampo de adultos con TAS (Irle et al., 2010).

Ahora bien, no sólo se han estudiado las estructuras cerebrales en el TAS, sino

también los sistemas de neurotransmisores. Dilbaz et al. (2011) refieren que, si bien varios

neurotransmisores pueden ser relevantes al trastorno, los que más han sido estudiados son la

serotonina y la dopamina. Respecto a la serotonina, afirman que la efectividad de los ISRS en

el tratamiento del TAS subraya la importancia de este neurotransmisor en la neurobiología

del trastorno. Sin embargo, no es este solo hecho el que soporta las afirmaciones de los

autores, quienes comentan que la serotonina ha estado involucrada en modelos animales de

miedo y ansiedad, que variaciones alélicas en genes relacionados a la serotonina ha mediado

la responsividad de la amígdala tanto en controles como en pacientes con TAS y además, con

relación a algunas estructuras que se han mencionado como la amígdala, la CCA, la ínsula y

el núcleo dorsal del rafe, los autores señalan que en un estudio de TEP (tomografía por

emisión de positrones) de 2007 se halló un menor potencial de unión (binding potential) del

receptor de serotonina 5HT-1A en estas regiones en pacientes con TAS que en controles

(Lanzenberger et al., 2007).

En el caso de la dopamina, los autores reportan dos estudios de SPECT (por sus siglas

en inglés, single photon emission computed tomography) en el que se hallaron alteraciones en

la región del estriado, particularmente una menor densidad de sitios de recaptación de

dopamina y un menor potencial de unión del receptor de dopamina D2 en pacientes con TAS

comparados con controles (Tiihonen et al., 1997, Schneier et al., 2000), aunque un estudio

más reciente encontró evidencia en la dirección contraria (van der Wee et al., 2008) y otro no

encontró diferencias entre grupos (Schneier et al., 2009). Además, agregan que pacientes con

enfermedad de Parkinson, los cuales muestran hipofuncionamiento del sistema

dopaminérgico, tienen un riesgo aumentado de desarrollar TAS. Por otro lado, los autores

Page 34: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

34

refieren también que se ha encontrado que factores genéticos y rasgos de personalidad, tienen

una influencia al menos moderada en la aparición del TAS. También, en otros estudios, se ha

hallado evidencia de un aumento de los niveles de glutamato y glutamina en regiones como el

tálamo y la CCA en pacientes con TAS, así como menor concentración de GABA en el

tálamo (Phan et al., 2005; Pollack, Jensen, Simon, Kaufman & Renshaw, 2008).

Respecto a otros agentes neuroquímicos, se ha hallado que la administración de

cortisol en personas sanas con alta ansiedad social y pacientes con TAS en tareas que miden

tiempos de reacción en las respuestas de aproximación o evitación frente a rostros que

expresan una emoción, provoca respuestas de evitación más rápidas frente a rostros que

expresan ira, además de aumento en la amplitud de algunos potenciales evocados, como el

P150 y el P300. Además, la relación entre niveles de cortisol y respuestas de evitación parece

estar mediada por la severidad de los síntomas de ansiedad social (van Peer et al., 2007; van

Peer, Spinhoven, van Dijk & Roelofs, 2009). Sin embargo, los efectos del cortisol en

pacientes con TAS sobre los potenciales mencionados, se invierten cuando los estímulos

amenazantes son enmascarados, como en una tarea de stroop emocional, lo cual estaría

relacionado con una reducción en el uso de estrategias de control cognitivo (van Peer et al.,

2010).

También hay evidencia de que, en pacientes con TAS, la administración de cortisona

1 hora antes de la participación en un evento estresor de carácter socio-evaluativo, reduce los

síntomas auto-reportados tanto en la fase de exposición, como en las fases de anticipación y

recuperación (Soravia et al., 2006). Así mismo, estudios muestran que la oxitocina tiene un

efecto prosocial y reductor de la ansiedad, el cual se estaría gestando a través de la activación

de interneuronas gabaérgicas en la amígdala (Huber, Veinante & Stoop, 2005), de manera

que, por ejemplo, pacientes con TAS que muestran hiperactividad de la amígdala bilateral

cuando son expuestos a rostros de miedo, tras administrarles oxitocina, presentan una

normalización de dicha actividad (Labuschagne et al., 2010). Entre otras diferencias químicas

que se pueden observar en el cerebro de personas con TAS, está una reducción de N-acetil-

aspartato (NAA) en regiones corticales y subcorticales, así como también menos Colina (Co)

y Creatina (Cr) en el caudado, en tálamo y otras regiones subcorticales (Davidson et al.,

1993). Estudios posteriores, también detectaron menores amplitudes de NAA/Cho y mayores

de Cho/Cr, myo-inositol(mi)/Cr y mi/NAA en áreas de materia gris corticales en pacientes

con TAS en comparación con sujetos controles (Tupler et al., 1997).

Una técnica que también se ha usado en el estudio del TAS es la de los potenciales

evocados. Ya se hacía mención de cómo algunos de estos se veían modulados por la

Page 35: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

35

administración de cortisol, a lo que se suma que se ha encontrado evidencia de que el

potencial de Negatividad Asociada al Error presenta una mayor amplitud en pacientes con

TAS. Este potencial está relacionado con el monitoreo del desempeño propio y en estos

pacientes, no se ve alterado tras un tratamiento con ISRS (Kujawa et al., 2016). Igualmente,

se ha hallado un aumento de amplitud del potencial N4 en pacientes con TAS, en

comparación con personas sanas, en especial si los pacientes presentan depresión comórbida.

Concretamente, este efecto en el potencial N4 se observa cuando a los pacientes, ante frases

sociales ambiguas incompletas, se les presenta una palabra positiva para completar la frase.

Cuando las frases se completan con palabras negativas, no se observan diferencias en este

potencial entre personas sanas y pacientes con TAS (con o sin comorbilidad de depresión). El

efecto mencionado, ha sido interpretado como una falta de sesgo de interpretación positiva en

los pacientes, a comparación de los controles, pues el aumento en el potencial estaría

asociado a una violación de expectativas (Moser et al., 2012). También, el potencial N170

(sobre el área temporoparietal derecha) ha mostrado mayor amplitud en pacientes con TAS

en comparación con personas sanas en tareas de reconocimiento de emociones cuando les son

presentados rostros que expresan ira; además, la amplitud de este potencial presenta una

tendencia a estar asociado con la intensidad de los síntomas de ansiedad social (Kolassa &

Miltner, 2006).

Respecto a la trayectoria de desarrollo del TAS, esta generalmente inicia durante la

adolescencia temprana, manteniendo un curso crónico si no se es tratado (Bas-Hoogendam et

al., 2016). Haller et al. (2015) ponen el énfasis en los cambios que atraviesa el cerebro

durante la adolescencia, señalando que estos se reflejan en un entendimiento más complejo

del mundo social y una reactividad emocional aumentada. Destacan los cambios funcionales

de los circuitos CPF-amígdala-corteza temporal y que esta plasticidad ofrecida por el cerebro

en este periodo, perfila importantes oportunidades para el aprendizaje y abordajes

terapéuticos. Ahora bien, advierten que precisamente por ser un periodo crítico del desarrollo,

representa una fase de vulnerabilidad al TAS, reflejado en el dato que reportan acerca de que

cerca del 75% de los casos más persistentes y extremos de TAS inician en la adolescencia,

con una mediana de edad de 13 años.

Estos autores ilustran el carácter crítico de este periodo para el TAS a través de los

sesgos cognitivos que se han reportado en la literatura, entre los cuales habría sesgos de

atención, interpretación, juicio y expectativa. Definiendo los sesgos cognitivos como

distorsiones sistemáticas maladaptativas del procesamiento de información, señalan que las

redes involucradas en el procesamiento alterado de información en el TAS han sido

Page 36: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

36

reportadas como estructuras que sufren una reestructuración funcional en la adolescencia.

Para los autores, los cambios neuronales propios de la adolescencia podrían magnificar

sesgos previos y/o hacer aparecer sesgos nuevos. Modelos animales informados por los

autores, han mostrado que la deprivación social en la adolescencia en roedores, tiene efectos

conductuales y fisiológicos mediados por problemas en el desarrollo estructural de la corteza

infralímbica y el giro cíngulo, además de una mielinización prefrontal reducida.

Como dato adicional de estudios en modelos animales, cabe resaltar que Bas-

Hoogendam et al. (2016) refieren algunos en los que, particularmente en primates no

humanos, se ha hallado evidencia de que las experiencias severas de ansiedad en edades

tempranas poseen una significativa carga hereditaria. Además, agregan que estos estudios han

apoyado la asociación entre el funcionamiento de la amígdala y ciertos rasgos de

temperamento. Por ejemplo, se ha detectado que, en macacos Rhesus con temperamento

ansioso, hay una respuesta exacerbada de la amígdala tanto en situaciones estresantes como

en situaciones seguras (Fox, Shelton, Oakes, Davidson & Kalin, 2008), además de que, tanto

en monos ansiosos como en niños ansiosos, se ha encontrado una conectividad reducida entre

la amígdala y la corteza prefrontal (Birn et al., 2014).

A nivel psicofisiológico, Mauss, Wilhelm y Gross (2003) reportaron no haber

encontrado diferencias en varias de estas medidas (respiración, ritmo cardiaco, conductancia,

ruborización) entre personas con altos niveles de ansiedad social rasgo (AASR) y bajos

niveles de ansiedad social rasgo (BASR), aunque los participantes con AASR reportaran una

mayor experiencia subjetiva de ansiedad frente a tareas de hablar en público. Estos resultados

fueron hallados de forma consistente tanto en la fase de exposición como en las de

habituación y recuperación. Pese a que estos grupos no eran muestras clínicas, sí se ha

hallado que hay una discrepancia entre la respuesta fisiológica de los pacientes con TAS

cuando estos sienten ansiedad y el reporte subjetivo de dicha ansiedad (Hermann et al., 2002;

McNeil, Vrana, Melamed, Cuthbert & Lang, 1993).

A nivel conductual, Boll, Bartholomaeus, Peter, Lupke y Gamer (2016) pudieron

constatar experimentalmente que, en etapas tempranas de procesamiento, los pacientes con

TAS muestran hipervigilancia hacia estímulos sociales, particularmente los ojos. Sin

embargo, no encontraron evidencia de que, en etapas más tardías de procesamiento, se halle

una tendencia a la evitación de la mirada. Adicionalmente, estos autores identificaron que,

además de la hipervigilancia, hay un retraso en el seguimiento de la mirada del otro en

pacientes con TAS, lo que estos autores atribuyen a una dificultad de desengancharse de

Page 37: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

37

estímulos sociales, es decir, los pacientes con TAS pasan más tiempo observando los ojos de

la otra persona antes de seguir la dirección de su mirada.

En contraste, Schofield, Inhoff y Coles (2013) no encontraron evidencia que señalará

hipervigilancia en atención visual en pacientes con TAS. Sin embargo, mientras que personas

sanas mostraban una tendencia a retirar la atención dirigida a rostros de emociones negativa

(comparadas con rostros neutros) y a no retirarla frente a rostros de expresiones positivas

(comparadas con rostros neutros), en pacientes con TAS no se observaba este trato

diferencial. Sin embargo, sí se halló una tendencia en los pacientes a atender menos a medida

que pasaba el tiempo los rostros de emociones positivas, en comparación con personas sanas.

Así mismo, Se ha hallado que las respuestas de aproximación hacia estímulos amenazantes

(rostros de ira) en pacientes con TAS está mediado por la severidad de los síntomas, en tanto

que estas respuestas son más lentas en pacientes con mayores niveles de ansiedad (van Peer

et al., 2009).

Ahora bien, respecto al procesamiento emocional a partir de rostros, Kret,

Stekelenburg, de Gelder y Roelofs (2015) hallaron que personas con ansiedad social alta, si

bien tienden a atender menos al rostro de otro, lo compensan observando sus manos como

fuente de información emocional, particularmente cuando hay una expresión coherente entre

rostro y cuerpo de una emoción negativa. Así mismo, se han observado otras particularidades

en el procesamiento de la información social, por ejemplo, Laeger et al. (2014) encontraron

que pacientes con TAS consideraban que palabras asociadas a la ansiedad social, pero no

palabras negativas en general, les inducía más ansiedad, mayor activación y eran más

negativas que la percepción que personas sanas tenían de estas. Además, estas percepciones

se correlacionaban con la severidad de los síntomas. Cabe mencionar que también

consideraban que palabras neutras y positivas les inducía más ansiedad que lo que

consideraban a su vez el grupo de personas sanas.

Otro ejemplo de alteración en el procesamiento de información social se puede hallar

en memoria semántica, en donde homógrafos sociales han mostrado tener un efecto de

primado sobre palabras sociales relacionadas al homógrafo en pacientes con TAS, pues al

tener que decidir si el estímulo presentado es una palabra real o no, estos presentan tiempos

de reacción más lentos cuando la palabra tiene carácter social y está relacionada al

significado del homógrafo que se presentó previamente (Jalal & Amir, 2014). Otros

fenómenos reportados en memoria, incluyen el reporte de Yoon et al. (2016) según el cual

pacientes con TAS presentan mayor capacidad de memoria de trabajo autorreferente para

comentarios negativos que personas sanas y a Wenzel, Jackson y Holt (2002), que afirmaron

Page 38: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

38

que no existía claridad acerca de posibles diferencias en pacientes con TAS en su memoria

autobiográfica en comparación a personas sanas, aunque en su estudio, hallaron que los

pacientes con TAS recordaban un porcentaje más alto de recuerdos con afecto negativo

cuando estos eran pareados con claves sociales amenazantes, a diferencia de los participantes

sanos. Estos resultados, reconocen los autores, pese a ser estadísticamente significativos, no

lo son a nivel clínico, pues el porcentaje de recuerdos negativos que recordaban los pacientes

era sólo del 8%.

El patrón atencional en pacientes con TAS no se ha analizado sólo en relación con el

procesamiento de rostros y palabras. Por ejemplo, se ha señalado que el patrón encontrado

con respecto a estímulos emocionales es propio del trastorno, en tanto que la evidencia

apunta a que este no varía en función de la presencia o no de una comorbilidad de depresión

(Kircanski, Joormann & Gotlib, 2015). Por otra parte, adultos, adolescentes y niños con TAS

o ansiedad social subclínica, muestran consistentemente una AAE aumentada en situaciones

sociales, la cual se ha vinculado con mayor cantidad de pensamientos autocríticos y mayor

afecto negativo (Gregory & Peters, 2016). Además, este tipo de atención en TAS se ha

asociado causalmente con mayores niveles de ansiedad, conductas evitativas,

autopercepciones más sesgadas negativamente y dificultades en el desempeño en situaciones

sociales. Adicionalmente, se ha propuesto a la ruminación post-evento o PPE y a la

ruminación anticipatoria, como otros factores que contribuyen a la aparición y sostenimiento

del TAS (Norton & Abbott, 2016).

Nilsson, Lundh y Viborg (2012) encontraron evidencia de que una aproximación

experiencial a la AAE, esto es, basada en hechos concretos y en el momento a momento, en

contraposición a una analítica, es decir, abstracta y elaborada, resulta benéfica para pacientes

con TAS, reduciendo pensamientos negativos posteriores a una situación social. Sin embargo,

los efectos hallados por estos autores fueron pequeños, por lo que ponen en duda su

significancia clínica. Por otra parte, si bien la exposición a los estímulos que desencadenan la

ansiedad ha mostrado reducción de dichos niveles de ansiedad en TAS, cuando se les pide a

los pacientes que se enfoquen en información externa (fuera de sí mismos), este efecto de

reducción aumenta aún más, lo que implica una inversión del característico patrón de AAE

(Wells & Papageorgiou, 1998).

Respecto al PPE, este parece ser disparado particularmente por situaciones de

actuación, como dar un discurso, en comparación con situaciones conversacionales en

pacientes con TAS. Además, un alto afecto negativo junto con atención auto-enfocada y el

uso de conductas de seguridad, están relacionados con la aparición de PPE (Helbig-Lang,

Page 39: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

39

Von Auer, Neubauer, Murray & Gerlach, 2016). Entre otros constructos cognitivos, Teale

Sapach, Carleton, Mulvogue, Weeks y Heimberg (2015) encontraron que el miedo a la

evaluación negativa, miedo a la evaluación positiva, sensibilidad a la ansiedad e intolerancia

a la incerteza aportan varianza de forma independiente a los síntomas de ansiedad social. A

su vez, Calvete et al. (2013) hallaron que esquemas maladaptativos predicen la aparición de

pensamientos ansiosos automáticos en ansiedad social subclínica y que, a su vez, tales

pensamientos contribuyen al sostenimiento de los esquemas maladaptativos.

Así mismo, un factor psicológico al que se le ha atribuido un rol clave en la

patogénesis del TAS, es el condicionamiento del miedo, de manera que, por ejemplo, se ha

hallado evidencia de que pacientes con TAS a menudo recuerdan como desencadenante del

trastorno a diversas experiencias sociales que resultaron traumáticas (Lissek et al., 2008),

aunque Tinoco-González et al. (2015) no hallaron una condicionabilidad al miedo aumentada

en pacientes con TAS. Respecto al punto de las experiencias traumáticas, converge la

perspectiva cognitiva que resalta el papel de la autoimagen en el desarrollo del TAS, pues en

estos pacientes, dicha autoimagen se ha hallado asociada a recuerdos sociales traumáticos

que, a su vez, presentan una relación temporal con el inicio o la intensificación del trastorno

(Hackmann, Clark & McManus, 2000; Ng & Abbott, 2016). Gregory y Peters (2016) señalan

en su revisión que en pacientes con TAS se encuentra de forma consistente la presencia de

una autoimagen negativa, la cual es, además, sostenida desde una perspectiva de observador.

Esta perspectiva de observador en las imágenes negativas, se ha relacionado con mayores

pensamientos negativos, más conductas de seguridad y peor evaluación del desempeño social

propio (Norton & Abbott, 2016).

Adicionalmente, en un estudio en el que Ng y Abbott (2016) encontraron que

pacientes con TAS tienden a subestimar su desempeño a la hora de dar un discurso en

comparación con la valoración dada por otras personas, se halló que la valencia de la

autoimagen evocada durante el discurso no tenía efectos sobre el nivel de ansiedad

experimentado ni sobre los pensamientos ansiosos que tuvieron durante el discurso. Sin

embargo, los pacientes reportaban que las imágenes les provocaba más estrés en comparación

con lo reportado por personas sanas. Pese a todo, hay evidencia de que la autoimagen

negativa presente en adultos con TAS es una consecuencia más que un factor previo a la

aparición de la patología, pues tal autoimagen no estaría presente en adolescentes con TAS

(Alfano, Beidel & Turner, 2008). Llama la atención que, aunque se presenta dicha

autoimagen negativa, Kim, Yoon, Shin, Lee y Kim (2016) hallaron que los pacientes con

TAS tienden a calificar de manera positiva su atractivo facial, aunque los autores

Page 40: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

40

interpretaron este hallazgo como una estrategia de compensación más que como confianza

real en su apariencia.

Por otra parte, se ha descrito que déficits en procesos de cognición social también

constituirían un factor de riesgo para el desarrollo de TAS (Jacobs et al., 2008). En población

subclínica, Sutterby et al. (2012) hallaron que mujeres con ansiedad social alta se

desempeñaban mejor en tareas de cognición social que mujeres con ansiedad social baja,

mientras que no encontraron diferencias entre hombres. Ahora bien, el meta-análisis de

Plana, Lavoie, Battaglia y Achim (2014) reveló que, si bien otros procesos de cognición

social han sido estudiados en TAS, los estudios relativos al estilo atribucional son los que

más se han llevado a cabo en el campo de la cognición social en TAS y los que muestran

efectos más consistentes, esto es, se hallan sesgos cognitivos de manera consistente en el

procesamiento de la información social. También se han detectado déficits en teoría de la

mente, tales que pacientes con TAS atribuyen más intensidad y sentido a las cogniciones y

emociones de otros, que lo que se podría deducir a partir de la información disponible (Hezel

& McNally, 2014). En consonancia, Buhlmann, Wacker y Dziobek (2015) encontraron

dificultades en pacientes con TAS a la hora de inferir pensamientos e intenciones de otras

personas desde la perspectiva de observador, aunque sí podían inferir adecuadamente los

estados emocionales de otros. En contraste, Morrison et al. (2016b) no encontraron

dificultades en empatía cognitiva en los pacientes con TAS. Caso contrario en empatía

afectiva de emociones positivas, es decir, estos pacientes tienden a compartir menos las

emociones positivas expresadas por otros. Adicionalmente, estos autores hallaron que este

efecto se relacionaba con una baja claridad emocional de las emociones propias y una mayor

percepción interpersonal negativa de personas expresando emociones positivas.

También, desde una perspectiva cognitiva apoyada por autores como Aaron Beck y

David Clark, se ha subrayado que un procesamiento sesgado de la información es uno de los

mecanismos centrales en el desarrollo del TAS (Schmidt, Mohr, Miltner & Straube, 2010).

De hecho, dentro de la psicología cognitiva, esta es una de las líneas de investigación más

exploradas al abordar el TAS. El mencionado reciente estudio de Heeren y McNally (2016)

exploró las interrelaciones entre los sesgos atencionales, los síntomas principales del

trastorno y el control atencional (dividido en un componente de alerta, otro de orientación y

otro ejecutivo). Como ya se adelantaba antes, estos autores hicieron una interesante

aproximación al TAS, analizando las variables en una red de relevancia relativa (relative

importance network) que permitía conocer qué tanto una variable predecía a las demás y a su

vez era predecida por las otras, siguiendo una conceptualización de la psicopatología como

Page 41: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

41

un sistema dinámico. De esta forma, los autores reportaron que el componente de orientación

del control atencional era un fuerte predictor de las respuestas de miedo, y estas a su vez de

las conductas evitativas. Por otra parte, tanto el componente de alerta del control atencional,

como los sesgos atencionales (operacionalizados como tendencia a engancharse con

estímulos amenazantes y dificultad para desengancharse de los mismos) fueron predichos por

las conductas evitativas. Cabe resaltar que las respuestas de miedo y las conductas evitativas

fueron evaluadas con la LSAS.

Por lo demás, Heeren y McNally determinaron, a través de análisis de centralidad, que

las variables que más influencia ejercían sobre el resto del sistema son las respuestas de

miedo y evitación y el componente de orientación del control atencional. A su vez, las

variables más influidas por las demás fueron las respuestas de miedo, la tendencia a

engancharse con estímulos amenazantes y las respuestas conductuales de ansiedad durante un

discurso. Además de estos sesgos de atención, otros estudios como el de Rheingold et al.

(2003) han hallado también sesgos de juicio en pacientes con TAS. Estos investigadores

compararon un grupo de adolescentes con TAS con un grupo control, y encontraron que el

grupo con TAS consideraba más probable que tuvieran que pasar por eventos sociales

negativos, así como también consideraban que estos eventos negativos les iba a ser mucho

más demandantes. Aún más, los adolescentes con TAS reportaron que eventos negativos no

sociales también les iban a resultar más demandantes que lo que los controles reportaban en

su caso. De manera similar, se ha hallado evidencia de sesgos hacia estímulos aversivos no

sociales en esta población pues, por ejemplo, estos pacientes presentan una tendencia a

esperar un estímulo incondicionado (EI) aversivo después de un estímulo condicionado (EC)

que no es reforzado por el EI, siendo el EI y el EC olores (Hermann et al., 2002).

También, como ya se mencionó en el apartado sobre clínica, Vroling et al. (2016)

encontraron en su estudio que los pacientes con TAS presentaban lo que los autores

denominan sesgo de creencia (belief bias) con relación a sus propias convicciones, esto es,

tienden a considerar como más creíbles las conclusiones que son coherentes con sus creencias

distorsionadas relacionadas al trastorno e incluso cuando la conclusión es lógicamente

inválida, estos tardan más en decidir que la conclusión es inválida en comparación con

sujetos control. Adicionalmente, se ha hallado evidencia de que existe un procesamiento

atencional sesgado en fases tempranas hacia estímulos sociales amenazantes en pacientes con

TAS, sean estos percibidos de forma consciente o no, como lo han revelado estudios de

potenciales evocados. Estos resultados también han sido hallados en pacientes con ansiedad

social subclínica (van Peer et al., 2010).

Page 42: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

42

Siguiendo con los sesgos, los datos apuntan a que existe un sesgo interpretativo que,

en personas no ansiosas, las llevan a interpretar estímulos sociales ambiguos de forma

positiva. Este sesgo tiende a no estar presente en pacientes con TAS e incluso a invertirse

hacia una interpretación negativa de estos eventos, (Clark & McManus, 2002; Hirsch &

Mathews, 2000) además de ser reforzado cuando se presenta depresión comórbil (Wilson &

Rapee, 2005). Este sesgo interpretativo ha sido relacionado con ruminación sobre estados de

ansiedad, perfeccionismo y miedo de incomodar a otros (Laposa, Cassin y Rector, 2010).

Estos sesgos se presentan tanto en adultos como en niños con TAS (Taddei et al., 2010). Por

otra parte, Hermann et al. (2002) hallaron que los pacientes con TAS tienen un sesgo de

expectativa frente a los EI aversivos, esto es, tienden a creer como más probable que un EI

aversivo ocurra tras un EC, lo que para estos autores significa una dificultad en la adquisición

de señales seguras a partir de estímulos sociales en estos pacientes. Finalmente, cabe destacar

que no ha sido detectado un sesgo de salto a la conclusión ni en pacientes con TAS ni en

personas con ansiedad social alta (Johnstone, Chen & Balzan, 2017; Schlier, Helbig-Lang &

Lincoln, 2015).

En términos de control cognitivo, existe evidencia de que los pacientes con TAS

presentan bajas habilidades para regular sus emociones (Helbig-Lang, Rusch & Lincoln,

2015). Pese a ello, Brühl, Herwig, Delsignore, Jäcke y Rufer (2013) encontraron que cuando

se les pide a pacientes con TAS que usen reevaluación cognitiva, estos son capaces de reducir

la actividad de la amígdala y la ínsula. También, Kingsep y Page (2010) encontraron que los

pacientes con TAS son capaces de suprimir pensamientos relacionados a amenazas sociales,

sin embargo, sugieren que el uso de esta estrategia de control cognitivo probablemente resulta

contraproducente, pues contribuye a la no habituación a estos estímulos desencadenantes de

los estados ansiosos.

El desempeño cognitivo de estos pacientes en pruebas neuropsicológicas también ha

sido estudiado. Graver y White (2007) encontraron que, aunque pacientes con TAS no tienen

problemas a la hora de resolver tests neuropsicológicos, cuando se introduce un estresor

social, empiezan a mostrar algunas dificultades en tests con contenido espacial, como el

WCST, TMT-B y span espacial. En un meta-análisis se halló que, de hecho, los pacientes con

TAS parecen presentar algunas dificultades en tareas de escaneo visual y que implican

habilidades visoconstruccionales, aunque no al punto de considerar que tengan un déficit en

estos dominios (O’Toole & Pedersen, 2011).

