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Sucesos de Pisagua

Date post: 12-Feb-2022
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RECUERDOS DE LA Revolución de 1891 Sucesos de Pisagua Los inquisidores del Pácifico POR J, V.
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R E C U E R D O S DE LA

Revolución de 1891

Sucesos de Pisagua Los inquisidores del Pácifico

POR

J, V.

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A N S E L M O B L A N L O T H O L L E Y

Mni distinguido señor:

Apesar de no tener el honor de conocer a Ud perso-nalmente, rae he tomado la libertad de dedicar a Ud estos recuerdos históricos de la pasada lucha política, en la cual cupo a Ud, desempeñar tan importante como peligroso papel.

A nadie mejor que a Ud constan los mil i un suplicio que tuvieron que soportar, los que, con ánimo sereno y la conciencia tranquila, sostuvieron como buenos, la polí-tica del mas grande de los patriotas chilenos.

Nada de notable encontrará en su redacción; al con-trario, sufre ella de pobreza de estilo y demás faltas en que siempre incurre, el que no es escritor, pero su rela-ción liza y llana, está hecha con toda la verdad de los sucesos que han tenido lugar, y Ucl como una de esas nobles víctimas de los filibusteros del -91, me honrará con aceptar este modesto trabajo, dando así, un tes t imo-nio de la veracidad de los hechos que dejo apuntados.

Su A. y S. S. J . Y.

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Sucesos de Pisagua

Los inquisidores del Pacífico —SI vapor Copiapó, designado por los insurrectos, como penitenciaria flotante.—Suerte de los que no aceptaron las ofe r tas de los insurjentes.

Señor Editor de La Opinión:

En ocasiones anteriores, he dado a conocer por la prensa, los sucesos desagradables qne se desarrollaron en la madrugada del 18 de febrero último en la rada de Pisagna, con motivo de la narcotizacion de los jefes de las fuerzas a l»s órdenes del Gobierno constituido, l le -vado a efecto por malos chilenos e individuos antipa-trióticos; i hubiera querido seguir desarrollando estos mismos asuntos, sin que mediara un plazo de tiempo tan largo, entre esta y aquella correspondencia, si el estado delicado de mi salud, 110 me lo hubiera impe-dido.

Pues bien, señor editor, reanudando mi anterior es-posicion, dejaré constancia, aunque a la ligera, de aque-llos hechos, que por su magnitud i gravedad, 110 pueden pasar desapercibidos.

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La medida preferente de los revolucionarios, al ocu-par nua plaza, ya fuera a viv í fuerza o ya ren-.lid.i, no era otra que la de posesionarse de los caudales públicos a disposición de las autoridades, ya pertenecieran al Fisco, a la comunidad í hasta la beneficencia pública.

Testigo de este hecho es el mismo Pisagua, que tnvo que soportar las exijencias sin l ímites de los revolucio-narios, a fin de arrancar de las sucursales de los bancos injentes sumas.

El hecho pasó de la manera siguiente: El oficial 2.° de le aduana de Pisagua, Ignacio Fernan-

dez Vargas, persona de antecedentes nada limpios, fué el elejido comisario jeneral del departamento, para lle-var a cabo las aspiraciones ele los insurjentes. El nom-brado, una vez en posesion de su empleo, i como prime-ra delijencia firmó dos cheques de 100,000 pesos ca la uno, contra los bancos de Val paraíso i ile Lóndres i Ta-rapacá, a la órden de I . Francisco Cordero, guarda del resguardo.

P a r a traer a la memoria la seriedad que imprimen todos los actos de la Escuadra sublevada, basta solo esponer este personaje, desposeído de to lo c a r á t e r de delicadeza, ha desempeñado en esta misma ciudad, el nada envidiable puesto de cochero. I no crea señor fditor, que este es un caso aislado, pues la mayoría de los individuos que acompañan a los filibusteros de la Escuadra, son ¡entes de esta calaña o pertenecientes a esa poblacion flotante, de jeute desocupada o viciosa, que existen en los centros de populosas ciudades.

Pues bien, una vez en poder de Cordero los cheques, éste, sin pérdida de tiempo, we dirijió con un piquete de tropa hácia los bancos i revólver en mano, intimó a sus ajentes el pago de los aludidos cheques. En presencia de actitud tan amenazante, los ajentes se vieron en la dura i penosa obligación, de dar cumplimiento al man-dato, que a nombre de la Delegación' d t l Congreso, les hacia cumplir por la fuerza. Inútiles fueron las pro-testas, e inútil fué también toda discusión razonada a que invitaron los ajentes para salvar sil responsabilidad.

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pues solo se t ra taba de saciar la sed de oro, i las espe-ranzas de ópimo botin, con que se al imentaba el patrio-tismo de toda esa jente que acompañaba a la Escuadra, deseosa de adquirir nombre i fortuna de que carecían, s h fijarse en los medios para obtenerlos.

Satisfecha^ por los bancos las exijencias del comisario Fernández , quedaba aun la mas dura i la que debia pre-sentarlos de relieve ante el mundo entero. Conocedores que la Municipalidad mantenía, en uno de los bancos, un depósito por veinticinco mil pesos i la Jun t a de líe-neficenc'a otro por diez mil, se anticiparon sin mira-miento de ningún jénero a entrar en posesión de ellos, como 1/) hicieron sin el menor escrúpulo.

Estos dineros, tomados de una m a u e r . tan violenta, e inescropulosa, muí léjos de ser empleados en los filan-trópicos i comunales fines, para los cuales estaban des-tinados, fueron a rodar en la taberna para satisfacer les crapulosos excesos de los jefes desembarcados i para pagar las felonías de individuos sin honor, que ante el vil interés, sacrificaron los intereses mas augustos de la Pat r ia .

Me basta enunciar un solo hecho para traer al con-vencimiento del mas apasionado, la veracidad de la es-posicipn anterior.

En obedecimiento a este propósito, entrego al públi-co, sin comentario alguno i en copia certificada, el si-guiente boletín oficial, que rejistran los libros auténticos «le la Tesorería Fiscal de Pisagna.

El boletín aludido, dice tesfualmente: «Boletín de Egreso núm. 310.—Tesorería Fiscal de

Pis gua, 21 de Enero de 1891.—Pagado a doña Rosa-rio Rubio, l;i cantidad de quinientos pesos, según decreto del jefe polít ico, señor Nef, fecha «le hoi, por varios gas-tos hechos en su casa, en conmemoracion al gran golpe dado a las fuerzas del Gobierno en la madrugada del 19 del presente.»

«Recibí .—Rosario Rubio.» Es di! advertir que la mencionada Rubio, dueño de

nna ca a de prostitución, la misma en que los señores

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Antonio Zavala M., J . Francisco Cordero, médico de ciudad Muñoz Garcés, el hijo político de éste, Luis Brie-ba i el de triste celebridad, teniente Anavalon, cometie-ron el mas infame de los atentados, narcotizando a los oficiales Rivera i León, jefes de la guarnición, i que en la tranquilidad de sus conciencias jatnás llegaron a sos-pechar tan feo crimen.

La ocupacion de Pisagua por los insurrectos trajo como consecuencia precisa la prisión del honorable gober-nador Néstor S. Ramos i la de algunos empleados, que como él, defendieron con heróica euerjía, los principios del Gobierno legalmente constituido.

Sobre el señor gobernador Ramos i sus compañeros Alvarez Lujan, Muñoz Baeza, Salazar, Villarroel, Cas-tillo, Sepúlveda i el que esto escribe, se hizo pesar dura, aunque corta detención, brillando en ella las frases soe-ces i burdas, propias de jentes sin honor ni miramientos, a fin de hacerla mas pesada, ya que no habia ni aparente inculpación de faltas, por haberse llevado a efecto la ocupacion sin quemar un solo cartucho i merced, como queda dicho, al abominable crimen de narcotizaciou.