Un factor que también ha mostrado tener influencia sobre la aparición del TAS es el

de las relaciones entre padres e hijos como, por ejemplo, el apego inseguro y un estilo de

Page 43: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

43

crianza (parenting style) sobrecontrolador o autoritario (Spence & Rapee, 2016). Knappe,

Beesdo-Baum, Fehm, Lieb y Wittchen (2012) han señalado que la presencia de

psicopatologías en los padres (aunque es un factor con baja especificidad al TAS), así como

conductas parentales que presentan baja calidez emocional y alta sobreprotección y rechazo,

constituyen factores de riesgo para el desarrollo de TAS en los hijos. Llama la atención que,

específicamente, estas conductas representan factores de riesgo para el desarrollo del TAS

cuando la sobreprotección se encuentra en la madre y el rechazo y la baja calidez emocional

en el padre. Es llamativo también, que el TAS parece tener un componente cultural fuerte,

pues en culturas orientales hay una menor prevalencia del trastorno, siendo que incluso las

conductas socialmente reticentes como las que se presentan en el TAS suelen ser mejor

valoradas en dichas culturas. Se ha conceptualizado, además, un trastorno en Japón llamado

taijin kyofusho, que se considera como una variación cultural del TAS en la cual las personas

temen de manera exagerada ofender o hacer sentir incómodas a las personas con las que

interactúan (Stein & Stein, 2008, Spence & Rapee, 2016).

También se ha hallado efectos de la exclusión social relacionados al TAS. Gutz,

Roepke y Renneberg (2016) encontraron que pacientes con TAS tendían a culparse más que

personas sanas cuando eran expuesto a exclusión social, es decir, se percibían como

responsables de ello. Además, dicha culpabilidad se correlacionaba con una mayor tendencia

al escape y a conductas autolesivas y a emociones negativas autoenfocadas. Adicionalmente,

los pacientes con TAS tendían a sentirse menos en control cuando eran expuestos a

exclusión, y cuando se sentían más en control, las tendencias de escape disminuían. Cabe

destacar también que los pacientes tendían menos a engancharse en actividades placenteras

tras una situación de exclusión, pero había una correlación positiva entre engancharse en

estas actividades y atribuir como razón de la exclusión a situaciones externas.

A los rasgos de personalidad se les ha atribuido también un rol importante en el

desarrollo del TAS, al menos como factor de riesgo (Taddei et al., 2010). Una de las más

estudiadas en TAS es la IC, la cual ha sido conceptualizada como una tendencia a alejarse de

objetos, situaciones y personas poco familiares y nuevas. Este rasgo ha sido asociado a

cambios funcionales en corteza prefrontal (hiperresposividad) y en la DMN (Bas-Hoogendam

et al., 2016), además de su relación con el TAS, siendo el caso que se ha reportado que la IC

durante la niñez aumenta el riesgo de desarrollar TAS por casi cuatro veces más a

comparación de niños que no presentaron IC (Chronis-Tuscano et al., 2009), aunque también

ha sido señalado como un factor de riesgo para los trastornos de ansiedad en general. Sin

embargo, ciertas experiencias sociales en niños con IC como cuidados recibidos por parte de

Page 44: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

44

personas diferentes a la madre, han mostrado efectos protectores frente al desarrollo del TAS

(Almas et al., 2011; Caouette & Guyer, 2014).

En adultos que presentaron de niños IC, se ha hallado hiperresponsividad de la

amígdala frente a rostros nuevos, neutros y temerosos, situación que también ocurre en el

TAS, por lo que se ha sugerido que esta actividad de la amígdala constituiría un factor de

riesgo para desarrollar el trastorno (Clauss et al., 2014). Cabe destacar además que, en niños

con IC, también se ha detectado una mayor amplitud en el potencial ERN (Kujawa et al.,

2016; Lahat et al., 2014). Además de la IC, también se ha asociado al aislamiento social en

niños como un factor de riesgo para el desarrollo de TAS. El aislamiento social constituye un

patrón conductual similar a la IC, sin embargo, a diferencia de la IC, el aislamiento social

implica inhibición también en situaciones familiares, es decir, no extrañas ni novedosas

(Taddei et al., 2010).

Por otra parte, McNaughton y Corr (2004) han sugerido que aspectos de la

personalidad relativos a la sensibilidad al castigo serían los responsables de las diferencias

individuales halladas en lo que denominan distancia defensiva, la cual es conceptualizada

como el nivel de amenaza potencial percibida en un estímulo. A nivel biológico, estos autores

señalan que sería similar a lo que ocurre con fármacos ansiolíticos, pues estos alterarían la

percepción de la distancia defensiva. De la misma forma, ansiolíticos endógenos podrían

producir efectos similares, explicando las diferencias individuales en ansiedad rasgo.

En términos genéticos y de heredabilidad, Bas-Hoogendam et al. (2016) han señalado

que los estudios con gemelos y con grupos familiares apuntan a que la tasa de heredabilidad

del TAS llega a alrededor del 50%. Explorando posibles causas genéticas del TAS, estos

autores propusieron cuatro endofenotipos, 1) funcionamiento y conectividad de la amígdala,

2) funcionamiento de la CPFm, 3) cambios en la conectividad de todo el cerebro y 4)

alteraciones estructurales en el cerebro. Sin embargo, la evidencia que encontraron en la

literatura para estos endofenotipos no es concluyente y se queda en lo sugestivo, por lo que

argumentan que el estudio de endofenotipos en el TAS aún está en etapas iniciales.

Si bien los mencionados autores reportan que hay evidencia que señala una influencia

genética sobre la reactividad de la amígdala, ha sido principalmente a través de rasgos de

personalidad que se ha propuesto la influencia del genoma sobre el desarrollo del TAS. Stein

y Stein (2008) reportan que la introversión ha sido asociada con una variación funcional del

gen receptor adrenérgico beta 1 y en mujeres a dos haplotipos (uno con dos polimorfismos de

nucleótido simple y otro con tres de estos polimorfismos) del gen catecol-O-metiltransferasa.

Otras asociaciones reportadas por estos autores incluyen una detectada entre la IC y el gen de

Page 45: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

45

la hormona liberadora de corticotropina, una entre el polimorfismo 5-HTTLPR de la región

promotora del gen transportador de serotonina y la timidez, otra entre un gen ortólogo

humano del gen RGS2 (asociado a conductas ansiosas en ratones) y la introversión y un

aumento en la activación de la amígdala y la ínsula ante rostros, y otra entre el gen del ácido

glutámico decarboxilasa 1 y el neuroticismo. Más allá de esto, no hay evidencia concluyente

que relacione directamente genes específicos con la aparición del TAS (Spence & Rapee,

2016).

Ahora bien, aparte de los factores de riesgo asociados al TAS, también se ha

reportado factores protectores frente a este trastorno. Por ejemplo, se ha hallado que, el

monitoreo de respuesta en adolescentes que han presentado inhibición durante la niñez, está

asociado a niveles clínicos de ansiedad, por lo que bajos niveles de monitoreo de respuesta

pueden representar un factor protector frente al TAS (McDermott et al., 2009). Así mismo, la

capacidad de regular las respuestas de ansiedad puede resultar protector para niños con alto

riesgo de desarrollar TAS (Clauss et al., 2014), lo cual se relaciona con el ser capaz de

involucrar regiones de control cognitivo como la CCA pues, de hecho, una mayor activación

de esta región, además de una mayor conectividad de esta región con la amígdala, se ha

asociado con menores niveles de ansiedad y mejores habilidades de regulación emocional

(Clauss et al, 2014).

Finalmente, vale la pena mencionar que se han hallado algunas diferencias entre

personas con TAS de acuerdo al sexo, entre las que se encuentra una mayor probabilidad de

que las mujeres reciban este diagnóstico (Rapee & Spence, 2004), fenómeno que no está

asociado a un sesgo en la medición sino a una distribución real del trastorno (Crome et al.,

2012). De hecho, las mujeres tienden a reportar mayores niveles de ansiedad social que los

hombres (Ranta et al., 2007). Esta mayor prevalencia del TAS en mujeres se ha sugerido que

podría estar mediado por factores neurobiológicos y de experiencias sociales (Rapee &

Spence, 2004). También se ha reportado una mayor neurotransmisión dopaminérgica en el

caudado en pacientes hombres que mujeres, revelado por la mayor asociación que hay en este

sexo entre variabilidad en la frecuencia cardiaca y flujo sanguíneo cerebral regional en la

estructura mencionada (Åhs, Sollers, Furmark, Fredrikson & Thayer, 2009).

Page 46: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

46

Evaluación

A continuación, se presentarán algunas de las escalas más usadas en la evaluación del

TAS.

Liebowitz Social Anxiety Scale (LSAS)

Esta escala ha sido diseñada para medir los niveles de miedo y evitación que

presentan los pacientes en situaciones sociales y de actuación, así como para evaluar el efecto

que producen los tratamientos para el trastorno sobre estos síntomas. Es una de las más

usadas y se pueden obtener hasta 7 puntajes a partir de sus componentes. La escala completa

consiste de 24 ítems en los que por medio de una escala Likert, se puntúa la frecuencia con la

que los pacientes responden con miedo o con una conducta evitativa a determinadas

situaciones sociales y de actuación. De dichos 24 ítems, 13 están destinados a evaluar las

conductas en situaciones de actuación, mientras que, los 11 restantes, se enfocan en las

situaciones de interacción social. Por cada situación, se otorga un puntaje tanto para miedo

como para evitación. (Boehme et al., 2015a; Brühl et al., 2011; Burklund et al., 2015; Dilbaz

et al., 2011; Fresco et al., 2001). Brühl et al. (2014) reportan que, en una muestra de estudios

de neuroimagen, los puntajes medios de las muestras de pacientes con TAS en el LSAS se

ubicaban en un rango entre 60 y 100, sin contar un estudio en el que se halló una media

elevada de 133 puntos. Añaden además que el puntaje medio en esta escala al tener en cuenta

todos los estudios revisados es de 75,5 puntos.

Social Phobia Inventory (SPIN)

Este instrumento fue diseñado con propósitos similares a los del LSAS, con la

añadidura de que se incluyó los síntomas fisiológicos en el espectro clínico evaluado.

Consiste en un cuestionario de autoreporte de 17 ítems, aunque también existe una versión

corta de 3 ítems denominada Mini-SPIN (Connor, Kobak, Churchill, Katzelnick & Davidson,

2001; Dilbaz et al., 2011; Stein & Stein, 2008). 6 de los ítems evalúan miedo, 7 evalúan

evitación y 5 evalúan síntomas fisiológicos. Cada ítem es evaluado en una escala de 0 a 4, en

donde entre más alto el puntaje, mayor es la severidad del miedo, evitación o síntoma

fisiológico. Por lo anterior, el puntaje siempre cae en un rango entre 0 y 68; adicionalmente,

se ha propuesto un puntaje de corte de 19 para diferenciar entre pacientes con TAS y

controles sanos (Connor et al., 2000).

Page 47: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

47

Social Phobia and Anxiety Inventory (SPAI)

Es usado para medir el nivel de severidad del TAS y se diseñó para tratar de que fuera

una escala específica al TAS, es decir, que discriminara los síntomas del TAS de los que

podrían ser de otros trastornos de ansiedad. Esta escala fue pensada para cubrir las

dimensiones conductuales, cognitivas y fisiológicas del TAS y está compuesta por 45 frases

autoreferidas acerca de la ansiedad experimentada en diferentes situaciones sociales y no

sociales, las cuales son puntuadas en una escala Likert de 7 puntos concernientes a la

frecuencia. El SPAI está constituido por dos subescalas, una de TAS (32 ítems) y otra de

agorafobia (13 ítems). A la hora de puntuar las subescalas, se suman los puntajes de cada

ítem y a cada sumatoria se le resta la cantidad de ítems de la subescala. Adicionalmente, el

puntaje total se calcula restándole la subescala de agorafobia a la subescala de TAS. El SPAI

fue diseñado de este modo para suprimir el factor asociado a la expresión de agorafobia, y

que la medición capte solamente el efecto del TAS. Aunque los autores originales no

propusieron un puntaje de corte, sugieren que un puntaje mayor a 60 puede ser considerado

como un índice de alerta para tener en cuenta el diagnóstico de TAS (Turner, Beidel, Dancu

& Stanley, 1989).

Social Interaction Anxiety Scale (SIAS) y Social Phobia Scale (SPS)

La SIAS y la SPS son escalas complementarias que fueron diseñadas para dar cuenta

de lo que los autores consideraron son dos componentes distintos de los miedos sociales, uno

relativo al escrutinio social (que se puede pensar de carácter no contingente) y otro relativo a

los encuentros interpersonales (que se pueden pensar, al implicar un intercambio continuo, de

carácter contingente), de manera que estas escalas pudieran ser usadas para fines clínicos y de

investigación. La SIAS cuenta con 19 ítems y la SPS con 20, siendo que cada uno se califica

en una escala Likert de 0-4, en donde se le pide al paciente que puntúe el grado según el cual

siente que el ítem es característico o cierto respecto a sí mismo (Carleton et al., 2009; Mattick

& Clarke, 1998).

Brief Social Phobia Scale (BSPS)

La BSPS ha sido otra de las escalas usadas para abordar la sintomatología del TAS.

Esta escala está compuesta por 11 ítems, 7 que evalúan las situaciones comúnmente temidas

o evitadas y 4 que evalúan el distrés autonómico (Davidson et al., 1991, Dilbaz et al., 2011).

Page 48: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

48

Social Anxiety Scale for Children (SAS-C)

Esta escala fue diseñada pensando en la necesidad de llenar el vacío tecnológico que

existía respecto a instrumentos de medición de ansiedad social en niños. Posee 26 ítems que

se enfocan en dos componentes, miedo a la evaluación negativa por un lado y por el otro

evitación y estrés social. Sin embargo, realmente sólo 9 ítems se enfocan en el miedo a la

evaluación negativa y 13 al otro componente, siendo que los restantes 4 están relacionados

con las preferencias sociales y de actividades de los niños. Los ítems son calificados en una

escala Likert de cinco puntos, reflejando que tan ciertos son los ítems respecto de quien los

responde (La Greca & Stone, 1993).

Brief Fear of Negative Evaluation (BFNE)

La BFNE ha sido usada para medir un constructo que se piensa subyace a trastornos

como el TAS, este es, el miedo a la evaluación negativa. Es una escala corta, constando sólo

de 12 ítems, que se califican con una escala Likert de cinco puntos. Las propiedades

psicométricas de la escala apuntan a que está compuesta por un único factor (Carleton,

McCreary, Norton & Asmundson, 2006).

Fear of Positive Evaluation Scale (FPES)

Dado que recientes modelos del TAS han propuesto que, independiente del miedo a la

evaluación negativa, habría un componente cognitivo adicional del TAS, que constituiría el

miedo a la evaluación positiva. En orden de medir este constructo, se desarrolló la FPES, la

cual consiste en un cuestionario de 10 ítems calificados sobre una escala de 0-9, siendo que

entre más alto el puntaje, más cierto es el ítem respecto a quien es evaluado. Se ha señalado

que un puntaje de corte de 22 genera el más óptimo balance entre sensibilidad y especificidad

para diferenciar entre pacientes con TAS y personas sanas (Weeks, Heimberg, Rodebaugh,

Goldin & Gross, 2012).

Otras

Otras escalas que son usadas con menor frecuencia o que no son usadas sólo en TAS

pero que son relevantes incluyen el State-Trait Anxiety Inventory (Spielberger, Gorsuch,

Lushene, Vagg & Jacobs, 1983), Beck Anxiety Inventory (Beck, Epstein, Brown & Steer,

1988), Hamilton Anxiety Rating Scale (Hamilton, 1959) y la Pediatric Anxiety Rating Scale

Page 49: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

49

(The Research Units on Pediatric Psychopharmacology Anxiety Study Group, 2002) que son

usados para medir ansiedad, además del Beck Depression Inventory (Beck, Steer & Carbin,

1988) que se ha usado para medir síntomas de depresión. También hay algunas escalas que

miden tanto ansiedad como depresión, como la Depression Anxiety Stress Scales (Lovibond

& Lovibond, 1995) y la Revised Child Anxiety and Depression Scale (Chorpita, Yim,

Moffitt, Umemoto & Francis, 2000).

Otros instrumentos han sido usados para constructos más específicos como la

sensibilidad a la ansiedad (Taylor et al., 2007), la intolerancia a la incerteza (Carleton,

Norton, & Asmundson, 2007), la despersonalización (Sierra & Berrios, 2000) y la

desregulación emocional (Gratz & Roemer, 2004). Si bien todas estas escalas pueden ser

usadas a la hora de tomar una decisión diagnóstica, en particular existen instrumentos de

entrevista clínica dirigidos a realizar un diagnóstico, entre los cuales se encuentra la Mini

International Neuropsychiatric Interview (Sheehan et al., 1998), Anxiety Disorders Interview

Schedule for DSM-IV (Silverman & Albano, 1996), Structured Clinical Interview for DSM-

IV-TR Axis I disorders (First, Spitzer. Gibbon & Williams, 1996) y la Composite

International Diagnostic Interview (WHO, 1997). Sin embargo, se han hecho críticas a la

forma en que se diagnostica el TAS, tal que se ha apoyado la idea de que la evaluación

diagnostica del TAS deja por fuera factores que contribuyen a una experiencia diferenciada

del trastorno, particularmente en función del género, incluyendo factores tales como las tasas

de comorbilidad, la severidad que tenían los síntomas al inicio del trastorno, así como la edad

en que apareció el mismo (Bezerra de Menezes, Fontenelle & Marcio, 2008).

Además de las escalas, se han usado distintas tareas para tratar de medir diferentes

aspectos del TAS. El meta-análisis de Brühl et al. (2014) reportó que de 40 estudios de IRMf

en pacientes con TAS, 32 usaron estímulos específicos al TAS (rostros emocionales, críticas

o transgresión social, cogniciones autoreferidas, exposición a escrutinio social, anticipación

de un discurso en público, imágenes de situaciones sociales, voces emocionales negativas y

palabras relacionadas con el TAS), 8 usaron estímulos no específicos al TAS (anticipación y

percepción de estímulos emocionales no sociales, anticipación de recompensa y resultado,

tareas cognitivas e interacciones humano vs computador) y 1 usó un estímulo que los autores

consideraron está a mitad de camino entre ser específico e inespecífico al TAS (tarea

cognitiva que buscaba producir estrés en función del desempeño).

Se han usado tareas para inducir ansiedad en pacientes con TAS, como discursos

improvisados (Beidel, Turner, Jacob & Cooley, 1989; Mauss et al., 2003; Morrison et al.,

2016a; Schweden et al., 2016) o poner material de grabación en el entorno durante una

Page 50: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

50

entrevista clínica, como micrófonos y grabadora de audio y video (Graver & White, 2007).

Ng y Abbott (2016), por ejemplo, usaron una entrevista semiestructurada para que los

pacientes con TAS produjeran imaginería de sí mismos en situaciones negativas, positivas y

neutras, con el fin de que sostuvieran esa imagen durante un discurso improvisado para

estudiar si la valencia de la imagen influía sobre los procesos y síntomas de los pacientes.

Otros enfoques similares incluyen el usar entrevistas semiestructuradas, como el caso de Del-

Monte et al. (2013), quienes usaron la subescala afectivo-motora del MASS (Trémeau et al.,

2008) para evaluar la expresividad en interacciones sociales de pacientes con TAS, por medio

de entrevistas semiestructuradas que fueron grabadas. Esta subescala permitió evaluar cuatro

conductas: sonrisas espontáneas, gestos manuales espontáneos, fluidez del habla y gestos

faciales voluntarios.

Por otro lado, Nilsson et al. (2012) pretendían manipular los niveles de ansiedad de

pacientes con TAS, por lo que indujeron un estado de atención autoenfocada de distinta

índole según el caso por medio de una lista de ítems que tomaron de Watkins y Teasdale

(2004). Estos ítems abordaban sensaciones o síntomas relacionados con la ruminación. Para

inducir un estado de atención autoenfocada analítica, los autores daban la instrucción de

pensar acerca de las causas, significados y consecuencias de cada ítem, los cuales siempre

iniciaban con la consigna “piensa acerca de…”. Para inducir un estado de atención

autoenfocada experiencial, los autores daban la instrucción de enfocar la mente en cada

experiencia señalada por los ítems, los cuales siempre iniciaban con la consigna “enfoca tu

atención en la experiencia de…”.

De forma más interactiva, Gutz et al. (2016) evaluaron el procesamiento cognitivo y

afectivo de la exclusión social en pacientes con TAS. Para inducir el efecto de exclusión, los

autores utilizaron el paradigma Cyberball (Williams & Jarvis, 2006), el cual consiste en un

videojuego de computador, en el cual, se le informa al participante que con este se pretende

evaluar las capacidades de imaginación visual. Así mismo, se le hace creer al participante que

es un juego en línea y que, por lo tanto, lo juega con otros participantes reales. En realidad, el

juego no es en línea, sino que los participantes son simulados y su conducta es manipulada

experimentalmente. En sí, el juego se trata de pasarse una pelota entre los jugadores, en

donde, en la condición experimental de exclusión social, se ajusta a un 16% la probabilidad

de que el participante reciba la pelota.

En general, las tareas usadas en investigaciones de TAS se enfocan en elementos de

índole social. Por ejemplo, Orchard et al. (2017) usaron una tarea de escenarios ambiguos

para evaluar sesgos de interpretación en niños con TAS. Esta tarea consiste en presentar

Page 51: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

51

escenarios sociales habituales para la edad de los niños los cuales eran ambiguos. Estos eran

seguidos por dos razonamientos acerca de los escenarios, uno negativo y uno positivo, frente

a los cuales se les pedía a los pacientes que expresaran la probabilidad de que asumieran cada

explicación. De forma similar, Moser et al. (2012) usaron oraciones que describían escenarios

ambiguos, habiendo tres tipos de escenarios: sociales, no sociales y sociales que enfatizaban

aspectos neutros de la situación. Las oraciones siempre se presentaban incompletas: la

palabra final se presentaba de forma visual tras escuchar la oración y podía ser negativa o

positiva (menos en el caso del tercer tipo de escenario, donde la palabra final siempre era

neutra). Esta era una tarea de decisión gramatical que los autores realizaron con pacientes

adultos, en donde la consigna era que los pacientes determinaran si la palabra final existía o

no.

Otras tareas, se han enfocado en lo que se conoce como cognición social. Morrison et

al. (2016b) evaluaron en pacientes con TAS su nivel de empatía afectiva y cognitiva. Para

ello, usaron una versión adaptada de la tarea de precisión empática (Zaki, Bolger & Ochsner,

2008), la cual consiste en videos de personas que discuten situaciones emocionales positivas

y negativas. El objetivo consiste en que los pacientes puntúen cada cambio afectivo de forma

continua, ya sea de la persona del video o de sí mismo. Estos puntajes son comparados con

los cambios reportados por la persona del video, de manera que se obtienen un puntaje de

congruencia en empatía cognitiva y uno de congruencia en empatía afectiva.

Otros procesos de cognición social se han evaluado en pacientes con TAS y en

personas sanas con alta ansiedad social por medio de las tareas Reading the Mind in the Eyes

(MIE; Baron-Cohen, Wheelwright, Hill, Raste & Plumb, 2001; Hezel & McNally, 2014;

Sutterby et al., 2012), Movie for the Assessment of Social Cognition (MASC; Dziobek et al.,

2006; Hezel & McNally, 2014) y el The Awareness of Social Inference Test (TASIT;

McDonald et al., 2006; Sutterby et al., 2012). El MIE es una tarea que consiste en fotografías

de rostros que muestran sólo la región de los ojos; el objetivo de la tarea es escoger uno de

cuatro adjetivos que se considere describa mejor la experiencia emocional presente en el

rostro. El MASC, por otro lado, es un video de 15 minutos que muestra a cuatro actores y

actrices en una situación de interacción. A medida que se van presentando las escenas, se les

va haciendo preguntas a los participantes relativas a los pensamientos, emociones e

intenciones de los personajes, además de algunas preguntas de control relativas a aspectos no

sociales de la situación y los personajes. Una particularidad de esta tarea es que las respuestas

incorrectas pueden ser clasificadas de tres formas diferentes: las respuestas sin teoría de la

mente, es decir, que se basan en aspectos físicos y no sociales; las respuestas con poca teoría

Page 52: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

52

de la mente, es decir, respuestas insuficientes que dejan por fuera aspectos sociales cruciales

para el entendimiento de la situación; y respuestas con excesiva teoría de la mente, es decir,

respuestas que especulan y hacen inferencias que no se pueden seguir a partir de la

información disponible. Similar a esta es el TASIT, que presenta diversos videos cortos de

actores que participan en interacciones típicas de la vida diaria. El TASIT tiene tres partes: la

primera pregunta a los participantes por la emoción expresada por los personajes; la segunda

pregunta por lo que los personajes sabían o creían, lo que querían decir realmente, lo que

pretendían hacer y lo que en efecto sintieron, además, algunas de las situaciones presentadas

eran sinceras, mientras que otras presentaban sarcasmo; la tercera parte del TASIT pregunta

lo mismo que la segunda, pero algunas situaciones presentaban personajes mintiendo,

mientras que otras presentaban sarcasmo.

Pero, aunque con distintas variaciones según lo que se pretenda medir, lo que más se

ha usado en las tareas de los estudios de TAS son rostros emocionales. Boll et al. (2016)

usaron una tarea de reconocimiento de emociones faciales, en la cual manipulaban la posición

de los rostros para hacer que el punto de fijación inicial de los pacientes con TAS fuera o bien

los ojos o bien la boca, esto para poder estudiar si los pacientes presentaban sesgos

atencionales con respecto a características específicas del rostro en función de la emoción

expresada. Yoon et al. (2016) también usaron rostros emocionales, pero los combinaron con

nubes de diálogo que contenían comentarios evaluativos tanto positivos como negativos

acerca de los pacientes. Esta era una tarea de memoria de trabajo autoreferida, pues consistía

de una primera fase de codificación en la que se presentaba un par de rostros haciendo un

comentario positivo y el otro rostro uno negativo; luego venía una segunda fase de

sostenimiento de la información en la que se presentaba una pantalla vacía y al final venía

una tercera fase de recuperación, en la que se presentaban cuatro rostros, los cuales podían

presentar o no comentarios positivos/negativos, ante lo cual el paciente debía responder si

alguno de los rostros se había presentado previamente o no.

También, Kret et al. (2015) pretendían observar si existía un sesgo atencional hacia

las manos expresivas en personas con altos niveles de ansiedad social en comparación a

personas con bajos niveles ansiedad social. Para tal fin, usaron un paradigma de

reconocimiento emocional que combinaba aleatoriamente cuerpos en posturas emocionales

con rostros de expresiones emocionales, ante lo cual los participantes debían identificar la

emoción expresada. Por una línea similar, De Voogd et al. (2014) usaron una tarea de

búsqueda visual emocional para evaluar si un programa de MSA tenía efecto sobre la

ansiedad social en una muestra no clínica de adolescentes. La tarea consistía en una rejilla de

Page 53: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

53

4x4 en la que aparecían aleatoriamente 6 rostros emocionales. En cada ensayo, los

participantes debían señalar un rostro positivo (feliz) que se encontraba entre 5 rostros

negativos (tristeza, ira o miedo) o viceversa, haciendo clic sobre este con un mouse. Cuando

se usaba una rejilla negativa (es decir, el participante debía buscar el rostro positivo), todos

los rostros negativos expresaban una misma emoción. Mediante esta tarea, se analizaba si

había diferencias en los tiempos de reacción entre los ensayos positivos y los negativos, en

función de los niveles de ansiedad social.

Por su parte, Van Peer et al. (2010) usaron una tarea de stroop emocional para

estudiar sesgos de procesamiento en pacientes con TAS. Esta tarea consistía en rostros

emocionales a los que se editaba poniéndoles una capa de un color. Había dos condiciones,

una enmascarada y una desenmascarada. En la desenmascarada los rostros coloreados se

presentaban sin más, mientras que, en la enmascarada, estos rostros sólo eran presentados

durante 16,7ms, tras lo cual eran reemplazados por máscaras del mismo color hechas a partir

de una segmentación y reorganización aleatoria de los rostros. La tarea de los pacientes era

denominar, tan rápido como pudieran, el color de los estímulos.

En otro estudio, van Peer et al. (2009) estudiaron las conductas de aproximación y

evitación en pacientes con TAS por medio de una tarea de evaluación de afecto. Los

pacientes debían reconocer en una pantalla si se les presentaba un rostro alegre o enojado y

responder de acuerdo a las instrucciones que se les diera, a través de una serie de 3 botones

organizados verticalmente; la mano del participante debía estar presionando el botón del

centro siempre que no estuviera dando una respuesta. Había dos tipos de instrucciones por las

cuales pasaban todos los pacientes. El primero (afecto congruente) indicaba que, si la pantalla

mostraba un rostro alegre, el paciente debía hundir el botón más cercano a sí, lo que

implicaba un movimiento de flexión del brazo, mientras que, si la pantalla mostraba un rostro

enojado, debía presionar el botón más lejano, lo que implicaba un movimiento de extensión

del brazo. En el segundo tipo de instrucción, de afecto incongruente, se invertían los

movimientos del brazo. Los autores afirman que diversos estudios apoyan la idea de que un

movimiento de flexión del brazo está asociado con la aproximación, mientras que uno de

extensión se asocia con la evitación. Con esta tarea, se pretendía encontrar menores tiempos

de reacción en las conductas de evitación en los pacientes con TAS.

Bourne y Vladeanu (2011), utilizaron el test de rostros quiméricos para evaluar la

lateralización del procesamiento de emociones faciales en función del nivel de ansiedad

social en personas sanas. Este test consiste en presentar al participante dos pares de rostros,

uno encima del otro. Estos rostros estaban divididos verticalmente, siendo que una de las

Page 54: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

54

mitades expresaba una emoción mientras que la otra era neutra; además, uno de los rostros

mostraba la mitad neutra al lado izquierdo, mientras que el otro rostro mostraba la mitad

neutra al lado derecho. La demanda de la tarea era que el participante escogiera el rostro que

encontraba expresaba más emoción. En cada intento, los dos rostros expresaban la misma

emoción, siendo alguna de las seis básicas de Ekman. Adicionalmente, siempre uno de los

rostros era de mujer y el otro de hombre.

Kircanski et al. (2015) usaron rostros emocionales de distinta valencia como claves

que precedían dos estímulos verbales, una E o una F. Los pacientes con TAS debían decidir

cuál de los dos estímulos había sido presentado. Esta tarea fue usada para investigar sesgos de

atención en función de información emocional, particularmente de estímulos amenazantes.

Demenescu et al. (2013), en cambio, usaron rostros emocionales para estudiar la actividad

funcional de la amígdala, para lo cual en su tarea lo que se les pedía a los pacientes era que

determinaran el género del rostro presentado; a su vez, Labuchagne et al. (2010), quienes

también buscaban estudiar la actividad de la amígdala (aunque en función de la

administración de oxitocina), usaron tríos de rostros emocionales en una tarea en la que se les

pedía a los pacientes que emparejaran los rostros que presentaban la misma categoría

emocional.

Tan extendido está el uso de rostros emocionales en los estudios con TAS que se ha

sugerido que medidas neurofisiológicas asociadas al reconocimiento de expresiones faciales

podrían usarse para la evaluación clínica de niños con riesgo de desarrollar TAS, así como

para técnicas de seguimiento y evaluación de la efectividad de un tratamiento (Taddei et al.,

2010). Por otra parte, también se han usado estímulos verbales para estudiar la actividad

funcional del cerebro de pacientes con TAS. Por ejemplo, Laeger et al. (2014) usaron

palabras relacionadas con el trastorno y palabras de diferente valencia emocional para evaluar

cómo respondían los circuitos corticolímbicos de los pacientes con TAS a la presentación de

estas palabras. Finalmente, Brühl et al. (2013) usaron imágenes emocionales no sociales para

examinar el procesamiento emocional general en pacientes con TAS, añadiendo además

claves que permitían anticipar si se iba a presentar una imagen negativa, positiva o neutra,

pero además una cuarta clave que indicaba que se presentaría una imagen emocional, pero sin

especificar si sería positiva o negativa.

Page 55: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

55

Modelos

A continuación, se presentarán algunos de los modelos más relevantes en la literatura

del TAS:

Clark y Wells

A continuación, se expone este modelo según es presentado en Clark y Wells (1995).

El modelo cognitivo del TAS que proponen estos autores está relacionado al sostenimiento

del mismo y no tanto a su etiología. Para los autores, el TAS fundamentalmente consiste en la

contraposición del deseo de los pacientes por transmitir una impresión favorable de sí

mismos a otros y la inseguridad que sienten respecto a su capacidad de transmitir esa

impresión. Los autores exponen que esa inseguridad proviene de varios factores. Uno de ellos

es una serie de creencias que los pacientes sostienen sobre sí mismos y el mundo social que

les hace percibir las situaciones sociales como amenazadoras. Algunos ejemplos de estas

creencias es pensar que van a comportarse de una forma embarazosa e inaceptable y que esto

va a tener serias consecuencias en su estatus social y su valía, además de llevarlos a ser

rechazados por otros. Para los autores, estas creencias se derivan de la interacción de

experiencias sociales previas con tendencias conductuales innatas. Los autores también

denominan a estas creencias suposiciones y las agrupan en tres categorías: estándares para el

desempeño social excesivamente altos, creencias condicionales acerca de la evaluación social

y creencias no condicionales acerca de sí mismo. Los autores llaman la atención sobre esta

última categoría y la diferencian de los esquemas de pensamiento de los pacientes con

depresión, dado que, si bien ambos grupos clínicos sostienen creencias negativas sobre sí

mismos, las de los pacientes con depresión suelen ser más estables y las de los pacientes con

TAS menos estables, activándose sobre todo cuando están con personas que encuentran

socialmente amenazadoras.

El modelo describe que en los pacientes, tras haber detectado que una situación social

es amenazadora, se activa una suerte de programa de ansiedad de forma automática, el cual

consiste en la presentación de cambios a nivel conductual, cognitivo, afectivo y somático que

entorpecen el desempeño social y se convierten, a su vez, en fuentes de amenaza para estos

pacientes, lo que genera un círculo vicioso que mantiene y aumenta la ansiedad social: lo

primero es que los síntomas conductuales y somáticos son interpretados como fuente de

amenaza; lo segundo es que los pacientes se preocupan por estos síntomas somáticos, además

de los pensamientos negativos que tienen respecto a su desempeño social, y esta

Page 56: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

56

preocupación los lleva a no procesar adecuadamente claves sociales, situación de la que son

conscientes y que consideran prueba de su fracaso social y que estas situaciones representan

una amenaza; lo tercero es que algunas de las conductas ansiosas de los pacientes pueden

provocar una reacción menos amistosa en otras personas, lo que toman como una evidencia

más de sus miedos y cuarto, algunos síntomas elicitan o representan en sí mismos situaciones

que los pacientes temen.

Los autores describen cuatro procesos que sostendrían el TAS. El primero de estos es

la AAE y la impresión de sí mismo como objeto social. La AAE consiste en un patrón

atencional en el que los pacientes entran cuando perciben una amenaza social y que se

caracteriza por un cambio del foco atencional de los elementos externos al individuo, a los

elementos internos, es decir, los pacientes empiezan a observar y monitorear detalladamente

su conducta, sensaciones y pensamientos. Para los autores, este patrón atencional genera dos

problemas: primero, la AAE hace que los pacientes se vuelvan más conscientes de aquellos

síntomas de ansiedad a los que temen e interfiere con un adecuado procesamiento de la

información proveniente de la conducta de otros y de claves contextuales; segundo, a partir

de la información interoceptiva que recaban los pacientes, construyen una impresión de sí

mismos que igualan con lo que otras personas pudieran ver o pensar de ellos, impresión que

en ocasiones puede estar acompañada por imaginería visual de sí mismos, desde una

perspectiva de observador. Este segundo problema, constituiría un sesgo de procesamiento

que ha sido llamado falacia ex-consequentia, en el que el individuo asume que algo es cierto

porque siente que lo es, en este caso, por ejemplo, una persona con TAS puede creer que

otras personas lo están mirando con desaprobación porque siente, a partir de su interocepción,

que está siendo desaprobado. Para los autores, los pacientes emplean este tipo de

procesamiento bien por su gran necesidad de saber lo que otros piensan de ellos y por ello

hacen uso de sus autopercepciones para completar dicha información o bien porque

encuentran que otras fuentes de información, provenientes de otras personas, representan en

sí una amenaza social, por ejemplo, mirar al otro a los ojos.

El segundo proceso descrito por los autores que sostiene el TAS, son las conductas de

seguridad. Estas conductas buscan reducir el riesgo de ser evaluado negativamente, sin

embargo, para los autores estas conductas conllevan dos problemas: evitan que el paciente se

encuentre con experiencias que puedan demostrarle que sus creencias son exageradas e

irreales y, además, en algunas ocasiones hacen que incremente la probabilidad de que una

situación o conducta temida ocurra.

Page 57: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

57

El tercer proceso propuesto por los autores, que sostendría el TAS, son los déficits de

desempeño social inducidos por la ansiedad. Este tercer factor implica que parte de los

miedos de los pacientes con TAS se justifican, en tanto que síntomas como el sonrojarse o el

tener una voz temblorosa, junto con el esfuerzo implicado en el automonitoreo de la conducta

y el uso de conductas de seguridad, hacen que los pacientes se suelan comportar en una forma

poco cálida, agradable y extrovertida, lo que a su vez genera que la retroalimentación que

reciben de otras personas durante una interacción social también sea menos amistosa. Según

los autores, esto provoca patrones de interacción negativos que ayudan a sostener el trastorno.

Finalmente, el cuarto proceso que contribuye al sostenimiento del TAS, según el

modelo de los autores, es el procesamiento anticipatorio y el PPE. Por el lado del

procesamiento anticipatorio, los autores proponen que este lleva al paciente a un estado de

ansiedad que puede llevarlos a finalmente evitar entrar en la situación social que están

anticipando, o, de entrar, lo harían ya con AAE y expectativas de dar un mal desempeño. Por

el otro lado, el PPE lleva a un examen detallado de la situación experimentada, la cual va a

estar sesgada por las huellas de memoria fuertemente marcadas por la ansiedad y las

autopercepciones negativas, resultando en que el paciente concluya que la situación fue peor

de lo que en realidad ocurrió. Para los autores, esto produce un efecto adicional, y es que los

pacientes añaden esta nueva situación a su lista personal de fracasos sociales, solidificando

más sus creencias acerca de su desempeño social y sus miedos.

Heimberg, Brozovich y Rapee

Este modelo fue propuesto en 1997 por Rapee y Heimberg, quienes junto a

Brozovich, lo actualizaron en 2010, siendo este último texto la base para realizar la

descripción de este modelo. El modelo trata de explicar el origen y el sostenimiento de la

ansiedad social de pacientes con TAS en el momento en que estos anticipan y entran a una

situación social. Este modelo sostiene que cuando los pacientes entran en una situación social

percibida, sienten miedo porque asumen que los otros van a ser críticos y que necesariamente

serán sujetos de una evaluación negativa por parte de ellos, sumado al hecho de que las

personas con TAS tienen en alta consideración causar una buena impresión y ser estimados

por otros. En el momento en que perciben una amenaza social, vuelcan su atención en busca

de señales que marquen la ocurrencia de sus temores, tomando en consideración señales

ambientales o externas, la representación mental que tienen acerca de cómo creen que son

Page 58: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

58

observados por otros y los síntomas cognitivos, conductuales y afectivos producto de la

ansiedad.

Más en detalle, aunque los autores hacen uso del término audiencia, en realidad se

refieren a todo tipo de situaciones sociales que pueden representar una amenaza percibida

para alguien con TAS y señalan que características de los otros como su importancia social o

atractivo, así como de la situación, por ejemplo, el nivel de anonimato con el que cuente la

persona con TAS, influyen sobre la intensidad experimentada de ansiedad. Los autores

afirman que, como respuesta a esa percepción de amenaza, las personas con TAS forman o

acceden a una representación mental de sí mismos que tiene como punto de partida el cómo

son observados por los otros y que es muy probable que dicha representación esté

distorsionada. Sostienen los autores que esta representación se constituye de diversas fuentes

internas y externas al sujeto que son sobreinterpretadas y que modifican esta representación

de forma continua, siendo estas fuentes respuestas internas como sensaciones, la observación

de la propia conducta y de la reacción de los otros. Adicionalmente, el modelo incluye el

papel de la imaginería visual de sí mismo en el sostenimiento del TAS, señalando cómo la

imaginería negativa, sobre todo la que es asumida desde una perspectiva de observador,

estaría afectando seriamente la representación mental de sí que tiene el sujeto.

El modelo también señala un cambio en la asignación de recursos atencionales, de

manera que los individuos con TAS entran a situaciones sociales con menos recursos dado

que los asignan preferencialmente a detectar fuentes externas de amenaza y a monitorear su

representación mental de cómo son observados por otros, al mismo tiempo que también se

enganchan en las situaciones sociales que perciben como amenazadoras. Los autores afirman

que esta asignación de recursos aumenta la probabilidad de mostrar un bajo desempeño

social, particularmente en las tareas sociales más complejas. Adicionalmente, el modelo

contempla que los individuos con TAS comparan dicha representación mental con su

percepción de los estándares esperados por los otros en cuanto a desempeño social, los cuales

suelen ser excesivamente altos y, en consecuencia, sobreestiman la probabilidad de

ocurrencia de consecuencias negativas y el coste social de las mismas, sobreestimación que

contribuiría a los síntomas de ansiedad.

El modelo describe tres tipos de síntomas de ansiedad: los cognitivos, los

conductuales y los físicos. Entre los cognitivos, están los pensamientos evaluativos negativos

relativos a la situación, las catastrofizaciones, entre otros, los cuales son aceptados como

hechos y se convierten en foco de atención durante la situación social. Entre los síntomas

conductuales, los autores resaltan las conductas de seguridad, las cuales buscan evitar

Page 59: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

59

evaluaciones negativas, sin embargo, señalan que estas también conducen a un desempeño

social menos efectivo, además de privar a los individuos con TAS de la oportunidad de

exponerse a la situación social y aprender cómo manejarla sin recurrir a dichas conductas.

Finalmente, los síntomas físicos incluyen sonrojarse, sudoración, temblores, entre otros, los

cuales también se convierten en focos de atención para estas personas debido a que

sobreestiman su visibilidad y su potencial de provocar una evaluación negativa por parte de

otros. Los autores sostienen que el modelo funciona como un círculo vicioso, en el que los

diferentes elementos del mismo se retroalimentan positivamente, exacerbando la ansiedad-

estado y sosteniendo el TAS.

Por último, los autores resaltan la importancia de algunos otros procesos. El PPE,

según los autores, actúa como puente entre el pasado y el futuro de la experiencia por la que

atraviesan las personas con TAS, en tanto que es un proceso activado tras atravesar una

situación socialmente amenazadora, así como uno que puede ser activado en respuesta a

futuros eventos, como repaso de anteriores fracasos sociales (percibidos) para no caer en ellos

de nuevo. Además, el PPE no sólo sostendría el TAS actuando como puente temporal según

el modelo, sino además reforzando en procesos iterativos la percepción de fracaso social, en

tanto que cada repaso reconstruye la memoria del evento, poniendo cada vez más acento en

los aspectos negativos que bien pueden estar distorsionados. Otro proceso resaltado son los

sesgos cognitivos, particularmente la hipótesis de los sesgos cognitivos combinados, según la

cual, estos sesgos no actúan solos, sino que se afectan los unos a los otros e interactúan para

producir efectos combinados. También llaman la atención sobre el miedo a la evaluación

positiva, que sería un elemento relacionado pero independiente del miedo a la evaluación

negativa, tan así, que los autores afirman que el TAS se caracterizaría más por un miedo a la

evaluación que a la evaluación negativa de forma específica. Finalmente, también resaltan el

papel de la regulación emocional, proponiendo que la supresión de expresiones emocionales

de forma intencional es una estrategia de regulación frecuentemente usada por los individuos

con TAS pero que representaría otra conducta de seguridad más, que estaría siendo

contraproducente a la hora de regular las emociones.

Hofmann

La siguiente descripción del modelo de Hofmann está basado en Hofmann (2007).

Este es un modelo cognitivo del sostenimiento del trastorno, no etiológico. El modelo

establece que los individuos con TAS son reticentes en situaciones sociales debido a sus

Page 60: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

60

estándares sociales percibidos y, pese a que desean dar una buena impresión social, no creen

que puedan lograrlo. Para los autores, esta creencia estaría explicada en el hecho de que las

personas con TAS tienen problemas para definir adecuadamente metas sociales y escoger las

conductas más apropiadas para cumplir esas metas. Esto llevaría a estas personas a un

aumento en AAE, desencadenando a su vez una reacción en varios procesos: exageración en

el coste social y en la probabilidad de ocurrencia de un resultado negativo en una situación

social, generación de una autopercepción negativa, percepción de un menor control

emocional y de menores habilidades sociales. Toda esta reacción en cadena llevaría al

individuo a anticipar el fracaso en una situación social, lo cual lo motivaría a evitar dichas

situaciones y a hacer uso de conductas de seguridad. Finalmente, tras haber atravesado una

situación social, el modelo sostiene que el individuo con TAS entraría en una fase de PPE,

que reforzaría la reticencia social y retroalimentaría todo el ciclo, sosteniéndolo y

fortaleciéndolo.

Spence y Rapee

El siguiente modelo etiológico del TAS es descrito a partir de lo que sus autores

plantearon en Spence y Rapee (2016). Estos autores toman en cuenta los factores de riesgo

distales y proximales del TAS. De tal forma, consideran primero que los distintos factores de

riesgo tienen diferentes impactos según la fase de desarrollo en la que se encuentre el sujeto.

Segundo, Spence y Rapee postulan que los diferentes factores interactúan entre ellos, siendo

que los efectos combinados pueden ser negativos o protectores. Tercero, postulan lo que

denominan el principio de equifinalidad, según el cual no hay una sola combinación de

factores ni una sola trayectoria de desarrollo que desemboque en TAS, sino que hay una

multiplicidad de posibilidades en este aspecto. Cuarto, proponen además el principio de

multifinalidad, el cual está estrechamente relacionado con el anterior y plantea que cualquier

factor de riesgo puede tener diversos resultados y no sólo conducir al TAS, siendo que

incluso puede conducir a otros trastornos. Quinto, los factores de riesgo pueden ser

transaccionales y recíprocos. Sexto, en tanto que no hay evidencia suficiente para determinar

si un factor actúa en la etiología o en el mantenimiento del trastorno, bien podría ser que

contribuyan en ambos mecanismos.

En suma, Spence y Rapee conceptualizan los diferentes factores de riesgo así: como

factores distales están los genéticos/temperamentales (intrínsecos) y los ambientales

(extrínsecos). Dentro de los genéticos/temperamentales está la IC y el aislamiento social

Page 61: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

61

(social withdrawal), además de la regulación emocional y atencional de las amenazas. Dentro

de los ambientales entran las influencias de padres, pares, los eventos negativos vividos, los

resultados sociales negativos y los factores culturales. Luego, como factores proximales están

los conductuales y los cognitivos. Dentro de los conductuales están las destrezas sociales

bajas, el desempeño social pobre y las conductas de seguridad. Dentro de los cognitivos están

las creencias y demás procesos cognitivos. Los factores distales y proximales se influirían los

unos a los otros, a partir de lo cual se generaría un determinado nivel de ansiedad social, que

correspondería a un punto a lo largo de un continuo de ansiedad.

Ahora bien, el modelo no acaba ahí. Factores culturales, en conjunto con factores

personales como la edad y el género determinarían el nivel de interferencia en la vida diaria

que tiene un nivel de ansiedad social dado. Dependiendo entonces del nivel de ansiedad

social según su interferencia con la vida diaria, en tanto que llegue a ser lo suficientemente

alta como para superar el umbral diagnóstico, se podría finalmente otorgar un diagnóstico de

TAS.

Caouette y Guyer

Esta descripción se realiza a partir de lo descrito en Caouette y Guyer (2014). El

modelo de Caouette y Guyer se relaciona con la etiología del TAS de forma indirecta, ya que

lo que aborda realmente es la vulnerabilidad al TAS que representa el periodo de la

adolescencia. Los autores establecen que cambios esperados y dependientes de la edad a nivel

contextual y neuronal, además de diferencias individuales a nivel de rasgos temperamentales,

estarían detrás de un riesgo aumentado a padecer de TAS, en tanto que dichos cambios

podrían llevar al adolescente a conflictos de carácter aproximación-evitación en donde una

mayor prominencia por parte de refuerzos sociales estaría siendo contrarrestada por un

intenso miedo a ser humillado o avergonzado, así como a una pérdida del estatus social.

Entre los cambios a nivel neuronal, tanto a nivel cortical como subcortical, los autores

señalan que son en particular importantes los asociados con el sistema de miedo-evitación,

como la amígdala y la CPFvl, y los asociados con el sistema de procesamiento de

reforzamientos o recompensas, como los núcleos de la base y la CPFvm. Los cambios en

estas estructuras están relacionados a procesos como la predicción o anticipación de castigo,

un incrementado monitoreo de la conducta en orden de evitar el fracaso y un aumento en el

procesamiento de resultados negativos, entre otros, que se relacionan tanto con el

procesamiento de amenazas sociales como con el procesamiento de refuerzos sociales.

Page 62: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

62

Adicionalmente, los autores ponen de manifiesto que las redes neuronales de control

cognitivo aún están en maduración durante la adolescencia.

Los autores ponen énfasis en el hecho de que tales cambios neuronales ocurren dentro

de un contexto social cambiante, pues la adolescencia implica una mayor cantidad de tiempo

compartido en situaciones sociales con pares, mayores oportunidades para entrar en dichas

situaciones sociales y un mayor chance de establecer contacto con pares no conocidos,

además de que se les confiere una mayor importancia a las relaciones con pares. Todos los

cambios señalados hasta ahora en distintos niveles, según los autores, tendrían una influencia

en el riesgo aumentado al TAS y las relaciones entre estos cambios estarían mediadas por

factores temperamentales, particularmente por la existencia de IC durante la niñez.

Brühl, Delsignore, Komossa y Weidt

Esta descripción está basada en Brühl et al. (2014). Estos autores proponen un modelo

neurobiológico del TAS que toma como base el modelo desarrollado en 2007 por Etkin y

Wager, el cual postulaba la participación del denominado circuito del miedo como estructuras

hiperactivas en el TAS, el cual incluye la ínsula, la amígdala, la CCA y la CPF. En el modelo,

a estas estructuras se le suman la CCP, el tálamo, la corteza parietal y occipital, de estos dos

últimos particularmente en su parte medial el giro fusiforme, el cúneo y el precúneo. Ahora

bien, los autores no proponen estas áreas como alteradas funcionalmente de forma aislada,

sino que proponen un cambio en la conectividad entre estas estructuras.

Dentro de la CPF, los autores afirman que la CPFdl y la CPFm, junto con la CCA,

tienen una menor conectividad interhemisférica, es decir, que hay una conectividad reducida

dentro de la CPF con respecto a la forma en que se comunican ambos hemisferios. Sin

embargo, en el modelo se resalta que este eje prefrontal tiene una conectividad aumentada

con el tálamo y el giro fusiforme, aunque este aumento en la conectividad con el tálamo se

encuentra tanto en las eferencias como en las aferencias, mientras que con el giro fusiforme

sólo en las eferencias. Así mismo, en el modelo la amígdala también tiene una conectividad

aumentada en sus eferencias hacia la CPF y el giro fusiforme. Finalmente, el modelo postula

que las aferencias hacia el cúneo, precúneo y CCP presentan una menor conectividad desde la

amígdala, el giro fusiforme, y la CPF.

Gray y McNaughton

A continuación, se reporta el modelo de la neuropsicología de la ansiedad de Gray y

McNaughton tal como es descrito en McNaughton y Corr (2004). Si bien estos autores no

Page 63: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

63

plantean un modelo específico del TAS, sino del miedo y la ansiedad, dicho modelo entra en

relación directa con el TAS, en tanto que intenta explicar las relaciones entre los factores

implicados a nivel neuropsicológico en el fenómeno de la ansiedad, con lo cual los autores

asocian estructuras cerebrales específicas a trastornos de ansiedad específicos.

El modelo consta de dos dimensiones: distancia defensiva y dirección defensiva. La

dirección defensiva es definida por los autores como una dimensión categorial dicotómica,

que distingue entre las conductas que alejan a un individuo de una fuente de amenaza y

aquellas que le posibilitan acercarse a dicha fuente. Para los autores, acá se plantea la

diferenciación entre conductas ansiosas y conductas miedosas, relacionando la ansiedad a las

conductas de aproximación y el miedo a las de evitación. Además, cada una de estas

funciones serían independientes a nivel neuronal. En cuanto a la distancia defensiva, esta es

definida como la distancia que el individuo percibe entre sí mismo y la fuente de amenaza, o

lo que es lo mismo, la intensidad de amenaza percibida. Esta segunda dimensión decide

entonces qué conducta es más apropiada en función de dicha distancia, función que es

jerárquica y que está presente tanto para el miedo como para la ansiedad. Los autores afirman

que esta jerarquía está, además, relacionada a una serie de estructuras cerebrales, de tal

manera que las distancias más cortas responden a estructuras más caudales y subcorticales,

mientras que las más largas a estructuras más rostrales y corticales.

El miedo y la ansiedad, para los autores, se corresponden a sistemas defensivos y, en

consecuencia, los trastornos que asocian a estas respuestas los consideran trastornos

relacionados con la defensa. En su perspectiva, la conducta defensiva es una función de la

superposición de la distancia defensiva sobre la dirección defensiva. Por otra parte, los

autores han propuesto que las respuestas de ansiedad se originan en medio de una situación

de conflicto, que generalmente es de naturaleza evitación-aproximación y frente a la cual han

descrito tres conductas características: inhibición de respuestas prepotentes, evaluación del

riesgo y quietud defensiva, las cuales serían todas sensibles a los ansiolíticos. Cabe aclarar,

sin embargo, que estas conductas son sensibles a los ansiolíticos no porque las afecten

directamente, sino porque los ansiolíticos influyen sobre la distancia defensiva, la cual, como

se mencionó previamente, es determinante sobre el tipo de conducta que el individuo lleva a

cabo en una situación de amenaza, de manera que, por ejemplo, en las distancias más

pequeñas es más probable la ocurrencia de quietud defensiva, en distancias medias es más

probable la evaluación del riesgo y en distancias grandes es más probable las conductas

normales pre-amenaza.