Puestos en libertad los funcionarios aludidos i una vez reocnpada la plaza por las fuerzas del Gobierno corrie-ron a ocupar sus puestos, cual cumple a caballeros, dis-puestos a sacrificarse en pró de sus convicciones i de la justa cansa del órden.

Estos pasos fueron dados con toda prontitud, merced a las disposiciones oportunas i a favorable acojida dis-pensada por el enérjico Intendente, señor Salinas, a quien tanto debe la provincia de Tarapacá.

En este estado las cosas i satisfechas las aspiraciones de los revolucionarios, respecto de la provisión de dine-ro, sobrevino el desorden i la falta de garantías en las personas e intereses de los habitantes de la plaza ocu -pada, pues que el jefe político en lugar de propender a la organización délos servicios tendentes a dar estabili-dad i garantía, olvidó por completo los priucipios mas elementales que distinguen al ocupante bélico honrado. v,on tal motivo el comercio tuvo zozobras i por o n s i -

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guíente fundada desconfianza i así lo espresó a Nef, p i -diéndole garantías, a lo cual contestó éste negativamente, disculpando su procedimiento, con la escasez de fuerzas disponibles. Mientras tanto el desorden i el pillaje cun-día, hasta que el comercio amenazado en sus intereses, promovió la idea de organizar la guardia del órden, para lo cual contaba con la decidida i abnegada corporaciou del cuerpo de bomberos, que desinteresadamente ofreció sus servicios.

Esta angustiosa situación duró los siete dias que los insnrjeutes mantuvieron la plaza en su poder.

Recuperado Pisagna por las fuerzas del órden, se rest ibhvieron los servicio-"", públicos de manera tal, que volvió I, tranquilidad a los espíritus i la garant ía a los intereses i personas; pero esta tranquilidad 110 podiaser duradera, porque el Gobierno constituido, dada la si-tuación topográfica de la ciudad, no podia oponer una resistencia eficaz, i así el 6 de febrero a las 5 de la m a -ñana, la escuadra compuesta de los buques Cochr&ne, Magallanes, O'I l iggins, Tolten, Cachapoal, Limar'i i re molcador Arturo Prat, en son de combate i haciendo ostentación ridicula de sus fuerzas, contra una plaza indefensa, rompió sobre ella sus fuegos, i precisamente el mas poderoso de estos buques, fué el encargado de dirigirlos a la pequeña guarnición, compuesta de 37 ar-tilleros i 12 individuos de caballería, que se encontraba destacada en el alto del Hospicio.

A las 6 A. M., principió el desembarco de las fuerzas «le la oposición, que se componía de 750 individuos po-co mas o ménos.

La guarnición de la plaza que constaba de 100 hom-bres, fué distribuida en distintos puntos, para impedir la entrada del enemigo en la ciudad, i siendo tan redu-« ido su número, tuvo que defender su puesto con verda-dero heroísmo, i sin siquiera abrigar la, mas remota e s -peranzar le triunfo.

El resultado no podia hacerse esperar, ni era difícil su-poner cual seria, i así momentos despues, se vió en la poblacíon a las fuerzas de la oposicion cometiendo t«>da

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claác de atropellos i asesinando jente iudefen-a con que se tropezaba.

Aparte de la responsabilidad que cabe a los jefes re-volucionarios por estos asesinatos aleves, hai todavía la t remenda de todos ellos, me refiero a las setenta vícti-mas hechas por una bomba del Cochrane dirijida preci-samente i con certera mano a una bodega de salitres donde se asilaban mujeres i jente indefensa i que según datos tomados posteriormente, se ha podido llegar al convencimiento que desde la Escuadra se vió la entrada de esa jente en demanda de un seguro refujio.

Como consecuencia precisa de la ocupacion i como tienen costumbre los revolucionarios i ya seguros de no existir la. mas leve resistencia, se inició la nueva admi-nistración con las antojadizas prisiones i el ejercicio de ruines i bajas pasiones.

Cayeron naturalmente en primera línea, como prisio-neros de guerra, el jefe militar de la plaza señor Va-leuzuela, gobernador político señor Ramos, mayor Val-divieso i capitan Cooper. Asimismo i con este carácter se les hizo prisioneros a los empleados de la aduana, señores Alvaro Lujan i el que esto escribe i al vecino señor Salazar. Los nombrados en medio de la soldades-ca ébria i desenfrenada i víctimas ele los mas groseros insultos, fuimos conducidos al Cochrane, donde despnes de un minucioso rejistro se nos colocó en el pañol del timón, con centinela de vista i privados de luz i de al i • mentación.

No es posible, aunque lo hubiera querido, pasar desa-percibido un hecho que retrata la crueldad i figura de los tipos que ayudaron a los revolucionarios.

Al pasarnos por las calles, un teniente 2.° de marina, cuyo nombre no he podido averiguar hasta ahora, pero cuya fisonomía no olvidaré nunca, excitaba las pasiones del pueblo beodo, para que nos despedazaran, esclaman-do: «Ah! malvados, el pueblo os juzgará i el se hará la justicia por su propia muño!

A la vez que repetía estas palabras de tal modo, que desesperamos de nuestras vidns, las acompañaba dejestos

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i movimientos insinuantes; pero ese pueblo aunque em-brutecido por el licor, tenia razgos mas nobles que el marino aludido i no satisfizo sus deseos de sangre.

Pero, no es esto lo mas notable, porque el jóven oficial infatuado con su barato triunfo, o dominado por el al-cohol, pudo olvidar sus deberes, no así don Antonio Zavala M. que en pleno goce de sus mediocres faculta-des, gri taba i vociferaba de voz en cuello, presentándo-nos ¡inte ese pueblo i ante la marineiía i tropa de abordo, como los mas criminales i gozándose en el triunfo, para presentarse como uno de los caudillos de mas importan-cia, sin que pase de ser una vulgaridad ? un hombre sin decencia, que no lo detiene ni .! crimen mas feo para satisfacer sus muías pasiones.

No tuvo desgraciadamente, la misma suerte que no-sotros el infortunado N. C.-.st.illo, teniente de policía, jóven pundonoroso que cayó víctima del desenfreno i de las malas pasiones de la parte del pueblo que ¡dentada por los asaltantes, ayudó en sus depredaciones i excesos.

Pa ra llevar a cabo su crimen en la persona de Casti-llo, nada se respetó i hasta el domicilio de honorables personas fué violado. Después de los mayores excesos cometidos i de odiosas persecuciones, pudo encontrársele al malogrado Castillo en casa del vecino Rodríguez Cis-terna i allí en su escondite, pues se encontraba oculto en un guarda-ropas, i al sustraer las existencias, se le ultimó a culatazos, manchando con su sangre inocente un hogar honrado. No satisfechos aun con su crimen i como si esto fuera poco, &xáuime ya Castillo recibió doce disparos de rifle que esparcieron los sesos en toda la habitación, i sil cadáver fué vejado i arrojado a la calle, de donde fué recojido por la ambulancia del pueblo.

Este no fué el solo crimen cometido i solo por la re -pugnancia que me cansa la relación de tanta maldad, renuncio a detallar tan aleves corno el anterior, aunque podria citur numerosos, como los asesinatos perpetrados por sus propias manos en jente indefensa, por el mismo N c f i por el de triste memoria Luis E. Castro; pues como Ud. lo sabe, señor Editor, el primero asesinó a un

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jornalero i a nn t r ipulante de su buque, dando por protes-to una leve fal ta de obediencia, i el segundo a un infeliz cargador que por no haber vivado al Congreso revolu-cionario, sino al Poder Constituido, pagó con su vida.

A las luctuosas escenas relatadas a la lijera anterior-mente, sucediéronse las proclamas para mantener el engaño i la mentira, con que era necesario alimentar a los infelices incautos, que en mala hora habían accedido a las peticiones de los facciosos que tantos males han cansado i causarán a nuestra querida Patria, pero que espero con fé i confianza, que algún dia no mni lejano, la sociedad chilena honrada i desapasionada, les aplique el condigno castigo que merecen esos malos patriotas, que han colocado una pajina negra en nuestra limpia historia.

E n efecto, el 10 de Febrero dirijíanse al campo del Hospicio los cuerpos: Navales de Pisagua, de Valparaí-so, Congreso núrn. 3, Cuarto de línea, Brigada de Arti-llería, marinería i Escuadrón de Caballería, con el obje-to de ser allí revistados i perorados.

Estos siete batallones que solo tenian el nombre de tales, constaban solo, en todo, de 1,200 plazas, la ma-yor parte de ellos compuestos de presidarios, ociosos, jentes de malas costumbres e interesados en las ofertas que los oficiales subalternos, por órdenes de sus jefes, les hacían de entrar a saco en las ciudades que próxi-mamente se ocuparon. I ello es tan efectivo que pura probar mi aseveración, me basta *olo esponer a usted, señor Editor, que el jefe del escuadrón de cabañería era don.N. Santibañez, ex-telegrafista, tahúr de profesioni comprometido en mil otros asuntos dudosísimos i que ha hecho del primero de sus vicios su ocupacion favori-t a ; Julio Moraga, jefe también de cuerpo hasta hoi din, de la misma profesión que el anterior i A nabal o n qne ya lo he dado a conocer i tantos otros que en obsequio de la brevedad omito presen ta ren esta correspondencia.

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Como usted comprenderá señor Editor, jente de la calu-ña de que se componían los cuerpos anteriormente nom-brados, comandados por jefes i oficiales de tales antece-dentes, nada les arredraba i sus excesos no reconocían valla.

Como he dicho, las tropas se situaron en el alto del Hospicio i ¡iIlí se presentó con el pendón del Congreso revolucionario, el traidor Barros Luco (creo con el traje de capi tan jeneral . Sic.) a quien la nación chilena debe s n s ! n . ^ o r e s ""ales, i entre compunjido i avergonzado, le dirijió al flamante, ejército, las siguientes palabras:

Señores oficiales i soldados: En nombre del Congreso tengo el honor de dirijiros

la palabra. Sabéis que se ha proclamado la dictadura en Santia-

go i que en teda la República han sido sometidos a pri-sión o se encuentran ocultos los senadores i diputados; las municipalidades han sido atropelladas en la mayor par te de los departamentos; han sido clausuradas las imprentas que no sostienen la dictadura; la libertad de reunión ha sido suprimida; en una palabra, el réjimen constitucional ha desaparecido, i solo impera la volnn-ta-.rarbitraria de un hombre.

Éu contra de esa oprobiosa tiranía se levantó unáni-memente nuestra gloriosa Escuadra, i en veinte dias se ha pnesto a disposion del Congreso la flota mas respe-table que ha tenido la República.

En el ejército de tierra de que vosotros formáis parte, cuenta también el Congreso Nacional con mas de dos mil hombres dispuestos a sostener el réjimen constitu-cional.

La victoria que acabais de conseguir en la toma de Pisagua es el primer ejemplo de lo que pueden el entu-siasmo i el patriotismo.

í^a Nación espera de vosotros que en la santa campa-ña que se ha abierto para restituir a Chile su crédito i prestijio, encontrareis poderoso apoyo en vuestros he r -mano de todas las provincias.

Correspondía de derecho a estas playas inmortaliza-

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das con el heróico sacrificio de Arturo Pra t presenciar el nuevo acto de valor con que se ha iniciado el resta-blecimiento de uuestras ant iguas i queridas libertades.

¡Gloria a la mar ina i al ejército constitucionales! Terminado el discurso que debia poner de manifiesto,

una vez mas, las pretensiones del solteron i en el cual nunca se ha invocado con ménos respeto el nombre del heróico Pra t , las tropas se dirijieron a la ciudad, donde les esperaba, corno conjuntamente al pueblo, una pro-clama dirijida por Nef, que hacia a manera de jefe po-lítico, pero que en verdad debiera decirse de bandolero primero, i asal tante de intereses i reputaciones ajenas. Dicha proclama que circuló con profusiou i que por lo curiosa la he conservado en mi poder, como la anterior, la doi a la estampa orijinal i sin comentario, es del te -nor siguiente:

A L V A L I E N T E P U E B L O D E P I S A G U A

La Escuadra i los defensores de Chile, que en repre-sentación del Congreso Nacional, han venido a las pro-vincias d , l norte a restablecer las leyes villanamente ultrajadas por una indigna tiranía, agradecen al entu-siasta pueblo de Pisagua, la cooperacion valiente i de-cidida que por segunda vez ha prestado a los que han venido a este suelo.

La inquebrantable resolución de destruir radical i absolutamente la afrentosa dictadura con que se quiere humillar a nuestra noble Patr ia , existe viva i firme en el corazon de todos los hombres que tienen en Chile nocion clara de sus deberes públicos.

Una miserable i desprestijiada camarilla ha pretendi-do borrar nuestras leyes, nuestras instituciones i nues-tras libertades; pero en su vano i temerario intento solo obtendrán vergüenza para sus nombres i honor para los que los han resistido i derrocado.

B.u esta santo lucha corresponde al n. ble pueblo de r isaguu el honor de ser el primero que en Chile ha va derramado su sangre por esta gran causa.

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E n mi carácter de gobernador de esta ciudad, me corresponde manifestar a sus dignos hijos, en nombre del Congreso Nacional, que la Pat r ia agradecida reeo-je rá su ejemplo i sabrá premiar sus servicios.—Fran-cisco. E. Nef.

Hasta aquí, señor Editor, débilmente bosquejados los hechos en que he tenido alguna participación i otros, pero que les garantizo, que me han sido producidos por personas que me deben completa fé i confianza.

Prisioneros como lie dicho en el Cochrane, fuimos trasbordados a la Magallanes, que nos condujo a Iqñi-que a disposición del jefe de la Escuadra sublevada Jor-je Montt, quien sin mas autoridad, que la dada por cuatro ambiciosos, que debieran estar, con mayor razón, que muchos otros delincuentes vulgares, en una peni -tenciaria, por la sangre inocente que han hecho derra-mar, debia resolver nuestra situación. La resolución no se hizo esperar i brevemente dispuso que se nos trasla dura al t rasporte Copiapó, señalado como cárcel flotan-te. Una vez allí i confundidos con jentes de diversas clases sociales i por distintas causas, fuimos colocados de tres en tres en estrechos camarotes, en incomunica-ción estricta i con centinela de vista.

Tres días duró para nosotros esta llevadera prisión, pero se nos esperaba en el mismo buque, otra que de-bia hacernos soportar los mayores sufrimientos morales i corporales i donde debia ponerse a dura prueba nues-tros convencimientos por la justa causa que abrazába IDOS i donde, apar te de los sufrimientos enunciados, se nos preparaban mayores, hasta hacer ceder la naturale-za del mas robusto; pero que con el ánimo tranquilo i sereno debíamos soportar con resignación, i dispuestos a sacrificarnos, si necesario era, hasta rendir nuestra vida en obsequio de nuestras convicciones, para hacer pre-sente a los insurjentes, que cuando se abraza una cansa

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justa, con fé i convencimiento al hombre de corazon, nada le arredra.