Page 64: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

64

Si bien los autores postulan toda una jerarquía de estructuras que intervienen en la

ansiedad, dos estructuras en particular son importantes para este fenómeno: la amígdala y el

sistema septo-hipocampal. Estas estructuras son la base neuronal principal para algo que los

autores han denominado el sistema de inhibición conductual, que es activado cuando se

detecta un conflicto entre dos objetivos que el individuo percibe como tal, conflicto que

consiste en un balance entre la deseabilidad de conseguir un resultado determinado a partir de

la consecución de cada uno de los objetivos, que compiten entre sí. Para los autores, cuando

tal conflicto es detectado, se favorece la potenciación de percepciones y consecuencias

recordadas negativas, por lo que a su vez se potencian más las conductas de evitación que las

de aproximación.

Cabe aclarar, sin embargo, que los autores plantearon que sólo algunas partes de la

amígdala están implicadas en la ansiedad y que estas estarían relacionadas con la activación

fisiológica característica de la ansiedad. La jerarquía de estructuras completa que los autores

propusieron para el caso de las conductas defensivas de aproximación, se compone de la

corriente dorsal prefrontal, la CCP, el sistema septo-hipocampal, la amígdala, el hipotálamo

medial y la sustancia gris periacueductal. Ahora bien, los autores no tratan estas estructuras

de manera unitaria pues, por ejemplo, son partes de la amígdala las que están implicadas en la

ansiedad. De hecho, la amígdala, el hipotálamo medial y la sustancia gris periacueductal son

compartidos por los sistemas que controlan las conductas defensivas de aproximación y

evitación, pues los autores sugieren que ambos sistemas están compuestos por algunas partes

de estas estructuras, pero no todas y que, el hecho de que cumplan funciones en estos

sistemas, no quiere decir que no tengan un papel en otros procesos. Adicionalmente, pese a la

organización jerárquica propuesta que va de las estructuras superiores a las inferiores, el

modelo establece que todas estas estructuras están interconectadas y que los sistemas

serotononinérgico y noradrenérgico tendrían una fuerte presencia en todo el sistema

defensivo, permitiendo la interacción entre las neuronas del sistema.

Los autores consideran que la ansiedad implica la modulación de miedo preexistente e

involucra en muchas ocasiones la amplificación del miedo o frustración. Además, consideran

que las diferencias individuales que pueden existir en distancia defensiva para una distancia

real a la amenaza dada, reflejarían variaciones en dimensiones de personalidad relativas a la

sensibilidad al conflicto. Frente a esto último, los autores han propuesto que estas diferencias

podrían deberse a niveles disimiles de ansiolíticos endógenos.

Finalmente, otro elemento que los autores introducen al modelo es el de la posibilidad

de evitar la amenaza. Con respecto a las conductas de aproximación, ya se había mencionado

Page 65: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

65

que la ansiedad es propia de estas, en contraste con las conductas de evitación, sin embargo,

los autores consideran que esto es así cuando existe la posibilidad de evitar la amenaza,

mientras que cuando no hay tal posibilidad, propusieron que un síndrome como la depresión

se relacionaría más a esta situación que un trastorno de ansiedad.

Page 66: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

66

Estudios futuros

Esta sección, acerca de posibles direcciones que puede tomar la investigación en TAS,

se refiere a las propuestas que los diferentes autores han hecho a partir de sus hallazgos.

Taddei et al. (2010) han reconocido un vacío en la investigación de potenciales evocados en

TAS, respecto al procesamiento de rostros emocionales, el cual consiste en que no hallaron

estudios que analizaran tales respuestas electrofisiológicas en niños, lo que para ellos es un

paso obvio dados los hallazgos que se han hecho respecto a las alteraciones en estas

habilidades en niños con ansiedad social. Estudios longitudinales con potenciales evocados

en niños con diferentes niveles de ansiedad social, sugirieron estos autores, permitiría

establecer relaciones predictivas entre los patrones de actividad cerebral y la aparición del

TAS. Por su parte, Burklund et al. (2015) han propuesto que frente a los resultados según los

cuales no se hallaron diferencias entre el desempeño de pacientes con TAS y controles,

expresado en tiempos de respuesta y precisión (tasa de error), estos sugieren que dado que

este resultado va en contra de lo que se podría esperar, esto es, más errores y mayor tiempo

de respuesta a la hora de etiquetar emociones en el grupo con TAS debido a un

procesamiento más prolongado de rostros expresando emociones negativas, es posible que el

diseño de la tarea que hicieron no fuera capaz de detectar estas diferencias, por lo que se

debería plantear una aplicación con tiempos de prueba más cortos.

Un problema en esta línea de investigación que Taddei et al. (2010) han subrayado, es

el hecho de que los estudios de neuroimagen de procesamiento de emociones faciales en TAS

se han hecho principalmente en adultos, mientras que, los pocos estudios que se han realizado

en niños y adolescentes, se han hecho en su mayoría con población sana. Además, cuando se

hacen estudios con pacientes, en particular cuando se trabaja con niños, se manejan

categorías más grandes como “trastornos de ansiedad” y no TAS de forma específica.

Adicionalmente, Laeger et al. (2014) señalaron la importancia de tener en cuenta en estudios

sobre TAS que usan rostros con expresiones emocionales de valencia negativa que, si bien se

puede esperar que los pacientes reaccionen de forma ansiosa frente a estos estímulos debido a

su constante miedo a ser juzgados, también es cierto que estos estímulos de por sí representan

material emocional negativo, esto es importante ya que, por ejemplo, se ha encontrado

respuestas exacerbadas de la amígdala en estos pacientes frente a rostros con expresión neutra

y a estímulos emocionales negativos no sociales.

Brühl et al. (2014) han considerado que existen pocos estudios de IRMf sobre

regulación emocional en TAS y que los resultados hasta ese momento habían sido mixtos,

Page 67: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

67

por lo que se requería más investigación al respecto. En particular, resaltaron que, dado que

se ha detectado un aumento de actividad en centros regulatorios de la CPF y que, aun así, los

síntomas de ansiedad no disminuyen en estos pacientes, quizá hay problemas de conectividad

entre estructuras que impiden una adecuada regulación de la respuesta emocional, por lo que

estudios sobre este tema serían importantes, incluyendo el efecto que distintos tipos de

tratamiento podrían tener sobre dicha conectividad. Adicionalmente, estos autores han

propuesto que se comparen distintos grupos de pacientes con trastornos de ansiedad y del

estado de ánimo para evaluar la especificidad de las alteraciones estructurales y funcionales

que se hayan en los estudios de neuroimagen, mediante el uso de metodologías bien

establecidas y estandarizadas, lo que incluye usar un conjunto de estímulos y tareas

unificadas, diseños longitudinales y muestras amplias. En esa misma línea, Baur et al. (2011)

han propuesto que se comparen las posibles alteraciones en materia blanca en distintos

trastornos de ansiedad a través de imagen con tensor de difusión, de manera que se pueda

establecer la especificidad de las mismas.

También, en el campo de la regulación emocional, Kingsep y Page (2010)

consideraron que es importante que futuras investigaciones evalúen si la estrategia de

supresión de pensamientos bajo una condición de ansiedad anticipatoria aumentada

produciría o no, en los pacientes con TAS, los efectos paradójicos que han sido asociados con

este mecanismo, según los cuales, producirían una mayor disponibilidad del material que se

pretende suprimir. Esto lo proponen debido a que, en su estudio, hallaron que los pacientes

suprimían exitosamente información amenazadora sin mostrar los efectos paradójicos.

Por otro lado, Burklund et al. (2015) han propuesto que se debería investigar bajo qué

condiciones y cuáles emociones producen una activación diferencial o similar de la amígdala

entre pacientes con TAS y sujetos control. Frente a esto, es importante resaltar la afirmación

de Freitas-Ferrari et al. (2010) según la cual no es claro si las diferencias en el patrón de

activación en estudios de neuroimagen funcional de pacientes con TAS, se corresponden a

fenómenos patológicos o a respuestas compensatorias. Burklund et al. (2015) además

plantean que, en orden de llegar a una mejor comprensión de las bases neurológicas del TAS,

se debe investigar la conectividad funcional entre regiones cerebrales en pacientes con TAS,

así como de subregiones de estructuras clave. Por ejemplo, Schmidt et al. (2010) han

planteado que sería importante estudiar la conectividad de la amígdala, la COF y la ínsula,

además del rol de la red del lenguaje, durante el procesamiento de información verbal

relacionada al TAS.

Page 68: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

68

Por su parte, Dilbaz et al. (2011) han sugerido que las investigaciones futuras aborden

los efectos de las terapias combinadas (como TCC con farmacoterapia) y los casos de TAS

refractarios al tratamiento, así como los tratamientos para poblaciones específicas (como

adolescentes o niños). Haller et al. (2015) han propuesto evaluar más sistemáticamente (pues

afirman que ya hay algunos indicios) si los sesgos de interpretación efectivamente tienen más

influencia en la adolescencia o bien tienen una influencia diferencial en distintas fases del

desarrollo. Para ello sugieren que, como una mejor medida del desarrollo que la edad, se

tomen índices de desarrollo sociocognitivo o de maduración cerebral subyacente. Además,

también plantean estudiar si las diferentes fases del desarrollo (niños, adolescentes, adultos)

tienen una responsividad diferente a los tratamientos, teniendo en cuenta la plasticidad

cerebral inherente a cada fase. En esta misma línea, Spence y Rapee (2016) sugieren estudiar

la neurobiología implicada en la etiología del TAS según la fase del desarrollo.

En el campo de los tratamientos, Cuijpers et al. (2016) plantearon la necesidad de

realizar estudios que investiguen el impacto que tienen los tratamientos para el TAS en

variables como calidad de vida o funcionalidad en la vida diaria, para evaluar el impacto que

los tratamientos tienen sobre la carga que genera la patología. Al igual que Dilbaz et al.

(2011), Kujawa et al. (2016), también piensan que se debería apostar por la investigación de

tratamientos combinados, en tanto que propusieron estudiar si complementando tratamientos

establecidos para el TAS con MSA o estimulación eléctrica transcraneal podría mejorar los

resultados a largo plazo, al actuar sobre el potencial ERN. Al respecto de la MSA, De Voogd

et al. (2014) han afirmado que, si bien tan pocas como dos sesiones de MSA son suficientes

para generar cambios en los sesgos atencionales en TAS, es necesario evaluar los efectos que

tienen diferentes duraciones en estos programas sobre variables como autoestima, síntomas

de depresión y ansiedad.

Por otra parte, Gregory y Peters (2016) sugirieron que se debe realizar más estudios

investigando el cambio en constructos relacionados con el “self” durante la TCC en el TAS y

cómo estos pueden estar relacionados con la reducción de los síntomas de ansiedad. Estos

autores enfatizaron sobre todo el caso de los constructos relacionados a la auto-estructura o

estructura del “self”, en los cuales se identificaron el mayor vacío de investigaciones.

También se han hecho propuestas desde la farmacoterapia, por ejemplo, Labuschagne et al.

(2010) han sugerido que se estudie de forma longitudinal los efectos de un tratamiento con

oxitocina en pacientes con TAS, dado que ya identificaron que, a nivel agudo, esta sustancia

tiene efectos ansiolíticos y prosociales en estos pacientes. Finalmente, en lo que respecta a

tratamientos, Schweden et al. (2016) afirmaron que se requerían estudios que evaluaran datos

Page 69: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

69

de seguimiento en ensayos de psicoterapia para TAS para determinar la posible influencia

que los síntomas de despersonalización podían tener sobre la tasa de recaída.

En relación a los sesgos atencionales, Heeren y McNally (2016) comentan que, si bien

se encuentran diferencias significativas en este aspecto entre pacientes con TAS y sujetos

control, los tamaños de los efectos son pequeños, al igual que la reducción de estos sesgos

sólo tienen efectos pequeños en la reducción de los síntomas. Proponen entonces que si bien,

los estudios transversales aportan valiosa información acerca de algunas de las relaciones

entre los diferentes factores asociados al trastorno, se necesitan hacer más estudios

longitudinales que permitan establecer relaciones de causalidad (este punto también es

apoyado por Spence y Rapee (2016)). En particular, desde la aproximación sistémica que

proponen advierten que, dado que recogieron datos en un solo momento en el tiempo, no

pueden garantizar que las dinámicas del sistema permanezcan estables. De hecho, los autores

asumen una posición en la que afirman que hay evidencia que apunta a que las variables

emocionales cambian de acuerdo a características estables y situacionales que responden a

cada situación específica, por lo que cada trayectoria individual cambia en función del

tiempo. Por otra parte, los autores proponen realizar nuevos estudios que asuman una

metodología sistémica, usando instrumentos con mejores propiedades psicométricas y

determinando el tamaño adecuado de la muestra para lograr detectar efectos significativos.

Boll et al. (2016) plantearon la necesidad de estudiar cómo se representan a nivel

neuronal los sesgos atencionales relacionados a la percepción social en TAS y cómo se

relacionan con la etiología y sostenimiento del trastorno. Schofield et al. (2013) también

apoyaron que se necesita estudiar si los sesgos atencionales están relacionados a la etiología

del TAS mediante estudios longitudinales y que es importante distinguir entre los sesgos de

atención que podrían estarse presentando derivados de una depresión como comorbilidad.

También, Wenzel et al. (2002) sugirieron estudiar los mecanismos que generan los sesgos

atencionales hacia amenazas sociales en TAS, dado que afirman, los recuerdos de

experiencias aversivas no parecen tener mucha importancia en tal proceso.

Siguiendo la línea de los sesgos cognitivos, Rheingold et al. (2003) han propuesto

estudiar si ya hay sesgos cognitivos presentes en niños tímidos y si estos son previos al

desarrollo del TAS. En este sentido, proponen que se debe estudiar el desarrollo del

procesamiento cognitivo no patológico, en orden de entender los procesos cognitivos

afectados por la patología. Vroling et al. (2016) propone que se estudie las relaciones entre

los diferentes tipos de sesgos que hay en el TAS, como el sesgo de creencia, interpretativos,

de atención y de PPE. Adicionalmente, Norton y Abbott (2016) han propuesto que se analice

Page 70: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

70

las relaciones entre cognición autoreferente, como la AAE, el PPE y la ruminación

anticipatoria en pacientes con TAS, incluyendo medidas fisiológicas y de neuroimagen,

mientras que Helbig-Lang et al. (2016) propusieron por su parte estudiar la dimensión

temporal de la expresión de afecto negativo, así como de la AAE y el PPE, de manera que se

pueda modelar la secuencia temporal de estos procesos.

Por el lado de otros procesos cognitivos, Plana et al. (2014) identificaron que existe

un vacío en la literatura de cognición social en TAS, representado por un escaso número de

investigaciones en los temas de teoría de la mente y percepción social. Morrison et al.

(2016b) sugirieron que se debe estudiar si las dificultades en pacientes con TAS respecto a la

empatía afectiva positiva se pueden establecer como un factor etiológico del trastorno o como

una consecuencia del mismo. De forma similar, Hezel y McNally (2014) postularon que es

importante investigar si los problemas en teoría de la mente que presentan los pacientes con

TAS contribuyen a la aparición del trastorno o se derivan de este, así como también si estos

problemas también se reflejan en tareas escritas o auditivas de teoría de la mente. También,

Buhlmann et al. (2015) sugirieron que es necesario investigar las diferencias en teoría de la

mente en pacientes con TAS entre una perspectiva auto-referente y una referente a otra

persona (perspectiva de observador) para entender mejor el rol de este proceso en el TAS.

Ng y Abbott (2016) han señalado que entre los problemas que han limitado la

investigación en TAS, particularmente en el área de la auto-imaginería, se encuentran el uso

de muestras pequeñas y el trabajar con grupos que no son clínicos (como, por ejemplo,

personas con ansiedad social alta) en vez de pacientes diagnosticados, este último problema

también ha sido resaltado por Norton y Abbott (2016), aunque en el estudio de la AAE en

TAS. Otros autores también han reconocido la necesidad de usar muestras más grandes en los

estudios de TAS (Boehme et al., 2015b; Gregory & Peters, 2016), sin importar el constructo

que se esté estudiando en relación con la patología.

Por otra parte, Spence y Rapee (2016) señalan que, si bien se ha hablado del parenting

como un factor implicado en la etiología del TAS, la evidencia es débil, poco sistemática y

poco específica al trastorno, por lo que se necesita estudiar mejor. En el caso de las destrezas

sociales (social skills), estos autores dicen que, si bien existe una relación entre el TAS y

bajas destrezas sociales, no está claro si estas destrezas son bajas a consecuencia de la

interferencia del trastorno o si realmente hay un desarrollo pobre de estas destrezas, por lo

que esta relación se debería investigar. También plantean que frente al hecho de que la

exposición a eventos adversos tiene una considerable frecuencia en niños con ansiedad social,

se debe investigar por qué sólo algunos desarrollan TAS, esto es, como interaccionan otros

Page 71: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

71

factores intrínsecos y extrínsecos con la exposición a eventos adversos en la etiología del

TAS. Finalmente, Bas-Hoogendam et al. (2016) han establecido la necesidad de continuar la

investigación en endofenotipos neurobiológicos del TAS desde distintos frentes, destacando

los estudios familiares longitudinales, mientras que Stein y Nesse (2011) apuntan a que se

debe estudiar las relaciones entre las variaciones genéticas y epigenéticas en el TAS, así

como las variaciones transculturales del trastorno.

Page 72: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

72

Discusión

Discusión de hallazgos

Los estudios empíricos en TAS han arrojado evidencia que apunta a una multiplicidad

de factores asociados a la etiología y sostenimiento del TAS (Bas-Hoogendam et al., 2016),

entendido este último como la persistencia del trastorno pese a la exposición prolongada a

loss estímulos temidos. Sin embargo, ninguno de estos factores (conductuales, cognitivos,

neurobiológicos, temperamentales, entre otros) ha sido demostrado que conduzca

invariablemente al desarrollo del TAS. Esto se refleja en los modelos que han sido

desarrollados pues, aunque algunos son más complejos que otros, en general todos incluyen

diversas influencias que contribuyen de manera conjunta ya sea a la etiología o al

sostenimiento del trastorno. Debido a esta variedad de factores, probablemente el curso de

desarrollo del TAS, es decir, la cadena de eventos que lleva a la aparición del trastorno, varíe

según las características de cada individuo.

Un problema mayor que enfrenta la investigación en TAS, es que, a pesar de que se

han descrito una gran cantidad de factores relacionados a su desarrollo, no se ha podido

establecer adecuadamente relaciones causales debido a una falta de estudios longitudinales

(Heeren & McNally, 2016; Spence & Rapee, 2016). Este problema es compensado un poco

por los ensayos controlados realizados para estudiar la efectividad de tratamientos

psicoterapéuticos en el trastorno, en donde se suele hacer seguimiento de la evolución de los

pacientes tras haber finalizado el tratamiento, incluso hasta cinco años después. Si bien estos

estudios no demuestran la causalidad de ningún factor en la etiología del TAS, sí indican que

se avanza por un buen camino al elegir como blanco de los tratamientos variables como

conductas de seguridad o los sesgos de atención pues, por ejemplo, los síntomas de ansiedad

son reducidos efectivamente con medianos a grandes tamaños del efecto, sosteniéndose sobre

el tiempo (Cuijpers et al., 2016; Schweden et al., 2016).

Pese a los hallazgos de los estudios de tratamientos para el TAS, aún sigue siendo un

problema la falta de estudios longitudinales para lograr un mayor entendimiento de la

etiología del trastorno. Las investigaciones se realizan o bien con sujetos ya diagnosticados o

con sujetos en riesgo, ya sea porque presentan rasgos como la IC o porque registran altos

niveles de ansiedad social, pero no se suele evaluar el cambio que acontece entre una fase

preclínica y el trastorno como tal. Tal cambio ciertamente no ocurre (u ocurre muy pocas

veces) en la adultez, pues como ya se reportó, la aparición del trastorno acontece

mayoritariamente en un rango de tiempo que va de la infancia tardía a la adolescencia (Dilbaz

Page 73: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

73

et al., 2011; Spence & Rapee, 2016), por lo que es clave que los estudios longitudinales

cubran este periodo de tiempo.

Aunque no se ha demostrado empíricamente, teóricamente se puede deducir que es la

interacción de distintos factores lo que finalmente causa la aparición del TAS, precisamente

porque la mera presencia de uno u otro factor no es determinante para que una persona

desarrolle TAS. Incluso parece estar en juego un factor cultural que entra en interacción con

otros a la hora de otorgar un diagnóstico de TAS, pues se debe recordar que, si bien el

trastorno consiste en una respuesta emocional exagerada a determinados estímulos, dicha

respuesta se considera exagerada precisamente porque es social y afectivamente

incapacitante, es decir, hay una dimensión funcional que supone un nivel a partir del cual la

respuesta emocional impide que el individuo realice de forma adecuada actividades diarias

que implican una situación social.

Parte del asunto de la funcionalidad de los individuos en relación con la ansiedad

social, tiene que ver con la forma en que se ha conceptualizado la naturaleza del trastorno. La

clasificación de entidad nosológica que se le ha otorgado al TAS no implica que este tenga un

carácter discreto pues, de hecho, se ha entendido este trastorno como una condición dentro de

un continuo de ansiedad, en donde el TAS representaría la expresión de mayor severidad

(Boehme et al., 2015a). Este planteamiento se ha basado en los hallazgos de que varias de las

características que se hallan presentes en pacientes con TAS y que han sido relacionadas

directamente con el trastorno, también han sido encontradas en pacientes con altos niveles de

ansiedad social, pero sin diagnóstico de TAS, o lo que es lo mismo, con ansiedad social

subclínica, mientras que, en pacientes con bajos niveles de ansiedad social, estas

características no están presentes (Boehme et al., 2015a; Mauss et al., 2003).

El factor cultural involucrado en el diagnóstico del TAS se corresponde entonces con

la clase de conductas sociales que son promovidas o favorecidas según el medio del individuo

y que, en la medida en que varíen, hacen que la respuesta emocional resulte menos o más

adaptativa. Todo lo anterior hace que surja la pregunta acerca de la idoneidad de realizar

estudios en personas sanas, con altos niveles de ansiedad social y tratar de generalizar los

resultados a pacientes con TAS, cuestión que no es de poca relevancia teniendo en cuenta que

muchos estudios se realizan, por ejemplo, tomando muestras de estudiantes universitarios y

separándolos en grupos según su nivel de ansiedad social (Johnstone et al., 2017; Kret et al.,

2015; Sutterby et al., 2012).

Lo primero que habría que mencionar es que, pese a que se considera que estas son

personas sanas pues no cumplen los criterios suficientes para un diagnóstico clínico, como ya

Page 74: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

74

se dijo, la evidencia apunta a que existen similitudes entre la ansiedad social subclínica y el

TAS como tal. Por supuesto, al ser dos clasificaciones diferentes existen diferencias

objetivas, pero las similitudes señaladas ayudan a la investigación en varios sentidos.

Primero, partiendo del concepto de continuo de ansiedad social, se puede pensar que entre

más alto sea el nivel de ansiedad social y más semejanzas halla con un diagnóstico de TAS,

más cerca esta el individuo de desarrollar el trastorno, por lo que así mismo, se puede

considerar que las características que lo acercan al trastorno representan en sí mismas

factores de riesgo en tanto que empiezan a haber más probabilidades de cumplir con todos los

criterios para ser diagnosticado. Segundo, el presentar características similares a las personas

con TAS, implica que a nivel funcional también hay una alteración en términos sociales, sin

embargo, esta alteración podría ser disminuida mediante estrategias de prevención, de manera

que la ansiedad social subclínica no se convierta en TAS y así, además, identificar predictores

de respuesta al tratamiento en pacientes con TAS. Tercero, a nivel neurobiológico, al haber

menos características presentes que en el TAS, se puede aislar con mayor facilidad la

actividad neuronal asociada a cambios en distintas conductas como, por ejemplo, la respuesta

emocional y el control de la misma.

El uso de los hallazgos de estudios en ansiedad social subclínica para explicar

conductas de personas con TAS parece, entonces, soportado hasta cierto punto por la

conceptualización de la ansiedad social como un continuo con un extremo patológico. Sin

embargo, siguen siendo dos clasificaciones diferentes y, por lo tanto, si bien no se invalida de

entrada todo intento de teorizar sobre el TAS a partir de resultados encontrados en ansiedad

social subclínica, si se debería tener mucho cuidado al hacerlo y, de ser posible, siempre

hacerlo a partir de resultados encontrados en pacientes con el trastorno. Es una situación

equiparable a los estudios con modelos animales, esto es, si bien se pueden hallar resultados

prometedores en un organismo diferente, se debe verificar rigurosamente que tales resultados

aplican para el grupo en cuestión, en este caso pacientes con TAS, y que además se pueden

replicar en el grupo que interesa estudiar.

Una de las características más consideradas por los modelos y halladas en los estudios

en TAS (y en ansiedad social subclínica) es el patrón atencional según el cual los pacientes

empiezan a prestar atención y automonitorear sus propias conductas y estados interoceptivos.

La evidencia recogida apunta a que este patrón atencional, también conocido como AAE,

produce efectos negativos sobre la conducta del paciente, por ejemplo, este interpreta y

evalúa su propio desempeño en interacciones sociales de forma negativa, además de que

empieza a producir más pensamientos negativos (Gregory & Peters, 2016). Es llamativo que

Page 75: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

75

la AAE tenga este tipo de efectos y, al menos entre los estudios revisados aquí, no se halló

que se haya investigado por qué la AAE produce efectos negativos y no positivos. Una

posibilidad es que la AAE interactúe con los sesgos de los pacientes en cuanto a sus

creencias, esto es, que busquen selectivamente información de sí mismos que confirme tales

creencias e ignoren la información que las controvierte, además de malinterpretar aquella

información que no apoya ni niega sus creencias. Sería importante poder estudiar esto con

personas sanas, induciendo estados de AAE y ver si, al no poseer los sesgos de las personas

con TAS, presentan o no los mismos efectos sobre su conducta que las personas con TAS. Si

bien algunos autores sugieren que la AAE impide que los pacientes con TAS observen

evidencia en otras personas que vaya en contravía de sus propias creencias (Clark & Wells,

1995), esto no es suficiente para explicar por qué la información que recogen a partir de la

AAE tiene tales efectos.

Otro de los puntos de debate acerca de las creencias de las personas con TAS es

acerca de su desempeño social. Estas personas tienen una percepción de sí mismos según la

cual poseen pocas o deficientes habilidades sociales y que, por lo tanto, son inadecuados

socialmente (Ng & Abbott, 2016; Norton & Abbott, 2016). Sin embargo, se ha discutido si,

en efecto, los pacientes con TAS presentan habilidades sociales pobres o si sólo lo perciben

así. En la literatura se ha sugerido que es posible que no tengan déficits en habilidades

sociales pero que, debido precisamente al proceso que se discutía antes, este es, la AAE, se

genera una asignación de recursos atencionales inadecuada que termina diezmando el

desempeño social de los pacientes con TAS (Clark & Wells, 1995; Norton & Abbott, 2016).