De los camarotes se nos condujo a las inmundas bo-degas del vapor, donde como es sabido, el aire es im-puro i fácilmente debia corromperse con el crecido nú-mero de prisioneros, veintidós, que en ella debia man-tenerse.

En este sitio, se nos obligaba a soportar los vejáme-nes de la soldadezca que nos servia de guardia i de los oficiales que, como ya he dicho, eran hombres indecen-tes i de lo peor de la sociedad, que se complacían en aumentar nuestros sufrimientos hasta en lo mas mí nitno.

Privados de luz, aire, sin camas i sin alimentación, aspirando noche i dia un aire viciado, nuestra naturale-za debiera en breve resentirse. A esto debe agregarse el inmenso calor de aquella zona i el producido por lis máquinas, pues que, el buque mantenía constantemente sus fuegos encendidos, lo cual nos hacia t raspirar noche i dia hasta obligarnos a despojarnos de nuestras ropas i permanecer casi desnudos. Al principio nos costó tra-bajo, como era natural, permanecer en este estado, aun-que la oscuridad que reinaba noche i dia, porque las escotillas permanecían herméticamente cerradas, influyó en nuestro ánimo para hacernos soportar esta condición.

Respecto a la comida todo cuanto diga s rá pálido reflejo .le los sufrimientos que sobre este 'part icular nos vimos obligados a soportar.

Nuestra alimentación, arrojada."como a bestias fero-ces, nos era entregada en depósitos de lata desaseados i despnes de haber recibido los sobrantes del rancho ele la tripulación i aun de la servidumbre del buque, que di-cho sea de paso, ha satisfecho con usura los deseos de crueldad i de mortificaciones, manifestados i cumplidos por los ofieiales marinos sublevados.

Basta solo esponer que nuestra alimentación escasa provenía de los sobrantes, para imajinarse su cantidad

calidad, *,sto agregado a la- privaciones de la ropa necesaria, del sndor constante que, por el calor, nombro-

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taha a raudales, nos labraba nuestra sepultura, en el mismo lugar que a la vez nos servia de dormitorio i pa -ra hacer nuestras necesidades naturales. Naturalmente , el aire se corrompía, las materias deletéreas se desarro-llaban i nuestras naturalezas se debilitaban, i como con-secuencia forzosa, mui pronto nuestros verdugos, debían ver satisfechas sus esperanzas, viéndonos é'steuuados i tal vez Consumidos.

No parece sino que se hubiera buscado cuanto tor inento se podia allí disponer pura hacérnoslo soportar, piL's que al intenso calor del día se nos agregaba la privación del agua, i cuando ésta se nos daba, después de reiterad is peticiones, ella era caliente i en mas de una vez salada, sin eiub.irgo la bebíamos con dulzu ra porque la sed era devoradora; i cuando se sentía el glacial frío de la mañana, pues líos encontrábamos en la línea de flotación, carecíamos de cama i de ropa.

I mas amarga se hacia esta situación por nuestro es-tado de debilidad i porque nos veíamos obligados a es-perar las doce del día para recibir nuestro almuerzo que a la vez era el desayuno i que, como queda dicho, no bastaba en manera alguna a satisfacer nuestras ne--cesidad

En mil detalles mas podría entrar i cada uno de ellos, traer al ánimo del mas apasionado, la compasión para los que, como el que esto escribe han soportado tanto vejamen i tanta penuria i traer también a su recuerdo una de esas hojas, en las,cuales la Inquisición señalaba i hacia cumplir en sus víctimas, sus crueles disposicio-nes.

Pero no es nada, señor Editor, los sufrimientos cor-porales manifestados, donde existe lo grave, es en los morales, en la complacencia de mantenerlos prisioneros, indultar nuestra desgracia i privarnos hasta de los ob-jetos .{ue significaban un recuerdo de cariño.

Hubo veces que se le privó a los prisioneros, de la ropa qne llevaban puesta, pues no tenían otra por haber sido privados de la demás en las diversas ocasiones en que se ¡es había rejistrado so pretesto de esconder a r -

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mas o disponer de dinero para sobornar la gnnrdia, fá-bulas todas para cubrir con falacia sus instintos, por no decirlo, de robo.

Si necesario fuera podria dar nombres propios de las personas despojadas i residentes al presente en esta ca-pital, pero no lo bago por no liaber consultado su vo-luntad.

Indudablemente, señor Editor, se hace fatigoza la relación de tan ta miseria i el ánimo del que mi tenido que soportarla se contrista, pero en el deseo de mani-festar a las personas sensatas i no apasionadas que mi-ran con buenos ojos la causa de los revolucionarios, los procedimiento», inescrupulosos que observan en las provincias que han tenido la desgracia de caer en sus manos me obliga a seguir i presentar al público algunos personajes que conviene sean conocidos i se sepa de quienes se echa mano por los facciosos para dar satis* facción a sus deseo- i llegar al término que en su loca fan tas ía se han forjado.

Co no he dicho, el Copiapó fué designado cárcel, des-tinándose para ¡efe de esta prisión a un marino grotesco i rudo, que venia a las mil maravillas para carcelero. Me refiero al capitan de corbeta Tejeda. a quien, señor E litor, sus lectores conocen bien, motivo por el cual, me ahorro entrar en mas pormenores. Dignos émulos de éste son los oficiales cucalones Unzueta, de Concepción, i Cirilo Muñoz, de Traiguén.

No puedo resistir el deseo de presentar a Ud., señor E lito, al citado Cirilo Muñ «z, pues él dá a conocer el tipo e índole de la mayoría de los oficiales cucalones al servicio de la Escuadra.

Muñoz, individuo rudo, sin la menor educación, i llena su alma de bajas pasiones, desempeñaba el cargo de se-gundo, respecto del cuidado i atención de los prisione-ros. Pero la condicion de este hombre bajo i ruin, hacia que los desgraciados, que estábamos a su vijil mcia tu viéramos que sufrir, momento a momento, los mayores vejámenes en nuestra delicadeza.

Este malvado hombre no omitia medio ni desperdi-

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ciaba ocas ion, para hacernos pesar su usurpada autori-dad. L no podia ser de otra manera, desde el momento que este individuo líabia sido recojido de una taberna de Traiguén i escojido entre muchos de sus compañeros de igual categoría para servir el puesto de carcelero. Hubo veces que llegó hasta nosotros, so pretesto de re j i s t rar los equipajes, temeroso de que hubieran materias explosivas, para tomar cigarros i aun piezas de ropa, que con la fuerza armada, nos sustraía para aprovechársela. Esto solo dá la medida de lo que es capaz Muñoz i <!•• lo poco que valen la mayoría de los individuos que sir ven la cansa, de la Escuadra.

Individuos como éstos son los que Montt ha colocado para reemplazar a dignos i caballerosas empilados pú-blicos.

Pues bien, después de veintitrés (lias de amargo i duro suplicio me sobrevino una enfermedad que puso en peli-gro mi vi la debida sin duda, a las condiciones desfavo rabies de vida e i que se me habia colocado. Esto (lió lugar a que el comanda uto del buque, Tejeda suspendie-ra por un momento su habitual costumbre del uso del brandi i pensara una, vez siquiera en la dura condicion de los detenidos en las bodegas.