A pesar de lo anterior, aún no es claro si realmente los pacientes con TAS poseen

habilidades sociales pobres o si sólo es una percepción. Incluso en el caso de que, en efecto,

la AAE estuviera interfiriendo en el desempeño social, esto no demostraría que haya déficits

en habilidades sociales, sino que otro proceso está causando un funcionamiento inadecuado

de las habilidades sociales. Se debe recordar que la ansiedad social es particularmente

insidiosa en situaciones de no familiaridad (Rheingold et al., 2003), por lo que se podría

testear si la calidad de las habilidades sociales de las personas con TAS varía en función de si

interactúan con alguien conocido y de confianza o si lo hacen con un desconocido. Podría ser

que, en la situación de familiaridad, los pacientes con TAS no vuelquen su atención sobre sí

mismos, de manera que se podría probar de manera más limpia si sus habilidades sociales

presentan déficits o no.

Por otra parte, a nivel neurobiológico se han hallado cambios funcionales en diversas

estructuras cerebrales de pacientes con TAS en comparación con personas sanas. Entre estas

Page 76: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

76

estructuras, dos de las más consistentes a través de los estudios son la amígdala y la ínsula,

las cuales han mostrado hiperactivación cuando se les presentan estímulos sociales a los

pacientes (Boehme et al., 2015b, Brühl et al., 2014). Estas estructuras han sido relacionadas

con procesos como las reacciones emocionales, la activación fisiológica, la memoria

emocional y la interocepción (Etkin & Wager, 2007). Estando relacionadas a tales procesos,

tiene mucho sentido que se hallen diferencias en personas con TAS en estas estructuras en

comparación a personas sanas, sin embargo, la naturaleza de la relación que hay entre estos

cambios funcionales y los fenómenos conductuales que se observan en el TAS deben ser

analizados con cautela, pues se puede caer en la tentación de suponer, a la ligera, relaciones

causales que no tienen lugar.

Si, por ejemplo, se supusiera que las mencionadas alteraciones funcionales del

cerebro de pacientes con TAS son la causa del trastorno, se admitiría pues que, a fin de

disminuir o cesar las manifestaciones clínicas de ansiedad social, se debería buscar la manera

de manipular la actividad cerebral de los pacientes, particularmente cuando son expuestos a

los estímulos que temen. Sin embargo, se llegaría a una explicación incompleta, pues no se

establecería qué causó las alteraciones funcionales del cerebro en primer lugar. En la

literatura científica, si bien se han detectado algunas diferencias en el cerebro a nivel

estructural entre pacientes con TAS y sujetos sanos (Bas-Hoogendam et al, 2016), no hay

evidencia de que estas se traten de una lesión cerebral o que exista un patrón de desarrollo

neurobiológico alterado. Sin presencia de lesiones cerebrales ni anormalidades en el

desarrollo, el postular que las diferencias a nivel funcional se explican por las diferencias a

nivel estructural presentaría el mismo problema de explicación incompleta que se

mencionaba antes para el caso de la relación entre el funcionamiento cerebral y la conducta

de los pacientes con TAS.

Una posibilidad que se acomoda mejor a los datos es la que contempla el

moldeamiento del cerebro y su funcionamiento a partir del ambiente. Ya se ha demostrado

cómo las experiencias de los individuos tienen un impacto directo sobre el cambio del

cerebro, especialmente sobre estadios tempranos del desarrollo, el cual no progresa siguiendo

un programa definido y hermético, sino que interactúa y se desarrolla en función de aquellos

estímulos que recibe el individuo (Burke et al., 2017; Haller et al., 2015). Siendo tal el caso,

no es difícil pensar que tal vez no es el cambio funcional del cerebro el que causa el TAS,

sino que dicho cambio funcional es una manifestación más del mismo trastorno que se deriva

de un moldeamiento conductual producto de las experiencias.

Page 77: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

77

De tal manera, no se niega que los cambios funcionales de la amígdala y la ínsula,

entre otras estructuras, que se presentan en el TAS tengan relación alguna con el repertorio

conductual que presentan estos pacientes, especialmente en relación con la expresión

emocional y la interocepción. La postura que aquí se defiende es que estas estructuras

posibilitan los fenómenos conductuales descritos, más no los causan, de la misma manera que

huesos y músculos posibilitan el movimiento de los individuos, pero no lo causan.

Siguiendo la anterior argumentación, es interesante entonces lo que un trastorno como

el TAS nos puede decir acerca de las estructuras cerebrales relacionadas a la conducta

emocional. Por ejemplo, si bien la amígdala se ha relacionado primordialmente con la

reactividad emocional, independiente de la valencia emocional (Birbaumer et al., 1998,

Straube et al., 2005), otras estructuras típicas en los estudios de neuroimagen en TAS se han

relacionado más con una suerte de percepción de sí mismo, que involucra un viraje de la

atención hacia la propia conducta y los estados fisiológicos, además de un proceso de toma de

perspectiva, en otras palabras, una conjunción de los procesos de toma de perspectiva, AAE e

interocepción. Entre esas estructuras se encuentran la ínsula, la CCP, la CPFm y la UTP

(Boehme et al., 2015a), las cuales parecen coordinarse en el proceso de llegar a fases en las

que se tiene una conciencia de sí mismo que es intensa y distorsionada, en tanto que

participan en situaciones en las que los pacientes favorecen cierta información que confirma

sus creencias asociadas al TAS. Ese proceso de confirmación selectiva es coherente con la

evidencia que apunta a que la experiencia subjetiva de ansiedad en TAS no se corresponde

necesariamente con una realidad fisiológica ni conductual (Hermann et al., 2002; Mauss et

al., 2003; McNeil et al., 1993).

Lo anterior plantea la posibilidad de que las emociones experimentadas no

necesariamente parten de una base fisiológica para ser percibidas o al menos no una que sea

proporcional a la experiencia, de la misma forma que no todas las percepciones parten de un

registro sensorial que se corresponda a la realidad, como en el caso del fenómeno del

miembro fantasma. Por otra parte, se ha resaltado el papel que la información emocional

juega en procesos mnémicos y, en este sentido, una estructura asociada a tales procesos ha

presentado cambios funcionales en el TAS, esta es, el hipocampo (Freitas-Ferrari et al.,

2010). Sin embargo, algunos autores han resaltado que la formación hipocampal podría tener

implicaciones mucho más importantes en la conducta emocional que sólo las asociadas a

memoria, en particular, ha sido asociada a conductas de ansiedad como medio de resolución

de conflictos entre metas que se contraponen (McNaughton & Corr, 2004). Esto resalta la

importancia de, en el estudio de las emociones, no considerar sólo la percepción de estímulos

Page 78: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

78

emocionales o las reacciones emocionales, sino además la conducta motivada, en donde el

afecto funciona de forma instrumental.

Adicionalmente, se deben tener en cuenta las estructuras a las que se les ha

relacionado con conductas de regulación emocional, como la COF, la CCA y la CPFvld

(Boehme et al., 2015a). Particularmente esta última ha sido relacionada con estrategias de

regulación como la reevaluación cognitiva y el etiquetado de emociones (Burklund et al.,

2015). Es llamativo el efecto regulatorio que produce el etiquetado de emociones, pues es

consistente con evidencia que apunta a que los pacientes con TAS tienen una claridad

disminuida acerca de sus propias emociones (Morrison et al., 2016b). Se podría pensar

entonces que los pacientes encuentran dificultad regulando sus emociones porque no las

identifican adecuadamente, de manera que no saben cómo lidiar con una experiencia que es

confusa. Tratar de etiquetar emociones podría tener el efecto de otorgar claridad a dicha

experiencia emocional y permitir una adecuada regulación, proceso que estaría relacionado al

funcionamiento de la CPFvld.

Discusión de modelos

Los modelos descritos en la literatura del TAS se pueden dividir entre varios grupos

que no son necesariamente excluyentes, pues hay algunos que son más integradores que

otros. Estos modelos se podrían dividir, por un lado, entre los orientados a lo cognitivo-

conductual y los orientados a la integración de explicaciones a nivel neurobiológico y, por

otro lado, entre los orientados a la explicación de la etiología y los orientados a la explicación

del sostenimiento. Entre los modelos cognitivo-conductuales están el modelo de Clark y

Wells (1995); el de Heimberg, Brozovich y Rapee (2010); el de Hofmann (2007) y el de

Spence y Rapee (2016). Por otra parte, entre los modelos que integran factores

neurobiológicos están el de Caouette y Guyer (2014); el de Brühl, Delsignore, Komossa y

Weidt (2014) y el de Gray y McNaughton (McNaguhton & Corr, 2004). Además, se puede

incluir dentro de los modelos orientados a la etiología el de Caouette y Guyer. Entre los

modelos orientados al sostenimiento, se encuentran el de Clark y Wells; el de Hofmann y el

de Brühl, Delsignore, Komossa y Weidt. Adicionalmente, otros modelos se podrían incluir

dentro de las dos categorías (etiología y sostenimiento) como el de Heimberg, Brozovich y

Rapee; el de Spence y Rapee y el de Gray y McNaughton.

Los modelos cognitivo-conductuales muestran algunos acuerdos entre sí como, por

ejemplo, la presencia de conductas de seguridad y de sesgos o creencias distorsionadas es

Page 79: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

79

importante, cuando no crítica, en los mecanismos tanto etiológicos como de sostenimiento del

trastorno. Además, tres de los cuatro modelos cognitivo-conductuales descritos previamente

coinciden en que el TAS funciona como un círculo vicioso, en el que los diferentes elementos

se retroalimentan. Sin embargo, hay otros aspectos en los que no coinciden y que marcan

diferencias importantes pues, por ejemplo, los tratamientos que se desarrollen a partir de

dichos modelos van a variar en los objetivos a intervenir.

Una diferencia apreciable entre el modelo de Clark y Wells y el de Heimberg,

Brozovich y Rapee tiene que ver con la relevancia que se le otorga a la atención o más

específicamente al foco de atención, pues Clark y Wells señalan que la AAE es uno de los

cuatro procesos que sostiene al trastorno, el cual provocaría además interferencia en un

adecuado procesamiento de información social proveniente de fuera del individuo. Por otro

lado, el segundo modelo mencionado estipula que la atención de las personas con TAS

fluctúa entre el automonitoreo y la vigilancia de fuentes de amenaza externas. Aunque el

modelo de Hofmann no sugiere que la AAE sea un proceso esencial para el sostenimiento del

TAS, sí es el primer evento en una serie de sucesos que se desencadenan cuando un paciente

con TAS entra en una situación social amenazante.

La evidencia apunta a que, antes de entrar en una situación social y aún en fases

tempranas de procesamiento de información social, los pacientes están enfocando su atención

en la detección de estímulos sociales externos (Boll et al., 2016; van Peer et al., 2010), sin

embargo, también se han reportado aumentos en AAE en los pacientes durante situaciones

sociales (Boehme et al., 2015a; Gregory & Peters, 2016). Estos hallazgos favorecen al

modelo de Heimberg, Brozovich y Rapee, que pone acento en ambos patrones atencionales.

Es interesante que, según Wells y Papageorgiou (1998), cuando la exposición a estímulos

sociales va acompañada de una instrucción explícita de enfocarse en estímulos externos, el

efecto ansiolítico de la exposición se potencia. Esto podría indicar que, si bien la

hipervigilancia de estímulos externos es característica del TAS, no refuerza el trastorno per

se, sino que lo hace cuando interacciona con la AAE. De ser así, más importante que el foco

de atención que presenten los pacientes durante situaciones sociales sería la temporalidad de

los procesos atencionales. Esto iría en la vía de estudios de potenciales evocados que indican

que hay un procesamiento sesgado de información externa sólo durante la fase más temprana

de procesamiento (van Peer et al., 2010).

Por otra parte, el modelo de Spence y Rapee es el único de los cognitivo-conductuales

que contempla la posibilidad de que uno de los elementos que contribuye tanto a la etiología

como al sostenimiento del trastorno es el déficit en habilidades sociales, pues los demás, si

Page 80: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

80

bien no niegan que los pacientes con TAS tienen problemas en su desempeño social, sugieren

que estas dificultades son inducidas por la misma ansiedad. Aunque la literatura revisada no

reporta si déficits en habilidades sociales predicen la aparición del TAS, sí se ha demostrado

que los pacientes tienden a subestimar sus propias capacidades en situaciones sociales (Ng &

Abbott, 2016) y que otros procesos característicos del TAS, pueden interferir en el

desempeño social de estas personas (Norton & Abbott, 2016). Sin embargo, el modelo de

Spence y Rapee también recoge a los factores culturales como elemento participante en la

etiología y sostenimiento del TAS y, estos factores, van muy de la mano de las habilidades

sociales dado que, según el tipo de comunidad en la que se desenvuelva el individuo, puede

haber aprendido que ciertos tipos de interacción social son menos o más importantes y, en ese

sentido, no todos los conjuntos de habilidades sociales serán igual de relevantes. Sería

importante evaluar tal relación por medio de estudios transculturales.

También se han introducido los conceptos de PPE y procesamiento anticipatorio en

los modelos descritos, los cuales son dos tipos de ruminación con diferente orden temporal.

El modelo de Clark y Wells es el que con más detalle los recoge y, a la vez, el que más

importancia les da. Los modelos están de acuerdo en que el PPE actúa como una especie de

cierre del ciclo de la experiencia del TAS, pues es lo que ocurre tras haber finalizado la

situación y proponen que reforzaría el trastorno. Por el lado del procesamiento anticipatorio,

realmente es el modelo de Clark y Wells el único que lo recoge, ya que Heimberg, Brozovich

y Rapee postulan que el PPE también puede funcionar como anticipación de eventos sociales

futuros y el modelo de Hofmann, pese a que contempla que los pacientes anticipan resultados

negativos en situaciones sociales próximas, no repara mucho en este aspecto. La evidencia

apoya que, tanto el procesamiento anticipatorio como el PPE, son elementos importantes en

el TAS (Morrison et al., 2016a; Norton & Abbott, 2016; Schweden et al., 2016), por lo que

tales hallazgos estarían mejor representados por el modelo de Clark y Wells.

Respecto a la regulación emocional, los modelos que más acento ponen en la

importancia de este factor para la etiología y el sostenimiento del TAS son el de Heimberg,

Brozovich y Rapee y el de Spence y Rapee. Clark y Wells no lo mencionan en absoluto,

mientras que, en el modelo de Hoffman, lo que se propone es que hay una percepción de bajo

control emocional, pero no se habla de si hay problemas de regulación emocional. Spence y

Rapee sugieren que, a nivel distal, la capacidad de regulación emocional de un individuo

influye en el riesgo de desarrollar TAS. Por otra parte, Heimberg, Brozovich y Rapee afirman

que, mientras que los pacientes con TAS pueden ejercer regulación emocional, el problema

está en las estrategias usadas, para lo cual resaltan el uso de la supresión emocional que, de

Page 81: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

81

acuerdo a los autores, es una estrategia frecuentemente usada por estos pacientes pero que no

es efectiva ya que cae dentro de la categoría de conducta de seguridad. Este es quizá uno de

los puntos más problemáticos ya que, si bien se ha encontrado consistentemente que las

personas con TAS presentan problemas de regulación emocional (Burklund et al., 2015;

Clauss et al, 2014), los hallazgos acerca de si esto depende o no de la estrategia usada son

mixtos (Kingsep & Page, 2010). Esto podría deberse, sin embargo, al uso de distintas

estrategias en las diferentes investigaciones, por lo que habría que tratar de comparar el

efecto que producen tales estrategias en personas con TAS. Por lo pronto, se podría afirmar

que, de forma general, una ineficiente regulación emocional sí es un factor de riesgo para el

desarrollo de TAS.

En los modelos que integran factores neurobiológicos se apoya esa misma idea,

acerca de una inadecuada regulación emocional. De hecho, Cauoette y Guyer señalan que la

adolescencia representa un periodo crítico para el desarrollo del TAS, en parte, porque las

redes regulatorias prefrontales aún están en maduración. En el modelo de Brühl, Delsignore,

Komossa y Weidt se propone que la amígdala presenta una mayor conectividad con regiones

prefrontales, sin embargo, no son mencionadas las estructuras que son frecuentemente

asociadas a actividades reguladoras (a excepción de la CCA), como la CPFvl y la COF. En

este sentido, el modelo es consistente con los hallazgos según los cuales, cuando se hacen

análisis basado en semillas en la amígdala, se halla una mayor conectividad con la parte

dorsal de la CPF, pero una menor conectividad con la parte ventral, así como orbital (Brühl et

al, 2014; Laeger et al., 2014; Minlan et al., 2016). Adicionalmente, se ha señalado que existe

una comunicación alterada entre CPFvld y amígdala en tanto que, en pacientes con TAS, a

diferencia de sujetos sanos, existe una correlación positiva en la activación de estas dos

estructuras y también se ha detectado un menor volumen en haces de materia blanca que

conectan la amígdala con la COF (Baur et al., 2011; Burklund et al., 2015).

Gray y McNaughton en su modelo proponen que la corriente dorsal prefrontal hace

parte del sistema que controla las conductas de ansiedad y que, en particular, esta estructura

estaría relacionada con ansiedades complejas como la que está presente en el TAS, lo que es

consistente con la evidencia mencionada antes acerca de la conectividad amígdala-CPF

dorsal en TAS. Ahora bien, este modelo introduce una interesante aproximación que es

compartida por el modelo de Caouette y Guyer y es la participación de dos sistemas

neuronales en el TAS: uno relacionado con el miedo y otro relacionado con las recompensas.

Si bien Caouette y Guyer mencionan que estos dos sistemas y los conflictos que se generan

entre las conductas relacionadas a ellos son importantes en el TAS, ellos se enfocan más en

Page 82: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

82

cómo la adolescencia es un periodo en el que las probabilidades de que tales conflictos

ocurran son mayores y que esto es un factor de riesgo para el desarrollo del TAS, por lo que

no profundizan tanto en ello. Gray y Mcnaughton, en cambio, ponen en el centro de su

modelo este conflicto, afirmando que la ansiedad es la respuesta conductual que el organismo

adopta para tratar de resolver dicho conflicto y que las estructuras que se relacionan con estas

conductas hacen parte de algo que han llamado el sistema de inhibición conductual.

Las estructuras propuestas por ambos modelos tienden a coincidir. Cuando Caouette y

Guyer hablan de un sistema de miedo-evitación, resaltan a la amígdala y a la CPFvl, mientras

que cuando Gray y McNaughton hablan de miedo o evitación defensiva, se refieren a la

corriente ventral prefrontal, la CCA, la amígdala, el hipotálamo medial y la sustancia gris

periacueductal. Por el otro lado, cuando Cauoette y Guyer hablan de sistema de

procesamiento de recompensas, se refieren a los núcleos de la base y la CPFvm, mientras que

cuando Gray y McNaughton hablan de aproximación apetitiva, se refieren principalmente a

los núcleos accumbens y caudado. Independiente de las estructuras que cada modelo

establezca, hay un acuerdo en que hay al menos dos fuerzas u objetivos que compiten entre sí

y que hacen surgir las conductas de ansiedad. Sin embargo, estos no son los únicos modelos

que proponen algo similar, pues entre las propuestas cognitivo-conductuales, Clark y Wells

señalan que el TAS consiste en un conflicto entre querer dar una buena impresión y tener

miedo de no ser capaz de hacerlo y Hofmann en su modelo afirma algo similar.

En estos cuatro modelos se está proponiendo una idea similar y que Gray y

McNaughton declaran explícitamente: miedo no es lo mismo que ansiedad. Ninguno de estos

modelos, sin embargo, niega que el miedo sea un elemento importante en el TAS, de hecho,

lo ubican como un componente central en el TAS. Pero esta diferenciación cobra importancia

cuando se piensa en la naturaleza de los estímulos temidos en el TAS pues, por ejemplo, una

persona que le tiene miedo o fobia a las arañas las evitará y, en general, no encontrará

motivos para querer acercarse a una. Al contrario, una persona con TAS, en general, sí

encontrará motivos para querer acercarse a los estímulos que teme, a participar de

interacciones sociales. El efecto a nivel psicológico, entonces, es diferente, pues hay un

conflicto en términos de objetivos que el individuo necesita poder resolver y, en este sentido,

el modelo de Gray y McNaughton recoge esta situación mejor que los otros modelos, pues

reconoce que, a nivel psicológico, el efecto que produce el miedo a las arañas no es el mismo

que produce el miedo a ser juzgado o verse envuelto en una situación social avergonzante.

Como consecuencia de tal línea argumentativa, conceptualmente es más razonable la

denominación TAS que fobia social.

Page 83: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

83

Gray y McNaughton también hacen una aseveración sobre la ansiedad que es

importante en términos explicativos, pues describen que, cuando un conflicto es detectado, la

activación fisiológica que acompaña tanto a la fuente de amenaza como a la meta que implica

aproximarse a dicha amenaza, se combinan, potenciando dicha activación, mientras que las

conductas que aproximación y evitación iniciales se inhiben y se favorece la evaluación del

riesgo, el monitoreo del ambiente y el automonitoreo. Estas conductas favorecen la

percepción de amenazas y el recuerdo de consecuencias negativas, por lo que, así mismo, se

favorecen finalmente las conductas de evitación. Esto iría con los hallazgos, según los cuales,

hay mayores niveles de activación fisiológica en personas con TAS que en personas sanas,

cuando son expuestas a estímulos sociales y que, además, hay mayor recuerdo de eventos

negativos y un cambio de patrón atencional hacia la AAE (Boehme et al., 2015a; Bourne &

Vladeanu, 2011; Rheingold et al., 2003; Wenzel et al., 2002).

Una última coincidencia entre los modelos que vale la pena resaltar es la que hay

acerca del desarrollo, pues el modelo de Spence y Rapee señala que los distintos factores de

riesgo tienen un impacto distinto de acuerdo a la fase de desarrollo del individuo, apreciación

que Caouette y Guyer apoyan por medio de su modelo, en el que destacan aquellos factores

que aumentan la probabilidad de aparición del TAS durante la adolescencia. Pero aún más,

estos dos modelos señalan que particularmente durante la infancia son importantes los

factores temperamentales y que especialmente la IC en los niños es un factor de riesgo para el

desarrollo del TAS, afirmación que tiene un sólido apoyo empírico (Spence & Rapee, 2016;

Taddei et al., 2010). Esta idea también es planteada por Gray y McNaughton, aunque no la

desarrollan mucho, pues afirman que las diferencias individuales frente a la sensibilidad a

aquellos conflictos que dan paso a conductas de ansiedad, podrían estar explicadas por

dimensiones de personalidad, las cuales podrían tener su base neurobiológica en el nivel de

ansiolíticos endógenos presentes en cada individuo.

Modelo integrador del TAS

Tras haber revisado los hallazgos reportados en la literatura y discutido los modelos

propuestos hasta ahora, vale la pena configurar un modelo que integre estos esfuerzos. En

razón de esto, se propone el siguiente modelo integrador del TAS.

Lo primero a considerar, es que no todos los elementos del modelo se comportan de la

misma forma independiente de la fase del desarrollo en que se encuentre el individuo.

También, se parte de la concepción de que la ansiedad es un fenómeno orientado a la meta

Page 84: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

84

que tiene como objetivo motivar una toma de decisión relacionada a un conflicto generado

por dos metas no reconciliables, que tienden a tener el mismo peso percibido frente a dicha

toma de decisión. Tal conflicto no necesariamente incluye una meta motivada por el miedo

(evitación), pero en el caso del TAS siempre se va a tratar de un conflicto en el que al menos

una de las metas está motivada por el miedo. En principio, se retoma la idea de que los

sistemas asociados con las conductas de miedo-evitación y aproximación-apetitiva, están

conformados por las estructuras neuronales propuestas por Gray y McNaughton (2004).

Ahora bien, para que una persona llegue a desarrollar TAS, debe haber habido un proceso de

adquisición de miedo hacia unos determinados estímulos, en este caso, un miedo a la

evaluación social (independiente de la valencia) y, en consecuencia, miedo a las posibles

consecuencias negativas de la evaluación social.

Debido a la naturaleza de los estímulos temidos, esto es, que al tiempo que son

percibidos como fuentes de amenaza también son percibidos como fuentes de satisfacción

personal por todos los beneficios a nivel social y emocional que ofrecen, surge la necesidad

de acercarse a ellos pese a temerles. Como se mencionaba, este conflicto hace surgir las

conductas de ansiedad, las cuales no tienen como objetivo reducir el miedo, sino permitir al

individuo acercarse al estímulo a pesar del miedo. De hecho, las conductas de ansiedad

favorecen el miedo al estímulo, en tanto que el individuo empieza a vigilar el ambiente y

monitorear los estímulos provenientes de sí mismo (fisiológicos, pensamientos, conducta),

fomentando la percepción de amenazas y el recuerdo de eventos negativos, lo que a su vez

lleva tanto a un aumento del afecto negativo como de la experiencia subjetiva de activación.

Es el efecto de estas conductas el que estaría permitiendo que, pese a que el individuo

se someta a una exposición cotidiana a los estímulos que teme, el trastorno se sostenga y no

se llegue a producir una habituación. De hecho, la exposición continuada al estímulo sin una

reducción en la respuesta emocional, es lo que inicialmente conduciría al individuo al

desarrollo del TAS, el proceso de adquisición del miedo del que se hablaba antes.

Adicionalmente, dada la frecuencia con la que una persona se enfrenta con situaciones

sociales, aunque inicialmente sea sólo una o un conjunto pequeño de situaciones en las que

las conductas de ansiedad surgen, es fácil que estas respuestas se generalicen a un abanico

más amplio de situaciones. Entonces, es en función del número de situaciones en las que se

presentan los síntomas de ansiedad y de la intensidad de estos síntomas que el individuo

empieza a adquirir diferentes grados de interrupción en su funcionalidad relativa a

actividades diarias.

Page 85: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

85

Así mismo, fenómenos ampliamente descritos en la investigación del TAS como la

AAE y los sesgos de interpretación se configuran y establecen en medio del uso de conductas

ansiosas ya mencionadas, como la evaluación del riesgo y el automonitoreo, el cual no está

relacionado sólo con la vigilancia de la actividad fisiológica y de los pensamientos, sino

además con el recuerdo de eventos negativos relacionados a la situación frente a la cual se

generan dichas conductas. Estos recuerdos, en conjunto con la evaluación del riesgo y el

aumento del afecto negativo mencionado anteriormente, moldean la lógica de razonamiento

del individuo, llevándolo a interpretar, por ejemplo, estímulos sociales ambiguos de forma

negativa.

Como se mencionaba al comienzo, los distintos factores involucrados en el desarrollo

del TAS no tienen un impacto igual en todas las fases del desarrollo. Así, por ejemplo, es

bastante raro que el trastorno aparezca por primera vez en la adultez, en donde las destrezas

sociales y de regulación emocional suelen haber llegado ya a un punto lo suficientemente

sólido y estable para actuar como factores protectores frente a este trastorno. Algunos eventos

que puedan afectar significativamente la percepción que se tiene de sí mismo, sin embargo,

pueden hacer aparecer este trastorno en la adultez. Las fases de la niñez y la adolescencia son

diferentes y particularmente la adolescencia es un periodo vulnerable como lo muestran los

estudios epidemiológicos (Dilbaz et al., 2011; Minsalud, Colciencias & PUJ, 2015).

Tendencias conductuales que se consolidan en la niñez pueden representar factores de riesgo

que deriven en TAS durante la adolescencia, pues influyen en la sensibilidad que tienen estos

individuos hacia los conflictos de aproximación-evitación descritos antes.