Como era natural , por mi estado alarmante de salud, pues no podia valerme por mí mismo i a fin de no agre-gar un i mancha mas a la larga lista de crímenes, que pesa sobre la Escuadra i que dia llegará, espero con confianza que han de purgarlos en su conciencia i ante la sociedad, se ine puso en libertad, con la condición de abandonar inmediatamente la bahía. Esta prematura orden iba calculada i debia producir para mi dos g r a n -des efectos: primeramente se m<' privaba despedirme de mis compañeros de prisión i recibir de ellos siquiera un encargo, un recuerdo para sus familia^ que debieran estar angustiadas, tri-tes i anciosas de obtener noticias de sus deudos; i en segundo lugar, privarme de todos mis recursos i bienes si se quiere, pues se me obligaba a abandonar mi casa a merced del primero que quisiera tornar posesion de ella i apropiarse de todo lo que con-

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tenia, corno en efecto así sucedió, e inmediatamente se 8upo mi violenta partida, sus puertas fueron rotas por soldados de la guarnición i por jentes del pueblo que compartían con éstos el botín diario, porque no escapó al robo i al pillaje ni una de las propiedades de los que habíamos sido hecho prisioneros, después de la ocupa-ción de la plaza.

Ue tal modo, señor Editor, liemos tenido que soportar las consecuencias de la guerra, que hemos quedado com-pletamente desprovistos de todo lo que poseíamos i hasta de aquella ropa mas indispensable.

(Jon el a lma dolorida me separé de mis compañeros de prisión, lamentando la suerte que les esperaba i mas se aservaha este dolor, cuando pensaba que no podía, a pisar de mis deseos, serles útil siquiera obteniendo un encargo para sus familias, pues en absoluto se me pro-hibió dirijirles la palabra i mi despedida se limitó solo a lijeros movimientos que demostraban mi hondo pesar.

Omito dar los nombres de mis compañeros de infor-tunio, porque ya la prensa en dos o tres ocasiones los ha presentado.

Mi primera via-crucis había pasado, quebrantándome notablemente mi salud; pero me quedaba aun nuevas pruebas de sufrimiento a que ser sometido.

Por fin el 24 de Febrero me encontraba a bordo del Amazonas jautamente con numerosos heridos que se les conducía al sur.

El mismo dia levó anclas el espresado vapor recalan-do en Pa ti líos para tomar a remolque la corberta Jibtao, que se encontraba ahí de guarnición.

En el deseo de saber el punto a que se nos conducía en diversas ocasiones preguntamos ni sixplon Silva Lastarria, comandante del trasporte, acerca del lugar en que desembarcaríamos i éste por toda contestación i con el díscolo carácter que lo distingue, nos respondía:

-—«No sé; tal vez Taltal o Coquimbo, después lo sa-brán.»

Con contestaciones dadas así, con nuestros ánimos aflijídos i con la ansiedad natural de vernos libres de

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nuestros verdugos, se aumentaba nuestra intranquilidad i no hubo mas remedio que una santa resignación;

Por fin, despues de dos dias de penosa navegación, l legamos a Caldera convoyados por la O'Higgins que babia reemplazado al Abtao a nuestro paso por Taltal, i una vez allí el comandante Perez Gacitúa dirijió a la autoridad local por medio de un parlamentario, el in-solente oficio que conoce la prensa i que reproduzco a continuación juntamente con la contestación duda por el señor intendente de la provincia de Atacama, a fin de que los lectores nuevamente se impongan de estas dos piezas, pues que la maledicencia de un hecho el mas inocente i justo, ha hecho armas de hostilidad contra el procedimiento regular del Gobierno constituido.

Los oficios aludidos dicen testualmento: «Comandancia de la corbeta (V Higgins.— Por órden

de la Delegación del Congreso, arribo a este puerto con el fin de poner en su conocimiento que el trasporte Amazonas conduce a su bordo 150 berilios de las tuer -zas del dictador, como asimismo varios empleados fisca-les i algunas familias.

Lo que comunico a Ud. para que se sirva tomar las medidas del caso para su pronto desembarque.

Dios guarde a Ud.—Perez Gacitúa. Al representante del Dictador en Caldera.»

"Intendencia de Atacama.—Caldera, 27 de febrero de 1891.—He recibido la nota de usted por la cual me comunica que el trasporte Amazonas condnce a su bor-do heridos pertenecientes a las fuerzas del Gobierno constituido, como asimismo varios empleados fiscales i a lgunas familias.

Siento carecer de los elementos mas necesarios para atender a tan crecido número de heridos, por consi-guiente, si Ud. lo encuentra por conveniente, puede di-rijirse a Valparaíso, donde serán recibidos i debidamen-te ateudidos.

Dios guarde a Ud .—Dar ío Risopatron. Al comandante de la corbeta sublevada O'Higgins.»

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No habiendo dado nu resultado que satisfaciera las esperanzas de los tr ipulantes, tupimos conocimiento que el comandante Gacitúa recurrió a la comunicación epistolar pero siempre con la doblez i perfidia que ha dominado en todos los actos de los sublevados.

Debo a la amistad de un distinguido caballero la co-municación que copio en seguida, pura que sus lectores señor Editor, con mas claro criterio las aprecien en lo que valen.

Hélas aquí:

«Señor don Darío Risopatron-

Presente.

Est imado amigo:

Te suplico vengas a bordo de mi buque, tengo que hablar contigo personalmente i no tengas ningún cui«-dado, pues tienes toda clase de garantías con tu amigo, etc., etc.

Te saluda tu amigo S. S. S.

P R R E Z G A C I T U A . »

Esta comunicación se contestó en los siguientes tér-minos:

«Señor don Perez Gacitúa

Presente.

Estimado amigo:

Las mismas garantías que me ofreces a bordo de tu buque las encontrarás en t ierra.

Tu afmo.

D . R I S O P A T R O N . » .

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Inmedia tamente de leída la anterior comunicación por Perez Gacitúa i satisfecho indudablemente en su interior, ue no haber sido recibido con los heridos, en un lugar donde no se estaba preparado para ello i por-que sin duda la arribada a C a l d c a era estudiada i ten-dente solo a pretender echar sombras por medio de snb-terfujios i engaño a la actual administración, inmedia-tamente de leída la comunicación he dicho, se dirijió desde la cubierta de su buque de voz en cuello al co-mandante Silva Lastarr ia diciéndole:

«Comandante, diga usted a los heridos, empleados fiscales i familias, que el Dictador te niega a recibirlos.

Diga igualmente a los oficiales i soldados heridos que tomen nota de la manera como les sacrifica el Ti-rano.

Siga mis aguas ni norte vamos a Taltal.» La primera impresión que cansaron las palaUras de

Perez Gacitúa entre los tripulantes porque no decirlo, fué de jeneral desagrado i no atinábamos en los prime-ros momentos a darnos cuenta de una medida tan lijera e inusitada i «le tanta importancia para nosotros que acabábamos de dejar una dura prisión i que el recuerdo solo nos hacia temblar.

La vuelta a las plazas ocupadas por los sublevados significaba para nosotros la renovación de las torturas i sufrimientos i era, por consiguiente, justificado el mal efecto que causaba la negativa del señor Risopatron, que momentos despues, con mas calma i en posesion de ias notas cambiadas, pudimos formarnos juicio cabal de lo que pasaba, revocando nuestro primer juicio i ap lau-d íanlo la negativa, porque ella estaba dictada dentro del mas estricto cumplimiento de las órdenes i deberes de un alto i probo funcionario.

Como he dicho, calmada la primera impresión i re cordaudo que no servíamos la «ansa de un hombre sino los intereses mas lejítimos de la Patria, nos resignamos con nuestra suerte i desde el primero hasta el último, con un ¡viva la causa del órden! seguimos con el sem-

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blante risneilo, resueltos a seguir los martirios que se nos esperaban.

Llegamos a Taltal i momentos despnes de fondear, Silva Lastarr ia se dirijió a la O 'Uiggins a pedir órde-nes. Nuestra ansiedad aumentaba con la sola idea de pensar si se uos llevaría nuevamente a Iqniqne, i el re-cuerdo solo nos hacia estremecernos.

¿Volveríamos por segunda vez a presenciar los tristes cuadros que poco dias áutes habían lastimado nuestros corazones?

¿Volverían nuestros verdugos a someternos a los mis-mos sufrimientos, de los cuales habíamos salido casi exámines?

En estas conjeturas nos encontrábamos, cuando divi-samos el bote que conducía la respuesta que debia resol-ver sobre nuestra situación. Ansiosos nos precipitamos a la escala del buque, para recibir cada uno por sí mis-mo la contestación, lo cual no se hizo esperar i de los labios de Silva Lastarr ia pudimos oir: «Caballeros, el que quiera quedarse puede hacerlo, de lo contrario, vol-veremos a Iqniqne.»

Dominados con el recuerdo de los sufrimientos de Iqniqne, no trepidamos un momento en resolver nuestra bajada a t ierra.

Una vez desembarcados, el que esto escribe el señor Lujan i otros compañeros, sin recnrsos de ningún jénero, sin equipaje, pues como he dicho, todo lo que habíamos adquirido a costa de una dura i persistente economía, lo hablamos perdido en el lugar de nuestra residencia, se nos presentaba la mas difícil de las situaciones, en me-dio de un pueblo en el cual erarnos objeto de curiosidad i víctimas de dicharazos groseros i soeces de la jente del pueblo, que respecto de lo que aparentemente parecía mas decente, no escaseaban, poniendo, como ellos decían, ojo mui vivo, pues que eramos gobiernistas i podíamos ocasionarles males.

Esto no obstante, desembarcamos con felicidad; pero no ocurrió así al capitau de fragata señor Campillo, que, respetable por todos conceptos, tuvo la inocentada de

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bajar a t ierra con sn uniforme de marino, llevando a la señora viuda del heróico coronel Villagran i a la seflorita Emil ia , sn hija, cuando nna mujer qne mas parecía fu-ria del Averno que tal, se precipitó sobre el señor Cam-pillo, profiriendo los insultos mas groseros, tildándolo asesino de sn hijo e instando a esa falunje de pueblo corrompido, que ayuda al traidor Manuel Vicnfia en sns infami.is i a su asociado José Antonio González, alias el epiceno, para qne se precipitara sobre aquel caballero i lo despedazara, miéntras tanto ella procuraba arrancarle los galones i las insignias de capitán de fragata. Merced a la intervención de algunos caballeros, que lograron ca lmar i convencer a esta mujer qne padecía nna equi-vocación, confundiendo al señor Campillo por el coronel Soto, pudo escapar a la f l r i a del populacho, no sin ha -ber pasado bien malos ratos, juntamente con las dos dis-t inguidas señoritas qne lo acompañaban; razón por la cual, sin pérdida de tiempo, regresó nuevamente a bordo para volver al norle i tomar uuevo vapor.

Miéntr&s esto pasaba los heridos de gravedad se de -sembarc iban i eran colocados en el hospital i en casas particulares, miéntras se proporcionaba locales a propó-sito.

Es menester, dejar constancia aquí, de las atenciones i cuidados que las señoritas i colonia alemana residentes prodigaron con una filantropía qne les honra, a los ofi-cíales i soldados heridos.

Como testimonio de gratitud a la colonia alemana me permito estampar el nombre de aquellos que mas se dis-tinguieron, aunque no había primer lagar entre uuo i otro, pues se disputaban un puesto de atención.

Hé aquí los nombres: Señor Juan C. Ewalr . señora Juana L. de Eblers se-

ñora Enriqueta H. de Lappe, señora Wal ter Hollnb, señor Adolfo L uises, señor Luis Dnrapsky, señor Adolfo von Seht, señor Alfredo Klickmean i la apreciable seño-ra chilena de Ortega La Rosa.

Trascurridos doce dias en qne los cuidados se centu-plicaban, los heridos mejoraban notablemente i empeza-

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ba a despertar el deseo de volver al snr para briscar el completo restablecimiento i ofrecer por segunda vez nuestras débiles fuerzas en obseqnio de nuestra cansn.

Los dias pasaban i vapores no arribaban al puerto i no teníamos ni remota esperanza de nuestra partida.

Fastidiados ya de la inacción, t ra tábamos de contratar un buque a vela que hacia lastre para trasportarnos a Talcahnano, cuando apareció por nuestra suerte el vapor Osiris de la Compañía a lemana Kosmos, pero tropeza-mos con un nuevo i poderoso inconveniente que se nos presentaba i era la carencia de dinero para pagar nues-tros pasajes. Sin embargo, no desesperábamos i en me-dio de nuestros apuros, para salvar la situación, se nos presentó como ánjel salvador el señor Juan C. Ewalr, ájente de la Compañía Kosmos i gracias a su alma bien puesta, a su cortesía i caballerosidad i a la compasión que nuestro estado i condición infundía, pudimos con este caballero contratar nuestros pasajes pagaderos en Valparaíso, interviniendo en la operación el tesorero fiscal de Pisagua señor Alvarez Lujan, i los sarjentos mayores Olalquiaga i Ladrón de Guevara.

Arreglados ai-i nuestros pasajes procedimos al embar-que de veintiún oficiales heridos, ochenta individuos de tropa i ocho empleados públicos, i después de cuatro (lias de navegación, pudimos arribar sin novedad a Valparaí-so el 28 de Febrero.

A nuestra llegada fuimos recibidos por el < a pitan de puerto señor Fierro i después de las diligencias de estilo, desembarcados con toda comodidad i galantería, según las orden impartidas pnr el señcr intendente de la pro-vincia don Oscal V i d .

A la amabilidad de este distinguido nmudatnrio i pundonoroso caballero, debemos los viajeros del Osiris, las mas delicadas atenciones i sido a sus oportunas i confraterna les órdenes, pudimos llenar con el capitan de la nave nominada nuestro compromiso i obtener el mayor número apetecible de facilidades i comodidades para trasladarnos a esta capital i ponernos a l a só rdems deI Supremo Gobierno.

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Una deuda de grati tud conservamos para el señor Oscar Viel, que dejando sus comodidades, se impuso obligaciones, que redundaron solo en nuestro beneficio.

Igual atención hemos recibido de los jefes de las di-versas oficinas de esta capital en qne nos hemos presen-tado i merece particular mención, el subsecretar io de Estado en el Departamento de Hacienda, señor I . Váz-quez Grille. quien con una solicitud digna de todo enco-mio i con la finura i esqnisita amabilidad qne le carac-teriza, nos ha facilitado dentro de la mas estricta esfera de acción, los medios para que nuestras solicitudes i deseos fueran satisfechos sin pérdida de tiempo, atendida nuestra angustiosa situación. Debemos pnes, a este ho-norable empleado el lleno de nuestras aspiraciones, en cuanto han tenido i tienen relación con nuestro carácter de empleados públicos.