Entre estas tendencias, una de las que representa un mayor riesgo es la IC. Esta ha

sido definida como la tendencia a distanciarse de personas o situaciones nuevas o poco

familiares (Bas-Hoogendam et al., 2016). Puesto que un niño con tal característica carecerá

de un igual número de experiencias sociales que otros niños sin IC, este verá reducidas sus

oportunidades de realizar aprendizajes en lo social y lo emocional que lo ayuden a afianzar

respuestas adecuadas y proporcionales a las demandas reales que una situación social

disponga. Sin embargo, no necesariamente estas conductas no están en su repertorio, pues se

debe recordar que el niño con IC sólo muestra reticencia con personas poco familiares, sino

que, en la medida en que se dé la adquisición del miedo, el individuo recurre a otras

estrategias para poder entrar en las situaciones sociales que cada vez se hacen más relevantes

en su entorno. De acá que surjan conductas de seguridad, que no serían más que conductas

motivadas por la ansiedad.

Page 86: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

86

El tipo de relaciones que establezcca el individuo en su medio durante su infancia y

adolescencia también pueden tener influir en la aparición del TAS, así como el tipo de

relaciones y conductas sociales que se promuevan o se rechacen en su comunidad. Factores

como la exclusión social o estilos de crianza sobrecontroladores, autoritarios o poco cálidos

pueden generar riesgos que interactúan con otros factores, como el temperamento de la

persona. Sin embargo, algunas relaciones también pueden resultar protectoras frente al TAS

como, por ejemplo, conductas de cuidado proporcionadas por personas con quien se tiene

poca familiaridad o que son externas al círculo familiar.

Algunas características individuales también pueden resultar perniciosas o protectoras

dependiendo del caso, por ejemplo, las capacidades regulatorias emocionales, las destrezas

sociales, la intolerancia a la incerteza o la claridad emocional. De manera que la adquisición

del miedo es un proceso complejo que puede llegar a darse en un individuo dependiendo de la

manera en que interactúen factores personales y del medio. El modelo ha sido representado

gráficamente en la Figura 1 (ver Anexos).

Page 87: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

87

Referencias

Abraham, A., Kaufmann, C., Redlich, R., Hermann, A., Stark, R., Stevens, S., & Hermann,

C. (2013). Self-referential and anxiety-relevant information processing in subclinical

social anxiety: an fMRI study. Brain imaging and behavior, 7(1), 35-48.

Achim, A. M., Maziade, M., Raymond, E., Olivier, D., Merette, C., Roy, M. A., (2011). How

prevalent are anxiety disorders in schizophrenia? A meta-analysis and critical review

on a significant association. Schizophr. Bull. 37 (4), 811–821.

Achim, A. M., Ouellet, R., Lavoie, M. A., Vallières, C., Jackson, P. L., & Roy, M. A. (2013).

Impact of social anxiety on social cognition and functioning in patients with recent-

onset schizophrenia spectrum disorders. Schizophrenia research, 145(1), 75-81.

Åhs, F., Sollers, J. J., Furmark, T., Fredrikson, M., & Thayer, J. F. (2009). High-frequency

heart rate variability and cortico-striatal activity in men and women with social

phobia. Neuroimage, 47(3), 815-820.

Alfano, C. A., Beidel, D. C. & Turner, S. M. (2008). Negative self-imagery among

adolescents with social phobia: a test of an adult model of the disorder. Journal of

Clinical Child and Adolescent Psychology, 37(2), 327–336.

Almas, A. N., Phillips, D. A., Henderson, H. A., Hane, A. A., Degnan, K. A., Moas, O. L. &

Fox, N. A. (2011). The relations between infant negative reactivity, non-maternal

childcare, and children’s interactions with familiar and unfamiliar peers. Social

Development, 20(4), 718–740.

Alonso, J., Angermeyer, M. C., Bernert, S., Bruffaerts, R., Brugha, T. S., Bryson, H., de

Girolamo, G., Graaf, R., Demyttenaere, K., Gasquet, I., Haro, J.M., Katz, S.J.,

Kessler, R.C., Kovess, V., Lepine, J.P., Ormel, J., Polidori, G., Russo, L.J., Vilagut

G., Almansa, J., Arbabzadeh-Bouchez, S., Autonell, J., Bernal, M., Buist-Bouwman,

M.A., Codony, M., Domingo-Salvany, A., Ferrer, M., Joo, S.S., et al. (2004).

Disability and quality of life impact of mental disorders in Europe: results from the

European Study of the Epidemiology of Mental Disorders (ESEMeD) project. Acta

Psychiatrica Scandinavica, 109(s420), 38-46.

American Psychiatric Association (1995). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos

mentales (Tomàs de Flores i Formenti, José Toro Trallero, Joan Masana Ronquillo,

Josep Treserra Torres, Claudi Udina Abelló, trads.). (4.a ed.). Barcelona: Masson S.A.

(Obra original publicada en 1994).

Page 88: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

88

American Psychiatric Association (2000). Diagnostic and Statistical Manual of Mental

Disorders. (4th ed.). Text Revision. Washington, DC: American Psychiatric

Association

American Psychiatric Association (2014). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos

mentales (Teresa Bobes Bascarán, Paula Suárez Pinilla, Pilar López García,

Alexandra Bagney Lifante, Inmaculada Baeza Pertegaz, trads.). (5.a ed.). Madrid:

Editorial Médica Panamericana (Obra original publicada en 2013).

Baron-Cohen, S., Wheelwright, S., Hill, J., Raste, Y., & Plumb, I. (2001). The "Reading the

Mind in the Eyes" Test revised version: A study with normal adults, and adults with

Asperger syndrome or high-functioning autism. Journal of Child Psychology and

Psychiatry, 42, 241–251.

Bas-Hoogendam, J. M., Blackford, J. U., Brühl, A. B., Blair, K. S., van der Wee, N. J., &

Westenberg, P. M. (2016). Neurobiological candidate endophenotypes of social

anxiety disorder. Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 71, 362-378

Baur, V., Brühl, A. B., Herwig, U., Eberle, T., Rufer, M., Delsignore, A. & Hanggi, J. (2013).

Evidence of frontotemporal structural hypoconnectivity in social anxiety disorder: a

quantitative fiber tractography study. Hum. Brain Mapp., 34 (2), 437–446.

http://dx.doi.org/10.1002/hbm.2144722076860

Baur, V., Hänggi, J., Rufer, M., Delsignore, A., Jäncke, L., Herwig, U., & Brühl, A. B.

(2011). White matter alterations in social anxiety disorder. Journal of psychiatric

research, 45(10), 1366-1372.

Beck, A. T., Epstein, N., Brown, G. & Steer, R. A. (1988). An inventory for measuring

clinical anxiety: Psychometric properties. Journal of Consulting and Clinical

Psychology, 56(6), 893–897.

Beck, A. T., Steer, R. A., & Carbin, M. G. (1988). Psychometric properties of the Beck

Depression Inventory: Twenty-five years of evaluation. Clinical psychology review,

8(1), 77-100.

Beesdo, K., Bittner, A., Pine, D. S., Stein, M. B., Höfler, M., Lieb, R., & Wittchen, H. (2007).

The incidence of social anxiety disorder and the consistent risk for secondary

depression in the first three decades of life. Archives of General Psychiatry, 64, 903–

912. doi:10.1001/archpsyc.64.8.903.

Beidel, D. C., Turner, S. M., Jacob, R. G., & Cooley, M. R. (1989). Assessment of social

phobia: Reliability of an impromptu speech task. Journal of Anxiety Disorders, 3,

149–158.

Page 89: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

89

Beidel, D. C., Turner, S. M., & Morris, T. L. (1999). Psychopathology of childhood social

phobia. Journal of the American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, 38,

643–650.

Bezerra De Menezes G., Fontenelle L. & Marcio V. (2008) Gender effect on clinical features

and drug treatment response in social anxiety disorder (social phobia). International

Journal of Psychiatry in Clinical Practice, 12(2), 151 – 155, DOI:

10.1080/13651500701568317

Birbaumer N., Grodd W., Diedrich O., Klose U., Erb M., Lotze M., et al. (1998). fMRI

reveals amygdala activation to human faces in social phobics. NeuroReport, 9(6),

1223–1226.

Birn, R. M., Shackman, A. J., Oler, J. A., Williams, L. E., McFarlin, D. R., Rogers, G. M.,

Shelton, S. E., Alexander, A. L., Pine, D. S., Slattery, M. J., Davidson, R. J., Fox, A.

S. & Kalin, N. H. (2014). Evolutionarily conserved prefrontal-amygdalar dysfunction

in early-life anxiety. Mol. Psychiatry, 19, 915–922

Blair, K., Geraci, M., Devido, J., McCaffrey, D., Chen, G., Vythilingam, M., Ng, P. Hollon,

N., Jones, M., Blair, R. J. R. & Pine, D. S. (2008). Neural response to self-and other

referential praise and criticism in generalized social phobia. Archives of general

psychiatry, 65(10), 1176-1184.

Blair, K. S., Geraci, M., Otero, M., Majestic, C., Odenheimer, S., Jacobs, M., Blair, R. J. R.

& Pine, D. S. (2011). Atypical modulation of medial prefrontal cortex to self-

referential comments in generalized social phobia. Psychiatry Research:

Neuroimaging, 193(1), 38-45.

Blote, A. W., Miers, A. C., & Westenberg, P. (2015). The role of social performance and

physical attractiveness in peer rejection of socially anxious adolescents. Journal of

Research on Adolescence, 25(1), 189-200.

Boehme, S., Miltner, W. R., & Straube, T. (2015a). Neural correlates of self-focused

attention in social anxiety. Social Cognitive & Affective Neuroscience, 10(6), 856-

862. doi10.1093scannsu128.

Boehme, S., Ritter, V., Tefikow, S., Stangier, U., Strauss, B., Miltner, W. R., & Straube, T.

(2015b). Neural Correlates of Emotional Interference in Social Anxiety Disorder. Plos

ONE, 10(6), 1-15. doi:10.1371/journal.pone.0128608

Bögels, S. M., Alberts, M., & de Jong, P. J. (1996). Self-consciousness, self-focused

attention, blushing propensity and fear of blushing. Personality and Individual

Differences, 21(4), 573-581.

Page 90: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

90

Boll, S., Bartholomaeus, M., Peter, U., Lupke, U., & Gamer, M. (2016). Attentional

mechanisms of social perception are biased in social phobia. Journal of anxiety

disorders, 40, 83-93

Borge, F., Hoffart, A., Sexton, H., Martinsen, E., Gude, T., Hedley, L. M., & Abrahamsen, G.

(2010). Pre-treatment predictors and in-treatment factors associated with change in

avoidant and dependent personality disorder traits among patients with social phobia.

Clinical Psychology & Psychotherapy, 17(2), 87-99.

Bouchard, S., Dumoulin, S., Robillard, G., Guitard, T., Klinger, É., Forget, H., Lorganer, C.

& Roucaut, F. X. (2017). Virtual reality compared with in vivo exposure in the

treatment of social anxiety disorder: a three-arm randomised controlled trial. The

British Journal of Psychiatry, 210(4), 276-283.

Bourne, V. J., & Vladeanu, M. (2011). Lateralisation for processing facial emotion and

anxiety: Contrasting state, trait and social anxiety. Neuropsychologia, 49(5), 1343-

1349.

Brühl, A. B., Delsignore, A., Komossa, K., & Weidt, S. (2014). Neuroimaging in social

anxiety disorder—a meta-analytic review resulting in a new neurofunctional model.

Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 47, 260-280.

Brühl, A. B., Herwig, U., Delsignore, A., Jäncke, L., & Rufer, M. (2013). General emotion

processing in social anxiety disorder: neural issues of cognitive control. Psychiatry

Research: Neuroimaging, 212(2), 108-115.

Brühl, A. B., Rufer, M., Delsignore, A., Kaffenberger, T., Jäncke, L., & Herwig, U. (2011).

Neural correlates of altered general emotion processing in social anxiety disorder.

Brain research, 1378, 72-83.

Buhlmann, U., Wacker, R., & Dziobek, I. (2015). Inferring other people's states of mind:

Comparison across social anxiety, body dysmorphic, and obsessive–compulsive

disorders. Journal of anxiety disorders, 34, 107-113.

Burke, A. R., McCormick, C. M., Pellis, S. M., & Lukkes, J. L. (2017). Impact of adolescent

social experiences on behavior and neural circuits implicated in mental illnesses.

Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 76, 280-300.

Burklund, L. J., Craske, M. G., Taylor, S. E., & Lieberman, M. D. (2015). Altered emotion

regulation capacity in social phobia as a function of comorbidity. Social Cognitive &

Affective Neuroscience, 10(2), 199-208.

Page 91: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

91

Calvete, E., Orue, I., & Hankin, B. L. (2013). Early maladaptive schemas and social anxiety

in adolescents: The mediating role of anxious automatic thoughts. Journal of anxiety

disorders, 27(3), 278-288.

Carleton, R. N., Collimore, K. C., Asmundson, G. J., McCabe, R. E., Rowa, K., & Antony,

M. M. (2009). Refining and validating the social interaction anxiety scale and the

social phobia scale. Depression & Anxiety, 26(2), E71-E81.

Carleton, R. N., McCreary, D., Norton, P. J. & Asmundson, G. J. G. (2006). The brief fear of

negative evaluation scale, revised. Depression & Anxiety; 23, 297–303.

Carleton, R.N., Norton, P.J., & Asmundson, G.J.G. (2007). Fearing the unknown: A short

version of the Intolerance of Uncertainty Scale. Journal of Anxiety Disorders, 21,

105–117. doi:10.1016/j.janxdis.2006.03.014

Caouette, J. D., & Guyer, A. E. (2014). Gaining insight into adolescent vulnerability for

social anxiety from developmental cognitive neuroscience. Developmental cognitive

neuroscience, 8, 65-76.

Chorpita, B. F., Yim, L. M., Moffitt, C. E., Umemoto, L. A., & Francis, S. E. (2000).

Assessment of symptoms of DSM-IV anxiety and depression in children: a Revised

Child Anxiety and Depression Scale. Behaviour Research and Therapy, 38, 835-855.

Chronis-Tuscano, A., Degnan, K. A., Pine, D. S., Perez-Edgar, K., Henderson, H. A., Diaz,

Y. & Fox, N. A. (2009). Stable early maternal report of behavioural inhibition

predicts lifetime social anxiety disorder in adolescence. J. Am. Acad. Child Adolesc.

Psychiatry, 48(9), 928–935.

Clark D. M., Ehlers A., Hackmann A., McManus F., Fennell M., Grey N., Waddington, L. &

Wild, J. (2006). Cognitive therapy versus exposure and applied relaxation in social

phobia: A randomized controlled trial. J Consult Clin Psychol, 74:568 – 78.

Clark D. M. & McManus F. (2002). Information processing in social phobia. Biol.

Psychiatry. Jan 1; 51(1):92–100

Clark, D. M., & Wells, A. (1995). A cognitive model of social phobia. En R. G. Heimberg,

M. R. Liebowitz, D. A. Hope, & F. R. Schneider (Eds.), Social phobia: Diagnosis,

assessment and treatment (pp. 69-93). New York: Guildford.

Clauss, J. A., Avery, S. N., VanDerKlok, R. M., Rogers, B. P., Cowan, R. L., Benningfield,

M. M. & Blackford, J. U. (2014). Neurocircuitry underlying risk and resilience to

social anxiety disorder. Depression & anxiety (1091-4269), 31(10), 822-833.

Page 92: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

92

Coles, M. E., & Heimberg, R. G. (2000). Patterns of anxious arousal during exposure to

feared situations in individuals with social phobia. Behaviour Research and Therapy,

38, 405–424. http://dx.doi.org/10.1016/s0005-7967(99)00092-3

Connor, K. M., Davidson, J. R., Churchill, L. E., Sherwood, A., Foa, E. & Weisler, R. H.

(2000). Psychometric properties of the Social Phobia Inventory (SPIN). New self-

rating scale. Br. J. Psychiatry, 176, 379–386.

Connor, K. M., Kobak, K. A., Churchill, L. E., Katzelnick, D. & Davidson, J. R. (2001).

Mini-SPIN: A brief screening assessment for generalized social anxiety disorder.

Depression and Anxiety, 14(2), 137–140.

Craske M. G., Rauch S. L., Ursano R., Prenoveau J., Pine D. S., Zinbarg R. E. (2009). What

is an anxiety disorder? Depression and Anxiety; 26:1066-85.

Crome, E., & Baillie, A. (2015). Social anxiety disorder diagnostic criteria perform equally

across age, comorbid diagnosis, and performance interaction subtypes. Anxiety, Stress

& Coping, 28(2), 179-191.

Crome, E., Baillie, A., & Taylor, A. (2012). Are male and female responses to social phobia

diagnostic criteria comparable? International Journal Of Methods In Psychiatric

Research, 21(3), 222-231

Cuijpers, P., Gentili, C., Banos, R. M., Garcia-Campayo, J., Botella, C., & Cristea, I. A.

(2016). Relative effects of cognitive and behavioral therapies on generalized anxiety

disorder, social anxiety disorder and panic disorder: A meta-analysis. Journal of

Anxiety Disorders, 43, 79-89.

Davidson, J. R. T., Krishnan, K. R. R., Charles, H. C., Boyko, O., et al. (1993). Magnetic

resonance spectroscopy in social phobia: Preliminary findings. The Journal of

Clinical Psychiatry, 54(12, Suppl), 19-25.

Davidson, J. R., Potts, N. L., Richichi, E. A., Ford, S. M., Krishnan, K. R., Smith, R. D., &

Wilson, W. (1991). The Brief Social Phobia Scale. Journal of Clinical Psychiatry, 52,

48-51.

De Graaf, R., ten Have, M., van Gool, C., van Dorsselaer, S., (2012). Prevalence of mental

disorders and trends from 1996 to 2009: results from the Netherlands mental health

survey and incidence study-2. Soc. Psychiatry Psychiatr. Epidemiol. 47, 203–213.

De Voogd, E. L., Wiers, R. W., Prins, P. J. M., & Salemink, E. (2014). Visual search

attentional bias modification reduced social phobia in adolescents. Journal of

behavior therapy and experimental psychiatry, 45(2), 252-259

Page 93: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

93

Dear, B. F., Staples, L. G., Terides, M. D., Fogliati, V. J., Sheehan, J., Johnston, L., Kayrouz,

R., Dear, R., McEvoy, P. M. & Titov, N. (2016). Transdiagnostic versus disorder-

specific and clinician-guided versus self-guided internet-delivered treatment for

Social Anxiety Disorder and comorbid disorders: A randomized controlled trial.

Journal of anxiety disorders, 42, 30-44.

Del-Monte, J., Raffard, S., Salesse, R. N., Marin, L., Schmidt, R. C., Varlet, M., Bardy, B.

G., Boulenger, J. P., Gély-Nargeot, M. C. & Capdevielle, D. (2013). Nonverbal

expressive behaviour in schizophrenia and social phobia. Psychiatry research, 210(1),

29-35.

Demenescu, L. R., Kortekaas, R., Cremers, H. R., Renken, R. J., van Tol, M. J., van der Wee,

N. J. A., Veltman, D. J., den Boer, J. A., Roelofs, K. & Aleman, A. (2013). Amygdala

activation and its functional connectivity during perception of emotional faces in

social phobia and panic disorder. Journal of psychiatric research, 47(8), 1024-1031.

Dilbaz, N., Enez, A. & Cavus, S.Y. (2011). Social Anxiety Disorder. En S. Selek (Ed.)

Different Views of Anxiety Disorders (pp. 23-36). InTech.

DiNardo, P. A., Brown, T. A. & Barlow, D. H. (1994). Anxiety disorders interview schedule

for DSM-IV: lifetime version. San Antonio, TX: Psychological Corporation.

Dziobek, I., Fleck, S., Kalbe, E., Rogers, K., Hassenstab, J., Brand, M., Kessler, J., Woike, J.

K., Wolf, O. T. & Convit, A. (2006). Introducing MASC: a movie for the assessment

of social cognition. Journal of autism and developmental disorders, 36(5), 623-636.

Etkin, A., & Wager, T. D. (2007). Functional neuroimaging of anxiety: A meta-analysis of

emotional processing in PTSD, social anxiety disorder, and specific phobia. American

Journal of Psychiatry, 164(10), 1476-1488.

First, M. B., Spitzer, R. L., Gibbon, M., & Williams, J. B. W. (1996). Structured clinical

interview for DSM-IV axis I disorders-patient edition (SC1D-1/P, Version 2.0). NY

State Psychiatric Institute Biometrics Research Department.

Fox, A. S., Shelton, S. E., Oakes, T. R., Davidson, R. J., & Kalin, N. H. (2008). Trait-like

brain activity during adolescence predicts anxious temperament in primates. Plos

ONE, 3(7), e2570

Freitas-Ferrari, M. C., Hallak, J. E., Trzesniak, C., Santos Filho, A., Machado-de-Sousa, J. P.,

Chagas, M. H. N., Nardi, A.E. & Crippa, J. A. S. (2010). Neuroimaging in social

anxiety disorder: a systematic review of the literature. Progress in Neuro-

Psychopharmacology and Biological Psychiatry, 34(4), 565-580.

Page 94: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

94

Fresco, D. M., Coles, M. E., Heimberg, R. G., Liebowitz, M. R., Hami, S., Stein, M. B. &

Goetz, D. (2001). The Liebowitz Social Anxiety Scale: a comparison of the

psychometric properties of self-report and clinician-administered formats.

Psychological Medicine, 31(6), 1025–1035.

Gentili, C., Ricciardi, E., Gobbini, M. I., Santarelli, M. F., Haxby, J. V., Pietrini, P., &

Guazzelli, M. (2009). Beyond amygdala: default mode network activity differs

between patients with social phobia and healthy controls. Brain Research Bulletin,

79(6), 409-413.

Goldin, P. R., Manber, R., Hakimi, S., Canli, T., Gross, J. J. (2009a). Neural bases of social

anxiety disorder. Archives of General Psychiatry, 66(2), 170–180.

Goldin, P.R., Manber-Ball, T., Werner, K., Heimberg, R., Gross, J.J. (2009b). Neural

mechanisms of cognitive reappraisal of negative self-beliefs in social anxiety

disorder. Biological Psychiatry, 66(12), 1091–1099.

Gratz, K. L., & Roemer, L. (2004). Multidimensional assessment of emotion regulation and

dysregulation: Development, factor structure, and validation of the Difficulties with

Emotion Regulation Scale. Journal of Psychopathology and Behavioral Assessment,

26, 41–54.

Graver, C. J., & White, P. M. (2007). Neuropsychological effects of stress on social phobia

with and without comorbid depression. Behaviour research and therapy, 45(6), 1193-

1206

Greco, L. A., & Morris, T. L. (2005). Factors influencing the link between social anxiety and

peer acceptance: Contributions of social skills and close friendships during middle

childhood. Behavior Therapy, 36(2), 197-205.

Gregory, B., & Peters, L. (2016). Changes in the self during cognitive behavioural therapy for

social anxiety disorder: A systematic review. Clinical Psychology Review, 52, 1-18.

Gutz, L., Roepke, S., & Renneberg, B. (2016). Cognitive and affective processing of social

exclusion in borderline personality disorder and social anxiety disorder. Behaviour

Research and Therapy, 87, 70-75.

Hackmann, A., Clark, D. M., & McManus, F. (2000). Recurrent images and early memories

in social phobia. Behaviour Research and Therapy, 38(6), 601–610.

Haller, S. P., Kadosh, K. C., Scerif, G., & Lau, J. Y. (2015). Social anxiety disorder in

adolescence: how developmental cognitive neuroscience findings may shape

understanding and interventions for psychopathology. Developmental cognitive

neuroscience, 13, 11-20.

Page 95: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

95

Hamilton, M. (1959). The assessment of anxiety states by rating. The British Journal of

Medical Psychology, 32(1), 50–55.

Heeren, A., & McNally, R. J. (2016). An integrative network approach to social anxiety

disorder: The complex dynamic interplay among attentional bias for threat, attentional

control, and symptoms. Journal of Anxiety Disorders, 42, 95-104.

Heimberg, R. G., Brozovich, F. A., & Rapee, R. M. (2010). A cognitive model of social

anxiety disorder: Update and extension. En S. G. Hofmann, & P. M. DiBartolo (Eds.),

Social anxiety: Clinical, developmental, and social perspectives (2nd. ed., pp. 395-

422). New York, NY: Academic Press. http://dx.doi.org/10.1016/B978-0-12-375096-

9.00015-8.

Helbig-Lang, S., Rusch, S., & Lincoln, T. M. (2015). Emotion Regulation Difficulties in

Social Anxiety Disorder and Their Specific Contributions to Anxious Responding.

Journal of Clinical Psychology, 71(3), 241-249.

Helbig-Lang, S., von Auer, M., Neubauer, K., Murray, E., & Gerlach, A. L. (2016). Post-

event processing in social anxiety disorder after real-life social situations–An

ambulatory assessment study. Behaviour Research and Therapy, 84, 27-34.

Hermann, C., Ziegler, S., Birbaumer, N., & Flor, H. (2002). Psychophysiological and

subjective indicators of aversive Pavlovian conditioning in generalized social phobia.

Biological psychiatry, 52(4), 328-337.

Hezel, D. M., & McNally, R. J. (2014). Theory of mind impairments in social anxiety

disorder. Behavior therapy, 45(4), 530-540.

Hirsch, C. R. & Mathews, A. (2000). Impaired positive inferential bias in social phobia.

Journal of Abnormal Psychology, 109, 705–712.

Hofmann, S. G. (2007). Cognitive factors that maintain social anxiety disorder: A

comprehensive model and its treatment implications. Cognitive Behaviour Therapy,

36(4), 193-209. http://dx.doi.org/10.1080/16506070701421313.

Hoyer, J., Braeuer, D., Crawcour, S., Klumbies, E., & Kirschbaum, C. (2013).

Depersonalization/derealization during acute social stress in social phobia. Journal of

Anxiety Disorder, 27, 178–187. http://dx.doi.org/10.1016/j.janxdis.2013.01.002

Huber D., Veinante P. & Stoop R. (2005). Vasopressin and oxytocin excite distinct neuronal

populations in the central amygdala. Science, 308: 245–248.

Irle E., Ruhleder M., Lange C., Seidler-Brandler U., Salzer S., Dechent P., Weniger, G.,

Leibing, E. & Leichsenring, F. (2010). Reduced amygdalar and hippocampal size in

adults with generalized social phobia. J Psychiatry Neurosci.; 35:126 – 131.

Page 96: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

96

Jacobs, M., Snow, J., Geraci, M., Vythilingam, M., Blair, R. J., Charney, D. S., Pine, D.S. &

Blair, K. S. (2008). Association between level of emotional intelligence and severity

of anxiety in generalized social phobia. J. Anxiety Disord. 22, 1487–1495.

Jalal, B., & Amir, N. (2014). Semantic Priming and Interpretation Bias in Social Anxiety

Disorder. Cognitive Therapy & Research, 38(1), 23-32. doi:10.1007/s10608-013-

9582-8

Johnstone, K. M., Chen, J., & Balzan, R. P. (2017). An investigation into the jumping-to-

conclusions bias in social anxiety. Consciousness and Cognition, 48, 55-65

Kampmann, I. L., Emmelkamp, P. M., Hartanto, D., Brinkman, W. P., Zijlstra, B. J., &

Morina, N. (2016). Exposure to virtual social interactions in the treatment of social

anxiety disorder: A randomized controlled trial. Behaviour research and therapy, 77,

147-156.