Pura terminar, señor Editor, debo esponer a Ud., qne teniendo conocimiento, óntes de presentar a Ud. esta correspondencia, qne una persona movida por fines qne lio quiero calificar, ocupa la opillion de cierto círculo, pretendiendo hacer ver, qne la conducta de los marinos sublevados, respecto de sus prisioneros, es mili distinta de las que en otras ocasiones, mis compañeros de infor-tunio, han manifestado privadamente i que boi vé la luz pública, me veo en el caso de desautorizar la palabra del mencionado sujeto, pidiéndole si la sostiene, recurra a la prensa, para atacar la presente correspondencia, pues que estui dispuesto a comprobarla, con hechos fe-hacientes i con el testimonio de autorizadas personas, que como yo, están en posesion de los hechos relatados.

Llego sil término i solo me falta pedir al lector, se despoie de las pasiones i compare la situación creada a los empleados públicos del norte, que tranquilos en sos labores, han sido arrojados de sin puestos violentamente, por un circulo oligarca i ambicioso, que con las armas que la Nación pusiera en sus manos para cuidar sn tran-

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qnilidad interior i esterior, ha hecho correr regueros de sangre humana e inocente, compare digo, con la situa-ción creada por un gobierno magnánimo a los caudillos de esta revolución, que han permanecido en el goce de sus intereses i llevando una vida, con pequeña diferen-cia, distinta a la que acostumbraban, siendo los promo-vedores unos i autores los otros, de tanta desgracia, soportada por numerosas familias que huyen de las pro-vincias del norte, dejando abandonadas sus comodidades i perdiendo probablemente para no volver a recuperar jamás, todo aquello que representa algún valor.

Apena, señor Editor, esta sola consideración, i segui-ría disertando sobre ella, sino temiera abusar de su con-decendencia, pero si mi salud i Ud. lo permite, volveré sobre este punto.

Agradezco de antemano su benevolencia i tomo a ho ñor, suscribirme de Ud. su servidor i amigo.

J . V.

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C o l a b o r a c i ó n

EL GOBERNADOR DE PISAGÜA

S E S O K N É S T O R g . R A M O S I S D S V E B O U O O S

En vista de las últimas noticias qne hemos obtenido, por personas recien llegadas de Arica, sabemos que nuestro amigo i compañero de infortunios X. S. R. se encontraba en el mencionado puerto, teniendo por c i r -ce! la ciudad, esto es despues de haber soportado durante c inro largos meses los martirios i sufrimientos mas tes rr iblcs abordo de los trasportes de la escuadra suble-vada.

El señor Ramos fué hecho prisionero desde los pr i -meros momentos en que los facciosos ocuparon la plaza, de Pisagua, dejando en tierra a sn señora esposa e hija en la mayor confusión e incertidumbre, pues estas ig-noraban por completo la suerte qne corría el compañero «le sus días; atribuladas i llenas del mayor estupor,oían a cada momento las agnardientosas voces del pueblo i soldadesca ébria, que en desordenados grupos recorrían las calles del pueblo, pidiendo a viva voz la cabeza del Gobernador Ramos i la del comandante de policía Mu-ñoz Baeza.

Narraremos muí a la lijera el móvil qne guiaba a las turbas, como asi mismo daremos a conocerá los instiga-dores que limitaban a los desalmados insnrjeutes a que ul t imaran al señor Ramos i la creemos muí necesaria esta esplicacion, porque hasta hoi 110 se han publicado hechos que tuvieron lagar en el puerto de Pis ígua, dn-jali te el t iempo que el comandante del -i." de línea se-ñor Marco A. Valenznela, desempeñó el cargo de jefe {Kilític.i i militar de esa plaza.

Bl 3 de febrero último i en las altas horas de la no-d i - fué invadido el pueblo por mas de 300 hombres da ¡„s t rabajadores de las oficinas salitreras del interior,

fueron reclutados i perorados por un tal Felipe

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Ala con reooptor tie la süb delegación de Santa Catali-na i á jente principal de los revolucionarios en la pampa.

Al amanecer del dia 4, notó la policía que en dist in-tos puntos de la plaza «Santa María», como así mismo, en todas las bocas calles de la misma, se encontraban diseminados muchos grupos de jentes desconocidas, los que proferían insultos i amenazas a los policiales que pasaban por esos lugares, pero donde el motin tomó mayores proporciones, fué a la salida de la plaza del mercado, pues estos no solamente provocaban a la poli-cía sino que principiaron a desempedrar la plaza i lan-zar de peñascazos a los soldados a la voz de ¡Viva el Congreso! ¡Viva la esc iadra!

Inmediatamente se pu*o el hecho en conocimiento del jefe de la plaza señor Valenzuela i este con la rapi -dez que las circunstancias requerían hizo salir toda la tropa que tenia a sus órdenes, colocándose el mismo a su frente i marchó al lugar indicado, una vez allí fué rec'bido por la multitud en medio de una infernal rechifla i gritos de sedición atronadores. En vista de esto el comandante Valenzuela distribuyó su fuerza en todas las bocas calles i lugares amagados por los amotinados, obligando a estos a que se retiraran a sus casas, muchos obedecieron, pero otros mas escoltados o alcoholizados, amenazaban prender fuego a la cuidad i saquear las casas de comercio, sino se les daba de comer, como ellos decían todo lo que ellos pediau, se obligó a satisfacerles el señor Valenzuela, diciéndoles que les baria dar ran-cho o ración diaria, lo que no fué aceptado por los revol-tosos. Desde ese momento -e conoció que lo único que deseaban i su principal objetivo era solamente el incen-dio i el saqueo.

Agotada la paciencia del jefe de la fuerza i no pudiendo conseguir por ningún medio el despejar la plaza í las calles que a cada momento se veían mas in-vadidas de jente, ordenó a su tropa hicieran fuego al aire con el objeto de amedrentar a los alzados, fué esta una medula muí eficaz; a los pocos momentos después

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de hechas las primeras descargas, huyeron los revoltosos en distintas direcciones, tomando presos a los mas inso-lentes qne capitaneaban las turbas, los cuales fueron conducidos al cuartel de poiicía.

Con esta medida todo quedó tranquilo al parecer, dis-t intos piquetes recorrían la poblacion con el objeto de resguardar el órden, pero no sneedió lo mismo en el ánimo del vecindario, pues este se creia a cada momen-to amenazado tanto en sus vidas, como en sus intereses, por esta razón .muchas familias i en particular las es-tran jeras, fueron a buscar refnjio a bordo de los buques surtos en la bahía.

La inquietud i el terror que inspiraron los pampinos, en las primeras horas de la mañana, a los tranquilos moradores del puerto, se hizo jeneral, todo el comercio c e n ó sus puertas i todo el inundóse encerró en sus casas, temiendo como era natural un terrible desenlace, pues este tío se hizo esperar mucho.

(lomo a las 3 de la tarde, volvieron los amotinados, exijendo del señor Vaieuzuela que les entregara a sus compañeros que estaban presos, en caso contrario, pren-derían fuego al pueblo i saquearían al comercio.

En vista de una actitud tan amenazante i terrible a la vez i despues de haber agotado todo medio de eousi-líacion, se vió obligado el señor Valenzuela a disparar contra esa jente desarmada, resultando de esto como 6 heridos i 4 muertos. Con esta medida estrema, pero mni necesaria a la vez, quedó terminado por completo el te-rrible drama qne les esperaba presenciar a los pacíficos habitantes de Pisagua.

Ya qne hemos llegado a este punto señor editor, es llegado también el momento de hacer luz con respecto a los vejámenes i tormentos a que ha sido sometido nuestro amigo i compañero Ramos, por los aconteci-mientos narrados anteriormente, sin que en ellos haya tomado la mas insignificante participación, pues cuando « ¡los se desarrollaron, el señor gobernador Ramos se cncoiitraba ausente en el vecino puerto «le Iquique; sin embargo de esto, parece que los verdaderos autores de

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los sucesos acaecidos, no lian tenido el suficiente valor de-asumir la responsabilidad que les cabe ante los Dioses de la escuadra sublevada, dejando por esta razón todo el peso de sus actos al digno mandatario i honorable amigo señor Ramos.

No podemos comprender i dudamos mucho, que lo que se dice a este respecto tenga visos de verdad, pero no está lejano el dia en que se haga luz sobre un hecho que tan directamente hiere la honorabilidad de caba-lleros que tienen comprometida su honra no solamente ante los que hemos presenciado e*>os hechos ¡sino ante Chile entero.

El hombre que ha cumplido con su deber, a pesar de las medidas estremas de que tenga que valerse con el objeto de s alvar la vida e Ínteres de un pueblo in lefen-so, jamas debe arrepentirse de ello, pues mni al contra-rio, es un t imbre de honor que siembre le acompañará i todo el mundo le rendirá el homenaje i distinción a que son acreedores los que como el señor Valenzuela han cumplido su sagrado deber, comprometiendo eterna-mente la gratitud de un pueblo entero.

Como hemos dicho, señor editor, el señor Ramos rea-sumió su puesto de gobernador civil del departamento al dia siguiente de los hechos que hemos narrado, que-dando como jefe militar i comandante de arma el señor Valenzuela. —

Sin embargo de esto, los cabeceas ,de la revolución de Pisagua, Manuel Jofré, Antonio Z iVala M., J . Fran-cisco Cordero, José Jil Qnintanilla i Antonio 1. Varas, lo hicieron aparecer al señor Ramos como el único autor de los fusilamientos i lo t i tulan de asesino del pueblo, incitando a las masas para que lo ultimaran.

Los individuos nombrados, no han tenido j amas cau-sa ni motivo alguno para obrar en el sentino en que lo han hecho ,mni al contrario, (lias antes a lo acontecido, eran los que mas reconocían las virtudes i honorabili-dad <lel señor gobernador, estando hasta los últimos momentos en hi mayor armonía i arreglados en todo sentido para trabajar en p-o de la causa 1 ib* ral, según

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instrucciones del Comité Central de Santiago. Piles como se vé, señor editor, estos individuos i m o -

chos otros de la estampa de ellos, fueron unos misera-bles traidores, que por medio de la mas vil hipocrecía lograron engañar, no solamente el señor Reinos sino que a la mayoría de la jente sensata i honrada del pue-blo.

E l señor Ramos, a mas de los sufrimientos morales que soportó con ánimo sereno, tuvo cpie soportar t am-bién la afrentosa humillación de 'levar durante dos dias las esposas del criminal, i éstas le fueron puestas con los brazos detras de la espalda. Loque orijinó estenne-vo tormento, filé que al señor Ramos no entregara a lo» revolucionarios al comandante de policía Muñoz Baeza, el cual en esos momentos se encontraba enfermo en lqniqne.

Ult imamente, despues de cansados sus verdugos de hacer lujo de tan ta crueldad, lo arrejaron en el puerto de Arica, dándole por cárcel la ciudad, pero esta morti-ficante e intranquila libertad, no fué duradera, piles en cnauto se supo el funesto fin del buque pirata Blanco, loi facciosos hambrientos siempre de sangre i v. n -ganzas, redujeron nnevamente a prisión al señor Ra-mos, haciendo pesar sobre él i sus compañeros los tor-mentos que poco há habían pasado.

Se ignora por completo la snerte qne haya corrido, i al escribir las presentes lineas, 110 nos gnia otro móvil que el dejar constancia de la enerjia i valor que ha demostrado hasta lo último este ejemplar servidor de la nación.

No dudamos por un momento qne el Supremo Go-bierno sabrá premiar como lo merecen a los hombres qne tollo lo han arrostrado en beneficio de la cansa mas noble, esta es servir a la patria sin qne jamas se arre-dre el corazon de los verdaderos patriotas ante el tor-mento de los verdugos.

En conclusión, solo me resta decir al companero 1 amigo, qne con la esperieucia adquirida durante el cor-to i laborioso tiempo qne estuvo al frente de los destl-

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nos del industrial depar tamento de Pisagua, habrá ob-servado con fino tacto las cualidades i méritos que deben tener los amigos que rodean siempre a los celo-sos i honrados mandatarios. Pues éstos, er. lo jeneral, deben en primer lugar ser una garant ía para el pueblo, sin que j a m a s su coudncta sea objeto de censura, ni sus actos dén motivo para que ese pueblo se pronuncie en contra de tal o cual funcionario público.

Como el amigo liamos, volverá a reasumir su puesto tan pronto como los facciosos reciban el terrible go pe de gracia que les espera, hemos querido dej <r consig-nado en estas pocas líneas, no un consejo, sino un páli-do recuerdo de lo acontecido en época en que d is f ru tá-bamos de paz i tranquilidad administrat iva. A este res-pecto, traeremos a la memoria las rencillas i divisiones en que por desgracia se encontraban separadas las }>o-cas familias chilenas residentes en Pisagua.

Seria odioso i hasta ridículo el recordar hechos que han merecido el mas al to desprecio de la jente séria i honorable, la cual jamas (lió oido a la inmunda calum-nia i al despreciable pasquín.

Es imposible enlodar reputaciones que están limpias de toda mancha i que sus nombres solo son una garan-tía ante cualquiera sociedad que se presenten, tanto por sus antecedentes, sus virtudes i su acrisolada hon* radez.

La unión es la fuerza, i ésta debe ser siempre el punto de mira de todo bnen chileno, agmparse al rede-dor del mandatario que cumple csn la lei i sostenerlo con el concurso de sus patrióticos consejos, los cualei» producirán los benéficos frutos en provecho directo de nuestro pueblo. Esta es la única misión de los amigos de todo buen gobierno; la intriga i la calumnia son a r -mas solo para aquellos espíritus pequeños incapaces de prodneir un destello de luz en beneficio de la comuni-dad, pnes su negra ciencia se encierra solo en el peque-ño círculo que rodea su pobre humanidad.

Esperemos tranquilos el final de los acontecimientos que tan preocupados uos tiene por el momento, pero

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cuando cadá cual esté en su puesto, se hará la historia verdadera de este terrible drama nacional, i para ese dia entonces conoceremos el porqué el liberal pueblo de Pisagua se sublevó contra las autoridades constituidas, siendo que días ántes había sido el primero en dar su ejemplo de lealtad i adhesión al jefe supremo de la nación.

Es te punto no debe ser onvidado por e1 amigo Ramos: pues como debe recordarlo, en varias ocasiones se reu-nieron los vecinos mas caracterizados del lugar, pidién-dole encarecidamente ciertas medidas en beneficio del pueblo, a lo qne el señor gobernador no pudo por el momento acceder, ya sea por exceso de bondad o por qne jamas se figuró que tan pueril negativa iba a pro-ducir un cambio político tan repentino como terrible en sus consecuencias.

Pidiendo al señor editor mil perdones por la molestia que le orijino con la publicación de este artículo, quedo como siempre su humilde servidor.

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De los empleados de la Aduana de a permanecido Heles al Gobierno constituido.

pKM*ntó al Minúterio ile Hu-lenda. en la» bu<le){MS del Copiapó.

Se pusl

Jenaro Fernández V. I<R f iil. ¡<l. Luis Hrieha M id. I'l.

on a las órdenes de la Esouad.-a sublevada en las dos ve ¡s que éjta M tomó el puerto:

Florentino Bleit

U. M. El- , *''•

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