Kaufman, J., Birmaher, B., Brent, D., Rao, U., Flynn, C., Moreci, P., Williamson, D. & Ryan,

N. (1997). Schedule for affective disorders and schizophrenia for school-age children-

present and lifetime version (K-SADS-PL): initial reliability and validity data. J. Am.

Acad. Child Adolesc. Psychiatry, 36, 980–988. http://dx.doi.org/10.1097/00004583-

199707000-00021

Kessler, R.C., Berglund, P., Demler, O., Jin, R., Merikangas, K.R., Walters, E.E., (2005).

Lifetime prevalence and age-of-onset distributions of DSM-IV disorders in the

National Comorbidity Survey Replication. Archives of General Psychiatry 62, 593–

602.

Kessler, R. C., McGonagle, K. A., Zhao, S., Nelson, C. B., Hughes, M., Eshleman, S., et al.

(1994). Lifetime and 12-month prevalence of DSM-III-R psychiatric disorders in the

United States. Results from the National Comorbidity Survey. Archives of General

Psychiatry, 51, 8–19.

Kim, M. K., Yoon, H. J., Shin, Y. B., Lee, S. K., & Kim, J. J. (2016). Neural basis of

distorted self-face recognition in social anxiety disorder. NeuroImage: Clinical, 12,

956-964.

Kingsep, P., & Page, A. (2010). Attempted suppression of social threat thoughts: Differential

effects for social phobia and healthy controls?. Behaviour research and therapy,

48(7), 653-660.

Kircanski, K., Joormann, J., & Gotlib, I. (2015). Attention to Emotional Information in Social

Anxiety Disorder With and Without Co-Occurring Depression. Cognitive Therapy &

Research, 39(2), 153-161.

Page 97: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

97

Knappe, S., Beesdo-Baum, K., Fehm, L., Lieb, R., & Wittchen, H. U. (2012). Characterizing

the association between parenting and adolescent social phobia. Journal of Anxiety

Disorders, 26(5), 608-616.

Kolassa, I. T., & Miltner, W. H. (2006). Psychophysiological correlates of face processing in

social phobia. Brain research, 1118(1), 130-141.

Kret, M. E., Stekelenburg, J. J., de Gelder, B., & Roelofs, K. (2017). From face to hand:

Attentional bias towards expressive hands in social anxiety. Biological psychology,

122, 42-50.

Kujawa, A., Weinberg, A., Bunford, N., Fitzgerald, K. D., Hanna, G. L., Monk, C. S.,

Kennedy, A. E., Klumpp, H., Hajcak, G. & Phan, K. L. (2016). Error-related brain

activity in youth and young adults before and after treatment for generalized or social

anxiety disorder. Progress in Neuro-Psychopharmacology and Biological Psychiatry,

71, 162-168

La Greca, A. M. & López, N. (1998). Social anxiety among adolescents: linkage with peer

relations and friendships. Journal of Abnormal Child Psychology, 26, 83–94.

La Greca, A. M. & Stone, W. L. (1993). Social Anxiety Scale for Children-Revised: factor

structure and concurrent validity. Journal of Clinical Child Psychology, 22, 17–27.

Labuschagne, I., Phan, K. L., Wood, A., Angstadt, M., Chua, P., Heinrichs, M., Stout, J. C. &

Nathan, P. J. (2010). Oxytocin attenuates amygdala reactivity to fear in generalized

social anxiety disorder. Neuropsychopharmacology, 35(12), 2403-2413

Laeger, I., Dobel, C., Radenz, B., Kugel, H., Keuper, K., Eden, A., Arolt, V., Zwitserlood, P.,

Dannlowski, U. & Zwanzger, P. (2014). Of ‘Disgrace’ and ‘Pain’ – Corticolimbic

Interaction Patterns for Disorder-Relevant and Emotional Words in Social Phobia.

Plos ONE, 9(11), 1-10. doi:10.1371/journal.pone.0109949

Lahat, A., Lamm, C., Chronis-Tuscano, A., Pine, D. S., Henderson, H. A. & Fox, N. A.

(2014). Early behavioral inhibition and increased error monitoring predict later social

phobia symptoms in childhood. J. Am. Acad. Child Adolesc. Psychiatry, 53, 447–455.

http://dx.doi.org/10.1016/j.jaac.2013.12.019.

Lanzenberger, R. R., Mitterhauser, M., Spindelegger, C., Wadsak, W., Klein, N., Mien, L. K.,

Holik, A., Attarbaschi, T., Mossaheb, N., Sacher, J., Geiss-Granadia, T., Kletter, K.,

Kasper, S. & Tauscher, J. (2007). Reduced serotonin-1A receptor binding in social

anxiety disorder. Biological Psychiatry. 61, 1081–1089.

Page 98: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

98

Laposa, J. M., Cassin, S. E., & Rector, N. A. (2010). Interpretation of positive social events

in social phobia: an examination of cognitive correlates and diagnostic distinction.

Journal of Anxiety Disorders, 24(2), 203-210

Liebowitz M. R. (1987). Social Phobia. Mod Probl Pharmacopsychiatry, 22, 141–173.

Lissek, S., Levenson, J., Biggs, A. L., Johnson, L. L., Ameli, R., Pine, D. S., & Grillon, C. I.

(2008). Elevated fear conditioning to socially relevant unconditioned stimuli in social

anxiety disorder. American Journal of Psychiatry, 165, 124–132.

Lovibond, S. H. & Lovibond, P. F. (1995). Manual for the Depression Anxiety Stress Scales

(2nd ed.). Sydney, Australia: The Psychology Foundation of Australia

Mahoney, A.E., & McEvoy, P.M. (2012). Changes in intolerance of uncertainty during

cognitive behavior group therapy for social phobia. Journal of Behavior Therapy and

Experimental Psychiatry, 43, 849–854. doi:10.1016/j.jbtep.2011.12.004

Mattick, R. P. & Clarke, J. C. (1998). Development and validation of measures of social

phobia scrutiny fear and social interaction anxiety. Behav. Res. Ther.; 36, 455–470.

Mauss, I. B., Wilhelm, F. H., & Gross, J. J. (2003). Autonomic recovery and habituation in

social anxiety. Psychophysiology, 40(4), 648-653

McDermott J. M., Perez-Edgar K., Henderson H. A., Chronis-Tuscano A., Pine D. S. & Fox

N. A. (2009). A history of childhood behavioural inhibition and enhanced response

monitoring in adolescence are linked to clinical anxiety. Biol Psychol; 65:445–448.

McDonald, S., Bornhofen, C., Shum, D., Long, E., Saunders, C. & Neulinger, K. (2006).

Reliability and validity of The Awareness of Social Inference Test (TASIT): a clinical

test of social perception. Disability and Rehabilitation: An International

Multidisciplinary Journal, 28, 1529–1542.

McNaughton, N. & Corr, P. J. (2004). A two-dimensional neuropsychology of defense:

fear/anxiety and defensive distance. Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 28(3),

285-305.

McNeil, D. W., Vrana, S. R., Melamed, B. G., Cuthbert, B. N. & Lang, P. J. (1993):

Emotional imagery in simple and social phobia: Fear versus anxiety. J Abnorm Soc

Psychol, 102:212–225.

Melfsen, S., Osterlow, J. & Florin, I. (2000). Deliberate emotional expressions of socially

anxious children and their mothers. Journal of Anxiety Disorders, 14, 249–261.

Mennin, D. S., Fresco, D. M., Heimberg, R. G., Schneier, F. R., Davies, S. O. & Liebowitz,

M. R. (2002). Screening for social anxiety disorder in the clinical setting: using the

Liebowitz social anxiety scale. Journal of Anxiety Disorders 16, 661–673

Page 99: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

99

Mineka, S., & Öhman, A. (2002). Phobias and preparedness: The selective, automatic, and

encapsulated nature of fear. Biological psychiatry, 52(10), 927-937.

Ministerio de Salud y Protección Social, República de Colombia, Colciencias & Pontificia

Universidad Javeriana (2015). Encuesta nacional de salud mental 2015, tomo 1.

Bogotá: Javegraf.

Minlan, Y., Hongru, Z., Changjian, Q., Yajing, M., Yan, Z., Jing, S., Xiaojing, N., Zhengjia,

R., Qiyong, G., Wei, Z. & Su, L. (2016). Group cognitive behavioral therapy

modulates the resting-state functional connectivity of amygdala-related network in

patients with generalized social anxiety disorder. BMC Psychiatry, 161-9.

doi:10.1186/s12888-016-0904-8

Mörtberg, E., Clark, D. M., & Bejerot, S. (2011). Intensive group cognitive therapy and

individual cognitive therapy for social phobia: sustained improvement at 5-year

follow-up. Journal of anxiety disorders, 25(8), 994-1000.

Morrison, A. S., Brozovich, F. A., Lee, I. A., Jazaieri, H., Goldin, P. R., Heimberg, R. G., &

Gross, J. J. (2016a). Anxiety trajectories in response to a speech task in social anxiety

disorder: Evidence from a randomized controlled trial of CBT. Journal of anxiety

disorders, 38, 21-30.

Morrison, A. S., Mateen, M. A., Brozovich, F. A., Zaki, J., Goldin, P. R., Heimberg, R. G., &

Gross, J. J. (2016b). Empathy for positive and negative emotions in social anxiety

disorder. Behaviour Research and Therapy, 87, 232-242

Moser, J. S., Huppert, J. D., Foa, E. B., & Simons, R. F. (2012). Interpretation of ambiguous

social scenarios in social phobia and depression: evidence from event-related brain

potentials. Biological psychology, 89(2), 387-397.

Ng, A., & Abbott, M. (2016). The Effect of Negative, Positive, and Neutral Self-imagery on

Symptoms and Processes in Social Anxiety Disorder. Cognitive Therapy & Research,

40(4), 479-495.

Nilsson, J., Lundh, L., & Viborg, G. (2012). Effects of Analytical and Experiential Self-focus

on Rumination After a Stress Induction in Patients with Social Anxiety Disorder: A

Pilot Study. Cognitive Behaviour Therapy, 41(4), 310-320.

Norton, A. R., & Abbott, M. J. (2016). Self-Focused Cognition in Social Anxiety: A Review

of the Theoretical and Empirical Literature. Behaviour Change, 33(1), 44-64.

doi:10.1017/bec.2016.2

O'Toole, M. S., & Pedersen, A. D. (2011). A systematic review of neuropsychological

performance in social anxiety disorder. Nordic Journal Of Psychiatry, 65(3), 147-161.

Page 100: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

100

Orchard, F., Apetroaia, A., Clarke, K., & Creswell, C. (2017). Cognitive bias modification of

interpretation in children with social anxiety disorder. Journal of Anxiety Disorders,

45, 1-8

Pallanti, S., & Bernardi, S. (2009). Neurobiology of repeated transcranial magnetic

stimulation in the treatment of anxiety: A critical review. International Clinical

Psychopharmacology, 24(4), 163–173.

Pannekoek, J. N., Veer, I. M., van Tol, M. J., van der Werff, S. J., Demenescu, L. R.,

Aleman, A., Veltman, D. J., Zitman, F. G., Rombouts, S. A. & van der Wee, N. J.

(2013). Resting-state functional connectivity abnormalities in limbic and salience

networks in social anxiety disorder without comorbidity. European

neuropsychopharmacology, 23(3), 186-195.

Phan K. L., Fitzgerald D. A., Cortese B. M., Seraji-Bozorgzad N., Tancer M. E. & Moore G.

J. (2005). Anterior cingulate neurochemistry in social anxiety disorder: 1H-MRS at 4

Tesla. NeuroReport; 16(2):183–186.

Plana, I., Lavoie, M. A., Battaglia, M., & Achim, A. M. (2014). A meta-analysis and scoping

review of social cognition performance in social phobia, posttraumatic stress disorder

and other anxiety disorders. Journal of anxiety disorders, 28(2), 169-177.

Pollack, M. H., Jensen, J. E., Simon, N. M., Kaufman, R. E., & Renshaw, P. F. (2008). High-

field MRS study of GABA, glutamate and glutamine in social anxiety disorder:

response to treatment with levetiracetam. Progress in Neuro-Psychopharmacology

and Biological Psychiatry, 32(3), 739-743.

Posada-Villa, J. A., Aguilar-Gaxiola, S. A., Magaña, C. G., & Gómez, L. C. (2004).

Prevalencia de trastornos mentales y uso de servicios: resultados preliminares del

Estudio nacional de salud mental. Colombia, 2003. Revista Colombiana de

psiquiatría, 33(3), 241-262.

Powers, M. B., Sigmarsson, S. R., & Emmelkamp, P. M. G. (2008). A meta e analytic review

of psychological treatments for social anxiety disorder. International Journal of

Cognitive Therapy, 1(2), 94-113

Ranta, K., Kaltiala Heino, R., Koivisto, A. M., Tuomisto, M. T., Pelkonen, M. & Marttunen,

M. (2007). Age and gender differences in social anxiety symptoms during

adolescence: the social phobia inventory (SPIN) as a measure. Psychiatry Research,

153, 261–270.

Page 101: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

101

Rapee, R. M., & Heimberg, R. G. (1997). A cognitive-behavioral model of anxiety in social

phobia. Behaviour Research and Therapy, 35, 741-756.

http://dx.doi.org/10.1016/S0005-7967(97)00022-3.

Rapee R. M. & Spence S. H. (2004) The etiology of social phobia: empirical evidence and an

initial model. Clinical Psychology Review, 24(7), 737 – 767, DOI:

10.1016/j.cpr.2004.06.004

Reich, J. (2009). Avoidant personality disorder and its relationship to social phobia. Current

Psychiatry Reports, 11(1), 89 – 93

The Research Units on Pediatric Psychopharmacology Anxiety Study Group (2002). The

Pediatric Anxiety Rating Scale (PARS): development and psychometric properties. J.

Am. Acad. Child Adolesc. Psychiatry 41, 1061–1069.

Rheingold, A. A., Herbert, J. D., & Franklin, M. E. (2003). Cognitive Bias in Adolescents

with Social Anxiety Disorder. Cognitive Therapy & Research, 27(6), 639-655.

Riwkes, S., Goldstein, A., & Gilboa-Schechtman, E. (2015). The temporal unfolding of face

processing in social anxiety disorder—a MEG study. NeuroImage: Clinical, 7, 678-

687.

Schlier, B., Helbig-Lang, S., & Lincoln, T. M. (2015). Anxious but thoroughly informed? No

jumping-to-conclusions bias in Social Anxiety Disorder. Cognitive Therapy and

Research, 1–11. http://dx.doi.org/10.1007/s10608-015-9724-2

Schmidt, S., Mohr, A., Miltner, W. H., & Straube, T. (2010). Task-dependent neural

correlates of the processing of verbal threat-related stimuli in social phobia.

Biological psychology, 84(2), 304-312.

Schneier F. R., Abi-Dargham A., Martinez D., Slifstein M., Hwang D. R., Liebowitz M. R. &

Laruelle, M. (2009). Dopamine transporters, D2 receptors, and dopamine release in

generalized social anxiety disorder. Depress Anxiety; 26(5):411–418.

Schneier, F. R., Johnson, J., Hornig, C. D., Liebowitz, M. R., & Weissman, M. M. (1992).

Social phobia: comorbidity and morbidity in an epidemiologic sample. Archives of

general Psychiatry, 49(4), 282-288.

Schneier, F. R., Liebowitz, M. R., Abi-Dargham, A., Zea-Ponce, Y., Lin, S. H., & Laruelle,

M. (2000). Low dopamine D2 receptor binding potential in social phobia. American

Journal of Psychiatry, 157, 457-459.

Schofield, C. A., Inhoff, A. W., & Coles, M. E. (2013). Time-course of attention biases in

social phobia. Journal of anxiety disorders, 27(7), 661-669

Page 102: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

102

Schwartz C. E., Wright C. I., Shin L. M., Kagan J. & Rauch S. L. (2003). Inhibited and

uninhibited infants “grown up”: adult amygdalar response to novelty. Science,

300(5627):1952–1953.

Schweden, T. L., Pittig, A., Bräuer, D., Klumbies, E., Kirschbaum, C., & Hoyer, J. (2016).

Reduction of depersonalization during social stress through cognitive therapy for

social anxiety disorder: A randomized controlled trial. Journal of Anxiety Disorders,

43, 99-105

Shah, S. G., Klumpp, H., Angstadt, M., Nathan, P. J. & Phan, K. L. (2009). Amygdala and

insula response to emotional images in patients with generalized social anxiety

disorder. Journal of Psychiatry & Neuroscience, 34, 296–302.

Sheehan, D. V., Lecrubier, Y., Sheehan, K. H., Amorim, P., Janavs, J., Weiller, E., Hergueta,

T., Baker, R. & Dunbar, G. C. (1998). The Mini International Neuropsychiatric

Interview (M.I.N.I.): the development and validation of a structured diagnostic

psychiatric interview for DSM-IV and ICD-10. Journal of Clinical Psychiatry; 59,

22-33.

Sierra, M. & Berrios, G. E. (2000). The Cambridge Depersonalisation Scale: A new

instrument for the measurement of depersonalisation. Psychiatry Research, 93, 153–

164.

Silverman, W. K. & Albano, A. M. (1996). The anxiety disorders interview schedule for

DSM-IV: Child and parent versions. San Antonio, TX: The Psychological

Corporation.

Soravia, L.M., Heinrichs, M., Aerni, A., Maroni, C., Schelling, G., Ehlert, U., Roozendaal, B.

& de Quervain, D. J. F. (2006). Glucocorticoids reduce phobic fear in humans.

Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America,

103, 5585–5590.

Spence, S. H., & Rapee, R. M. (2016). The etiology of social anxiety disorder: An evidence-

based model. Behaviour Research and Therapy, 86, 50-67.

Spielberger, C. D., Gorsuch, R., Lushene, R., Vagg, P. R. & Jacobs, G. A. (1983). Manual for

the state-trait anxiety inventory. Palo Alto, CA: Consulting Psychologists Press.

Stein, D. J., & Nesse, R. M. (2011). Threat detection, precautionary responses, and anxiety

disorders. Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 35(4), 1075-1079.

Stein, M. B., & Stein, D. J. (2008). Social anxiety disorder. The Lancet, 371, 1115-1125.

Straube T., Mentzel H. J. & Miltner W. H. R. (2005). Common and distinct brain activation

to threat and safety signals in social phobia. Neuropsychobiology; 52:163-168.

Page 103: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

103

Sutterby, S. R., Bedwell, J. S., Passler, J. S., Deptula, A. E., & Mesa, F. (2012). Social

anxiety and social cognition: The influence of sex. Psychiatry research, 197(3), 242-

245

Taddei, M., Bertoletti, E., Zanoni, A., & Battaglia, M. (2010). Responses to Facial

Expressions of Emotions in Social Anxiety Disorder: A Review of fMRI and ERP

Studies from a Developmental Psychopathology Perspective. Mind & Brain, The

Journal of Psychiatry, 1(2), 75-86.

Taylor, S., Zvolensky, M.J., Cox, B.J., Deacon, B., Heimberg, R.G., Ledley, D.R.,

Abramowitz, J. S., Holaway, R. M., Sandin, B., Stewart, S. H., Coles, M., Eng, W.,

Daly, E. S., Arrindell, W. A., Bouvard, M. & Cardenas, S. J. (2007). Robust

dimensions of anxiety sensitivity: Development and initial validation of the Anxiety

Sensitivity Index-3. Psychological Assessment, 19, 176–188. doi:10.1037/1040-

3590.19.2.176

Teale Sapach, M. N., Carleton, R. N., Mulvogue, M. K., Weeks, J. W., & Heimberg, R. G.

(2015). Cognitive Constructs and Social Anxiety Disorder Beyond Fearing Negative

Evaluation. Cognitive Behaviour Therapy, 44(1), 63-73.

Tiihonen, J., Kuikka, J., Bergstrom, K., Lepola, U., Koponen, H., & Leinonen, E. (1997).

Dopamine reuptake site densities in patients with social phobia. American Journal of

Psychiatry, 154(2), 239-242.

Tinoco-González, D., Fullana, M. A., Torrents-Rodas, D., Bonillo, A., Vervliet, B., Pailhez,

G., Farré, M., Andión, O., Perez, V. & Torrubia, R. (2015). Conditioned Subjective

Responses to Socially Relevant Stimuli in Social Anxiety Disorder and Subclinical

Social Anxiety. Clinical Psychology & Psychotherapy, 22(3), 221-23.

Trémeau, F., Goggin, M., Antonius, D., Czobor, P., Hill, V. & Citrome, L. (2008). A new

rating scale for negative symptoms: the Motor-Affective-Social Scale. Psychiatry

Research, 160, 346–355.

Turner, S. M., Beidel, D. C., Dancu, C. V., & Stanley, M. A. (1989). An empirically derived

inventory to measure social fears and anxiety: The Social Phobia and Anxiety

Inventory. Psychological Assessment: A Journal of Consulting and Clinical

Psychology, 1(1), 35-40.

Tupler L. A., Davidson J. R., Smith R. D., Lazeyras F., Charles H. C. & Krishnan K. R.

(1997). A repeat proton magnetic resonance spectroscopy study in social phobia. Biol

Psychiatry; 42(6): 419–424.

Page 104: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

104

Van der Wee N. J., van Veen J. F., Stevens H., van Vliet I. M., van Rijk P. P. & Westenberg

H. G. (2008). Increased serotonin and dopamine transporter binding in psychotropic

medication-naive patients with generalized social anxiety disorder shown by 123I-

beta-(4-iodophenyl)-tropane SPECT. J Nucl Med; 49(5):757–763.

Van Peer, J. M., Roelofs, K., Rotteveel, M., van Dijk, J. G., Spinhoven, P., Ridderinkhof, K.

R. (2007). The effects of cortisol administration on approach–avoidance behavior: an

event-related potential study. Biological Psychology,76, 135–146.

Van Peer, J. M., Spinhoven, P., & Roelofs, K. (2010). Psychophysiological evidence for

cortisol-induced reduction in early bias for implicit social threat in social phobia.

Psychoneuroendocrinology, 35(1), 21-32

Van Peer, J. M., Spinhoven, P., van Dijk, J. G., & Roelofs, K. (2009). Cortisol-induced

enhancement of emotional face processing in social phobia depends on symptom

severity and motivational context. Biological psychology, 81(2), 123-130.

Vicente, B., Rioseco, P., Valdivia, S., Kohn, R., & Torres, S. (2005). Prevalencia de

trastornos psiquiátricos en Latinoamérica: revisión crítica. Revista Colombiana de

Psiquiatría, 34(1), 506-514.

Vroling, M. S., Glashouwer, K. A., Lange, W. G., Allart-van Dam, E., & de Jong, P. J.

(2016). “What I believe is true”: Belief-confirming reasoning bias in social anxiety

disorder. Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, 53, 9-16.

Wang, P., Lane, M., Olfson, M., Pincus, H., Wells, K., & Kessler, R. (2005). Twelve-month

use of mental health services in the United States: Results from the National

Comorbidity Survey Replication. Archives of General Psychiatry, 62, 629–40.

Watkins, E., & Teasdale, J. D. (2004). Adaptive and maladaptive self-focus in depression.

Journal of Affective Disorders, 82(1), 1–8.

Weeks, J.W., Heimberg, R.G., Rodebaugh, T.L., Goldin, P.R., & Gross, J.J. (2012).

Psychometric evaluation of the Fear of Positive Evaluation Scale in patients with

social anxiety disorder. Psychological Assessment, 24, 301–312.

doi:10.1037/A0025723

Weiller, E., Bisserbe, J. C., Boyer, P., Lepine, J. P., & Lecrubier, Y. (1996). Social phobia in

general health care: an unrecognised undertreated disabling disorder. British Journal

of Psychiatry, 168, 169–174.

Wenzel, A., Jackson, L. C., & Holt, C. S. (2002). Social phobia and the recall of

autobiographical memories. Depression & Anxiety (1091-4269), 15(4), 186-189.

Page 105: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

105

Wells, A., & Papageorgiou, C. (1998). Social phobia: Effects of external attention on anxiety,

negative beliefs, and perspective taking. Behavior Therapy, 29, 357–370.

Williams, K. D., & Jarvis, B. (2006). Cyberball: A program for use in research on

interpersonal ostracism and acceptance. Behavior Research Methods, 38(1), 174-180.

http://dx.doi.org/10.3758/Bf03192765

Wilson, J. K. & Rapee, R. M. (2005). The interpretation of negative social events in social

phobia with versus without comorbid mood disorder. Journal of anxiety disorders, 19,

245–274.

Wittchen, H.U., Jacobi, F., Rehm, J., Gustavsson, A., Svensson, M., Jonsson, B., Olesen, J.,

Allgulander, C., Alonso, J., Faravelli, C., Fratiglioni, L., Jennum, P., Lieb, R.,

Maercker, A., van Os, J., Preisig, M., Salvador-Carulla, L., Simon, R., Steinhausen,

H.C., (2011). The size and burden of mental disorders and other disorders of the brain

in Europe 2010. Eur. Neuropsychopharmacol. 21, 655–679.

World Health Organization (1997). World Health Organization Composite International

Diagnostic Interview (CIDI, Version 2.1). World Health Organization: Geneva.

World Health Organization (2000). Guía de bolsillo de la clasificación CIE-10. Clasificación

de los trastornos mentales y del comportamiento (Editorial Médica Panamericana,

trads.). Madrid: Editorial Médica Panamericana (Obra original publicada en 1994).

The WHO World Mental Health Survey Consortium (2004). Prevalence, Severity, and Unmet

Need for Treatment of Mental Disorders in the World Health Organization World

Mental Health Surveys. Journal of the American Medical Association, 291(21). 2581-

2590.

Yoon, H. J., Kim, J. S., Shin, Y. B., Choi, S. H., Lee, S. K., & Kim, J. J. (2016). Neural

activity during self-referential working memory and the underlying role of the

amygdala in social anxiety disorder. Neuroscience letters, 627, 139-147.

Zaki, J., Bolger, N., & Ochsner, K. (2008). It takes two: The interpersonal nature of empathic

accuracy. Psychological Science, 19, 399-404. http://dx.doi.org/10.1111/j.1467-

9280.2008.02099.x.

Page 106: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

106

Glosario de siglas recurrentes

- AAE: Atención autoenfocada

- CCA: Corteza cingulada anterior

- CCAD: Corteza cingulada anterior dorsal

- CCP: Corteza cingulada posterior

- COF: Corteza orbitofrontal

- CPFdm: Corteza prefrontal dorsomedial

- CPFm: Corteza prefrontal medial

- CPFvl: Corteza prefrontal ventrolateral

- CPFvm: Corteza prefrontal ventromedial

- EC: Estímulo condicionado

- EI: Estímulo incondicionado

- IC: Inhibición conductual

- IRMf: Imagen por resonancia magnética funcional

- ISRS: Inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina

- LSAS: Liebowitz Social Anxiety Scale

- MSA: Modificación de sesgo atencional

- PPE: Procesamiento post-evento

- TAS: Trastorno de ansiedad social

- TCC: Terapia cognitivo-conductual

- TPE: Trastorno de personalidad por evitación

- UTP: Unión temporoparietal

Page 107: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

107

Anexos

Anexo 1. Modelo integrador del Trastorno de Ansiedad Social

Figura 1. Modelo integrador del Trastorno de Ansiedad Social. CCA: Corteza cingulada anterior; CPF: Corteza

prefrontal; ATV: Área tegmental ventral; CCP: Corteza cingulada posterior; AAE: Atención autoenfocada

Page 108: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

108

Anexo 2. Documentos base de la revisión

Tabla 1. Documentos base (N=80)

Referencia Año Revista Factor de impacto Palabras clave Base de datos

Achim, A. M., Ouellet, R., Lavoie, M. A., Vallières, C., Jackson, P.

L., & Roy, M. A. (2013). Impact of social anxiety on social

cognition and functioning in patients with recent-onset

schizophrenia spectrum disorders. Schizophrenia research, 145(1),

75-81.

2013 Schizophrenia

research 4,453

Social phobia

social cognition Science Direct

Bas-Hoogendam, J. M., Blackford, J. U., Brühl, A. B., Blair, K. S.,

van der Wee, N. J., & Westenberg, P. M. (2016). Neurobiological

candidate endophenotypes of social anxiety disorder. Neuroscience

& Biobehavioral Reviews, 71, 362-378.

2016

Neuroscience

&

Biobehavioral

Reviews

8,58

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Baur, V., Hänggi, J., Rufer, M., Delsignore, A., Jäncke, L., Herwig,

U., & Brühl, A. B. (2011). White matter alterations in social

anxiety disorder. Journal of psychiatric research, 45(10), 1366-

1372.

2011 Journal of

psychiatric

research

4,465

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Boehme, S., Miltner, W. R., & Straube, T. (2015). Neural correlates

of self-focused attention in social anxiety. Social Cognitive &

Affective Neuroscience, 10(6), 856-862. doi10.1093scannsu128 2015

Social

Cognitive &

Affective

Neuroscience

5,101

Social anxiety

disorder

neuropsychology

EBSCO

Boehme, S., Ritter, V., Tefikow, S., Stangier, U., Strauss, B.,

Miltner, W. R., & Straube, T. (2015). Neural Correlates of

Emotional Interference in Social Anxiety Disorder. Plos ONE,

10(6), 1-15. doi:10.1371/journal.pone.0128608

2015 Plos ONE 4,411 Social anxiety

disorder EBSCO

Boll, S., Bartholomaeus, M., Peter, U., Lupke, U., & Gamer, M.

(2016). Attentional mechanisms of social perception are biased in

social phobia. Journal of anxiety disorders, 40, 83-93.

2016 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social phobia Science Direct

Borge, F., Hoffart, A., Sexton, H., Martinsen, E., Gude, T., Hedley,

L. M., & Abrahamsen, G. (2010). Pre-treatment predictors and in-

treatment factors associated with change in avoidant and dependent

2010 Clinical

Psychology &

Psychotherapy

2,578 Social phobia

social cognition EBSCO

Page 109: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

109

personality disorder traits among patients with social phobia.

Clinical Psychology & Psychotherapy, 17(2), 87-99

Bourne, V. J., & Vladeanu, M. (2011). Lateralisation for processing

facial emotion and anxiety: Contrasting state, trait and social

anxiety. Neuropsychologia, 49(5), 1343-1349.

2011 Neuropsychol

ogia 2,989

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Brühl, A. B., Delsignore, A., Komossa, K., & Weidt, S. (2014).

Neuroimaging in social anxiety disorder—a meta-analytic review

resulting in a new neurofunctional model. Neuroscience &

Biobehavioral Reviews, 47, 260-280.

2014

Neuroscience

&

Biobehavioral

Reviews

8,58 Social anxiety

disorder Science Direct

Brühl, A. B., Herwig, U., Delsignore, A., Jäncke, L., & Rufer, M.

(2013). General emotion processing in social anxiety disorder:

neural issues of cognitive control. Psychiatry Research:

Neuroimaging, 212(2), 108-115.

2013 Psychiatry

Research:

Neuroimaging

2,477

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Brühl, A. B., Rufer, M., Delsignore, A., Kaffenberger, T., Jäncke,

L., & Herwig, U. (2011). Neural correlates of altered general

emotion processing in social anxiety disorder. Brain research, 1378,

72-83.

2011 Brain

Research 2,561

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Buhlmann, U., Wacker, R., & Dziobek, I. (2015). Inferring other

people's states of mind: Comparison across social anxiety, body

dysmorphic, and obsessive–compulsive disorders. Journal of

anxiety disorders, 34, 107-113.

2015 Journal of

anxiety

disorders

2,381

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Burklund, L. J., Craske, M. G., Taylor, S. E., & Lieberman, M. D.

(2015). Altered emotion regulation capacity in social phobia as a

function of comorbidity. Social Cognitive & Affective

Neuroscience, 10(2), 199-208

2015

Social

Cognitive &

Affective

Neuroscience

5,101 Social phobia EBSCO

Calvete, E., Orue, I., & Hankin, B. L. (2013). Early maladaptive

schemas and social anxiety in adolescents: The mediating role of

anxious automatic thoughts. Journal of anxiety disorders, 27(3),

278-288.

2013 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social anxiety

disorder Science Direct

Caouette, J. D., & Guyer, A. E. (2014). Gaining insight into

adolescent vulnerability for social anxiety from developmental 2014

Developmental

cognitive 3,963

Social anxiety

disorder Science Direct

Page 110: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

110

cognitive neuroscience. Developmental cognitive neuroscience, 8,

65-76.

neuroscience neuropsychology

Carleton, R. N., Collimore, K. C., Asmundson, G. J., McCabe, R.

E., Rowa, K., & Antony, M. M. (2009). Refining and validating the

social interaction anxiety scale and the social phobia scale.

Depression & anxiety, 26(2), E71-E81.

2009 Depression &

Anxiety 5,004

Social phobia

neuropsychology EBSCO

Clauss, J. A., Avery, S. N., VanDerKlok, R. M., Rogers, B. P.,

Cowan, R. L., Benningfield, M. M. & Blackford, J. U. (2014).

Neurocircuitry underlying risk and resilience to social anxiety

disorder. Depression & anxiety (1091-4269), 31(10), 822-833.

2014 Depression &

Anxiety 5,004

Social anxiety

disorder EBSCO

Crome, E., & Baillie, A. (2015). Social anxiety disorder diagnostic

criteria perform equally across age, comorbid diagnosis, and

performance interaction subtypes. Anxiety, Stress & Coping, 28(2),

179-191.

2015

Anxiety,

Stress &

Coping

1,82 Social anxiety

disorder EBSCO

Crome, E., Baillie, A., & Taylor, A. (2012). Are male and female

responses to social phobia diagnostic criteria comparable?.

International Journal Of Methods In Psychiatric Research, 21(3),

222-231

2012

International

Journal of

Methods in

Psychiatric

Research

2,857 Social phobia EBSCO

Cuijpers, P., Gentili, C., Banos, R. M., Garcia-Campayo, J.,

Botella, C., & Cristea, I. A. (2016). Relative effects of cognitive

and behavioral therapies on generalized anxiety disorder, social

anxiety disorder and panic disorder: A meta-analysis. Journal of

Anxiety Disorders, 43, 79-89.

2016 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social anxiety

disorder Science Direct

De Voogd, E. L., Wiers, R. W., Prins, P. J. M., & Salemink, E.

(2014). Visual search attentional bias modification reduced social

phobia in adolescents. Journal of behavior therapy and

experimental psychiatry, 45(2), 252-259.

2014

Journal of

behavior

therapy and

experimental

psychiatry

2,193 Social phobia Science Direct

Dear, B. F., Staples, L. G., Terides, M. D., Fogliati, V. J., Sheehan,

J., Johnston, L., Kayrouz, R., Dear, R., McEvoy, P. M. & Titov, N.

(2016). Transdiagnostic versus disorder-specific and clinician-

2016 Journal of

anxiety

disorders

2,381

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Page 111: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

111

guided versus self-guided internet-delivered treatment for Social

Anxiety Disorder and comorbid disorders: A randomized controlled

trial. Journal of anxiety disorders, 42, 30-44.

Del-Monte, J., Raffard, S., Salesse, R. N., Marin, L., Schmidt, R.

C., Varlet, M., Bardy, B. G., Boulenger, J. P., Gély-Nargeot, M. C.

& Capdevielle, D. (2013). Nonverbal expressive behaviour in

schizophrenia and social phobia. Psychiatry research, 210(1), 29-

35.

2013 Psychiatry

Research 2,466 Social phobia Science Direct

Demenescu, L. R., Kortekaas, R., Cremers, H. R., Renken, R. J.,

van Tol, M. J., van der Wee, N. J. A., Veltman, D. J., den Boer, J.

A., Roelofs, K. & Aleman, A. (2013). Amygdala activation and its

functional connectivity during perception of emotional faces in

social phobia and panic disorder. Journal of psychiatric research,

47(8), 1024-1031.

2013 Journal of

psychiatric

research

4,465 Social phobia

social cognition Science Direct

Etkin, A., & Wager, T. D. (2007). Functional neuroimaging of

anxiety: a meta-analysis of emotional processing in PTSD, social

anxiety disorder, and specific phobia. American Journal of

Psychiatry, 164(10), 1476-1488.

2007 American

Journal of

Psychiatry

13,505

Social anxiety

disorder

neuropsychology

EBSCO

Freitas-Ferrari, M. C., Hallak, J. E., Trzesniak, C., Santos Filho, A.,

Machado-de-Sousa, J. P., Chagas, M. H. N., Nardi A. E. & Crippa,

J. A. S. (2010). Neuroimaging in social anxiety disorder: a

systematic review of the literature. Progress in Neuro-

Psychopharmacology and Biological Psychiatry, 34(4), 565-580.

2010

Progress in

Neuro-

Psychopharma

cology and

Biological

Psychiatry

4,361

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Gentili, C., Ricciardi, E., Gobbini, M. I., Santarelli, M. F., Haxby,

J. V., Pietrini, P., & Guazzelli, M. (2009). Beyond amygdala:

default mode network activity differs between patients with social

phobia and healthy controls. Brain research bulletin, 79(6), 409-

413.

2009 Brain

Research

Bulletin

2,572 Social phobia

social cognition Science Direct

Graver, C. J., & White, P. M. (2007). Neuropsychological effects of

stress on social phobia with and without comorbid depression. 2007 Behaviour

research and

therapy

3,798 Social phobia

neuropsychology Science Direct

Page 112: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

112

Behaviour research and therapy, 45(6), 1193-1206.

Gregory, B., & Peters, L. (2016). Changes in the self during

cognitive behavioural therapy for social anxiety disorder: A

systematic review. Clinical Psychology Review, 52, 1-18.

2016 Clinical

Psychology

Review

8,146

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Gutz, L., Roepke, S., & Renneberg, B. (2016). Cognitive and

affective processing of social exclusion in borderline personality

disorder and social anxiety disorder. Behaviour Research and

Therapy, 87, 70-75.

2016 Behaviour

research and

therapy

3,798 Social anxiety

disorder Science Direct

Haller, S. P., Kadosh, K. C., Scerif, G., & Lau, J. Y. (2015). Social

anxiety disorder in adolescence: how developmental cognitive

neuroscience findings may shape understanding and interventions

for psychopathology. Developmental cognitive neuroscience, 13,

11-20.

2015 Developmental

cognitive

neuroscience

3,963

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Heeren, A., & McNally, R. J. (2016). An integrative network

approach to social anxiety disorder: The complex dynamic

interplay among attentional bias for threat, attentional control, and

symptoms. Journal of Anxiety Disorders, 42, 95-104.

2016 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social anxiety

disorder Science Direct

Helbig-Lang, S., Rusch, S., & Lincoln, T. M. (2015). Emotion

Regulation Difficulties in Social Anxiety Disorder and Their

Specific Contributions to Anxious Responding. Journal Of Clinical

Psychology, 71(3), 241-249.

2015 Journal Of

Clinical

Psychology

2,236 Social anxiety

disorder EBSCO

Helbig-Lang, S., von Auer, M., Neubauer, K., Murray, E., &

Gerlach, A. L. (2016). Post-event processing in social anxiety

disorder after real-life social situations–An ambulatory assessment

study. Behaviour Research and Therapy, 84, 27-34.

2016 Behaviour

research and

therapy

3,798 Social anxiety

disorder Science Direct

Hermann, C., Ziegler, S., Birbaumer, N., & Flor, H. (2002).

Psychophysiological and subjective indicators of aversive

Pavlovian conditioning in generalized social phobia. Biological

psychiatry, 52(4), 328-337.

2002 Biological

Psychiatry 11,212

Social phobia

neuropsychology Science Direct

Hezel, D. M., & McNally, R. J. (2014). Theory of mind

impairments in social anxiety disorder. Behavior therapy, 45(4), 2014

Behavior

therapy 3,276

Social anxiety

disorder social Science Direct

Page 113: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

113

530-540 cognition

Jalal, B., & Amir, N. (2014). Semantic Priming and Interpretation

Bias in Social Anxiety Disorder. Cognitive Therapy & Research,

38(1), 23-32. doi:10.1007/s10608-013-9582-8

2014 Cognitive

therapy &

Research

2,027

Social anxiety

disorder social

cognition

EBSCO

Johnstone, K. M., Chen, J., & Balzan, R. P. (2017). An

investigation into the jumping-to-conclusions bias in social anxiety.

Consciousness and Cognition, 48, 55-65.

2017 Consciousness

and Cognition 2,182

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Kampmann, I. L., Emmelkamp, P. M., Hartanto, D., Brinkman, W.

P., Zijlstra, B. J., & Morina, N. (2016). Exposure to virtual social

interactions in the treatment of social anxiety disorder: A

randomized controlled trial. Behaviour research and therapy, 77,

147-156.

2016 Behaviour

research and

therapy

3,798

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Kim, M. K., Yoon, H. J., Shin, Y. B., Lee, S. K., & Kim, J. J.

(2016). Neural basis of distorted self-face recognition in social

anxiety disorder. NeuroImage: Clinical, 12, 956-964.

2016 Neuroimage:

Clinical 3,857

Social anxiety

disorder Science Direct

Kingsep, P., & Page, A. (2010). Attempted suppression of social

threat thoughts: Differential effects for social phobia and healthy

controls?. Behaviour research and therapy, 48(7), 653-660.

2010 Behaviour

research and

therapy

3,798 Social phobia

social cognition Science Direct

Kircanski, K., Joormann, J., & Gotlib, I. (2015). Attention to

Emotional Information in Social Anxiety Disorder With and

Without Co-Occurring Depression. Cognitive Therapy & Research,

39(2), 153-161.

2015 Cognitive

therapy &

Research

2,027 Social anxiety

disorder EBSCO

Knappe, S., Beesdo-Baum, K., Fehm, L., Lieb, R., & Wittchen, H.

U. (2012). Characterizing the association between parenting and

adolescent social phobia. Journal of Anxiety Disorders, 26(5), 608-

616.

2012 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social phobia

social cognition Science Direct

Kolassa, I. T., & Miltner, W. H. (2006). Psychophysiological

correlates of face processing in social phobia. Brain research,

1118(1), 130-141.

2006 Brain

Research 2,561

Social phobia

neuropsychology Science Direct

Kret, M. E., Stekelenburg, J. J., de Gelder, B., & Roelofs, K.

(2017). From face to hand: Attentional bias towards expressive 2017

Biological

Psychology 3,234

Social anxiety

disorder Science Direct

Page 114: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

114

hands in social anxiety. Biological psychology, 122, 42-50.

Kujawa, A., Weinberg, A., Bunford, N., Fitzgerald, K. D., Hanna,

G. L., Monk, C. S., Kennedy, A. E., Klumpp, H., Hajcak, G. &

Phan, K. L. (2016). Error-related brain activity in youth and young

adults before and after treatment for generalized or social anxiety

disorder. Progress in Neuro-Psychopharmacology and Biological

Psychiatry, 71, 162-168.

2016

Progress in

Neuro-

Psychopharma

cology and

Biological

Psychiatry

4,361 Social anxiety

disorder Science Direct

Labuschagne, I., Phan, K. L., Wood, A., Angstadt, M., Chua, P.,

Heinrichs, M., Stout, J. C. & Nathan, P. J. (2010). Oxytocin

attenuates amygdala reactivity to fear in generalized social anxiety

disorder. Neuropsychopharmacology, 35(12), 2403-2413.

2010 Neuropsychop

harmacology 6,399

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Laeger, I., Dobel, C., Radenz, B., Kugel, H., Keuper, K., Eden, A.,

Arolt, V., Zwitserlood, P., Dannlowski, U. & Zwanzger, P. (2014).

Of ‘Disgrace’ and ‘Pain’ – Corticolimbic Interaction Patterns for

Disorder-Relevant and Emotional Words in Social Phobia. Plos

ONE, 9(11), 1-10. doi:10.1371/journal.pone.0109949

2014 Plos ONE 4,411 Social phobia EBSCO

Laposa, J. M., Cassin, S. E., & Rector, N. A. (2010). Interpretation

of positive social events in social phobia: an examination of

cognitive correlates and diagnostic distinction. Journal of Anxiety

Disorders, 24(2), 203-210.

2010 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social phobia

social cognition Science Direct

Mauss, I. B., Wilhelm, F. H., & Gross, J. J. (2003). Autonomic

recovery and habituation in social anxiety. Psychophysiology,

40(4), 648-653.

2003 Psychophysiol

ogy 3,074

Social anxiety

disorder

neuropsychology

EBSCO

McNaughton, N., & Corr, P. J. (2004). A two-dimensional

neuropsychology of defense: fear/anxiety and defensive distance.

Neuroscience & Biobehavioral Reviews, 28(3), 285-305. 2004

Neuroscience

&

Biobehavioral

Reviews

8,58

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Minlan, Y., Hongru, Z., Changjian, Q., Yajing, M., Yan, Z., Jing,

S., Xiaojing, N., Zhengjia, R., Qiyong, G., Wei, Z. & Su, L. (2016).

Group cognitive behavioral therapy modulates the resting-state

functional connectivity of amygdala-related network in patients

2016 BMC

Psychiatry 2,576

Social anxiety

disorder EBSCO

Page 115: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

115

with generalized social anxiety disorder. BMC Psychiatry, 161-9.

doi:10.1186/s12888-016-0904-8

Morrison, A. S., Brozovich, F. A., Lee, I. A., Jazaieri, H., Goldin,

P. R., Heimberg, R. G., & Gross, J. J. (2016). Anxiety trajectories

in response to a speech task in social anxiety disorder: Evidence

from a randomized controlled trial of CBT. Journal of anxiety

disorders, 38, 21-30.

2016 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social anxiety

disorder Science Direct

Morrison, A. S., Mateen, M. A., Brozovich, F. A., Zaki, J., Goldin,

P. R., Heimberg, R. G., & Gross, J. J. (2016). Empathy for positive

and negative emotions in social anxiety disorder. Behaviour

Research and Therapy, 87, 232-242.

2016 Behaviour

research and

therapy

3,798

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Mörtberg, E., Clark, D. M., & Bejerot, S. (2011). Intensive group

cognitive therapy and individual cognitive therapy for social

phobia: sustained improvement at 5-year follow-up. Journal of

anxiety disorders, 25(8), 994-1000.

2011 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social phobia

social cognition Science Direct

Moser, J. S., Huppert, J. D., Foa, E. B., & Simons, R. F. (2012).

Interpretation of ambiguous social scenarios in social phobia and

depression: evidence from event-related brain potentials. Biological

psychology, 89(2), 387-397.

2012 Biological

Psychology 3,234

Social phobia

social cognition Science Direct

Ng, A., & Abbott, M. (2016). The Effect of Negative, Positive, and

Neutral Self-imagery on Symptoms and Processes in Social

Anxiety Disorder. Cognitive Therapy & Research, 40(4), 479-495.

2016 Cognitive

therapy &

Research

2,027 Social anxiety

disorder EBSCO

Nilsson, J., Lundh, L., & Viborg, G. (2012). Effects of Analytical

and Experiential Self-focus on Rumination After a Stress Induction

in Patients with Social Anxiety Disorder: A Pilot Study. Cognitive

Behaviour Therapy, 41(4), 310-320

2012 Cognitive

Behaviour

Therapy

3,12

Social anxiety

disorder social

cognition

EBSCO

Norton, A. R., & Abbott, M. J. (2016). Self-Focused Cognition in

Social Anxiety: A Review of the Theoretical and Empirical

Literature. Behaviour Change, 33(1), 44-64.

doi:10.1017/bec.2016.2

2016 Behaviour

Change 0,711

Social anxiety

disorder social

cognition

EBSCO

O'Toole, M. S., & Pedersen, A. D. (2011). A systematic review of 2011 Nordic Journal 1,21 Social anxiety EBSCO

Page 116: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

116

neuropsychological performance in social anxiety disorder. Nordic

Journal Of Psychiatry, 65(3), 147-161.

of Psychiatry disorder

neuropsychology

Orchard, F., Apetroaia, A., Clarke, K., & Creswell, C. (2017).

Cognitive bias modification of interpretation in children with social

anxiety disorder. Journal of Anxiety Disorders, 45, 1-8.

2017 Journal of

anxiety

disorders

2,381

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Plana, I., Lavoie, M. A., Battaglia, M., & Achim, A. M. (2014). A

meta-analysis and scoping review of social cognition performance

in social phobia, posttraumatic stress disorder and other anxiety

disorders. Journal of anxiety disorders, 28(2), 169-177.

2014 Journal of

anxiety

disorders

2,381

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Rheingold, A. A., Herbert, J. D., & Franklin, M. E. (2003).

Cognitive Bias in Adolescents with Social Anxiety Disorder.

Cognitive Therapy & Research, 27(6), 639-655

2003 Cognitive

therapy &

Research

2,027

Social anxiety

disorder social

cognition

EBSCO

Riwkes, S., Goldstein, A., & Gilboa-Schechtman, E. (2015). The

temporal unfolding of face processing in social anxiety disorder—a

MEG study. NeuroImage: Clinical, 7, 678-687.

2015 Neuroimage:

Clinical 3,857

Social anxiety

disorder social

cognition

Science Direct

Schmidt, S., Mohr, A., Miltner, W. H., & Straube, T. (2010). Task-

dependent neural correlates of the processing of verbal threat-

related stimuli in social phobia. Biological psychology, 84(2), 304-

312.

2010 Biological

Psychology 3,234

Social phobia

social cognition Science Direct

Schofield, C. A., Inhoff, A. W., & Coles, M. E. (2013). Time-

course of attention biases in social phobia. Journal of anxiety

disorders, 27(7), 661-669.

2013 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social phobia Science Direct

Schweden, T. L., Pittig, A., Bräuer, D., Klumbies, E., Kirschbaum,

C., & Hoyer, J. (2016). Reduction of depersonalization during

social stress through cognitive therapy for social anxiety disorder:

A randomized controlled trial. Journal of Anxiety Disorders, 43,

99-105.

2016 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social anxiety

disorder Science Direct

Spence, S. H., & Rapee, R. M. (2016). The etiology of social

anxiety disorder: An evidence-based model. Behaviour Research

and Therapy, 86, 50-67

2016 Behaviour

research and

therapy

3,798

Social anxiety

disorder

neuropsychology

Science Direct

Stein, D. J., & Nesse, R. M. (2011). Threat detection, precautionary 2011 Neuroscience 8,58 Social anxiety Science Direct

Page 117: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

117

responses, and anxiety disorders. Neuroscience & Biobehavioral

Reviews, 35(4), 1075-1079.

&

Biobehavioral

Reviews

disorder

Stein, M. B., & Stein, D. J. (2008). Social anxiety disorder. The

Lancet, 371(9618), 1115-1125. 2008 The Lancet 44,002

Social anxiety

disorder Science Direct

Sutterby, S. R., Bedwell, J. S., Passler, J. S., Deptula, A. E., &

Mesa, F. (2012). Social anxiety and social cognition: The influence

of sex. Psychiatry research, 197(3), 242-245.

2012 Psychiatry

Research 2,466

Social phobia

social cognition Science Direct

Taddei, M., Bertoletti, E., Zanoni, A., & Battaglia, M. (2010).

Responses to Facial Expressions of Emotions in Social Anxiety

Disorder: A Review of fMRI and ERP Studies from a

Developmental Psychopathology Perspective. Mind & Brain, The

Journal Of Psychiatry, 1(2), 75-86

2010

Mind & Brain,

The Journal of

Psychiatry

Información no

reportada por el sitio

de la revista, ni por

EBSCO ni por Journal

Citation Reports.

Social anxiety

disorder social

cognition

EBSCO

Teale Sapach, M. N., Carleton, R. N., Mulvogue, M. K., Weeks, J.

W., & Heimberg, R. G. (2015). Cognitive Constructs and Social

Anxiety Disorder Beyond Fearing Negative Evaluation. Cognitive

Behaviour Therapy, 44(1), 63-73.

2015 Cognitive

Behaviour

Therapy

3,12 Social anxiety

disorder EBSCO

Tinoco-González, D., Fullana, M. A., Torrents-Rodas, D., Bonillo,

A., Vervliet, B., Pailhez, G., Farré, M., Andión, O., Perez, V. &

Torrubia, R. (2015). Conditioned Subjective Responses to Socially

Relevant Stimuli in Social Anxiety Disorder and Subclinical Social

Anxiety. Clinical Psychology & Psychotherapy, 22(3), 221-231.

2015 Clinical

Psychology &

Psychotherapy

2,578 Social anxiety

disorder EBSCO

van Peer, J. M., Spinhoven, P., & Roelofs, K. (2010).

Psychophysiological evidence for cortisol-induced reduction in

early bias for implicit social threat in social phobia.

Psychoneuroendocrinology, 35(1), 21-32.

2010 Psychoneuroe

ndocrinology 4,704

Social phobia

neuropsychology Science Direct

van Peer, J. M., Spinhoven, P., van Dijk, J. G., & Roelofs, K.

(2009). Cortisol-induced enhancement of emotional face processing

in social phobia depends on symptom severity and motivational

context. Biological psychology, 81(2), 123-130.

2009 Biological

Psychology 3,234

Social phobia

neuropsychology Science Direct

Vroling, M. S., Glashouwer, K. A., Lange, W. G., Allart-van Dam, 2016 Journal of 2,193 Social anxiety Science Direct

Page 118: Trabajo monográfico sobre el Trastorno de Ansiedad Social ...

118

E., & de Jong, P. J. (2016). “What I believe is true”: Belief-

confirming reasoning bias in social anxiety disorder. Journal of

Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, 53, 9-16.

behavior

therapy and

experimental

psychiatry

disorder

Wenzel, A., Jackson, L. C., & Holt, C. S. (2002). Social phobia and

the recall of autobiographical memories. Depression & Anxiety

(1091-4269), 15(4), 186-189.

2002 Depression &

Anxiety 5,004

Social anxiety

disorder social

cognition

EBSCO

Wilson, J. K. & Rapee, R. M. (2005). The interpretation of negative

social events in social phobia with versus without comorbid mood

disorder. Journal of anxiety disorders, 19, 245–274.

2005 Journal of

anxiety

disorders

2,381 Social phobia Science Direct

Yoon, H. J., Kim, J. S., Shin, Y. B., Choi, S. H., Lee, S. K., & Kim,

J. J. (2016). Neural activity during self-referential working memory

and the underlying role of the amygdala in social anxiety disorder.

Neuroscience letters, 627, 139-147.

2016 Neuroscience

letters 2,107

Social anxiety

disorder Science Direct


Recommended